Un escritor, impulsado por una profunda empatía y solidaridad, abrió las puertas de su casa a los comuneros, recibiendo a estos visitantes como si fueran familiares en busca de refugio en medio de las adversidades de la vida. Estos campesinos, lejos de su tierra, hallaron un remanso de paz en una vivienda en Lima, donde compartieron sus experiencias sobre las injusticias sociales.
Durante sus largas conversaciones, se sumergió en las historias y vivencias de estos campesinos, llegando a comprender a fondo la difícil situación que prevalecía en la sierra del Perú, región que desde tiempos inmemoriales había sido víctima de una serie de injusticias y desigualdades. La emoción y la empatía que el escritor demostró al abrir su hogar y su corazón a los comuneros se reflejan en cada palabra que compartió con ellos. Su compromiso no se limitó a las conversaciones, sino que se manifestó en su obra literaria y en su lucha por dar voz a aquellos que habían sido silenciados durante demasiado tiempo.
El que abrió las puertas a los comuneros fue Manuel Scorza, quien en la década de los años 50 era reconocido como poeta y por promover empresas editoriales como los Festivales de Libro y Populibros. Una década después, asumió el cargo de secretario de política en el Movimiento Comunal de Cerro de Pasco. Este puesto le brindó la oportunidad de conocer a los campesinos, quienes, al igual que él, compartían su postura en contra de los abusos perpetrados por la compañía minera Cerro de Pasco Corporation y el gamonalismo.
“La verdad es que los comuneros no son los invasores sino al revés: son los invadidos, son las víctimas de la voracidad de los grandes propietarios de tierra”, escribió Scorza el 1 de diciembre de 1961 en el diario limeño El Expreso.
La posición de Scorza se basó en hechos concretos. La historia nos cuenta que en 1960, los campesinos de Rancas se levantaron contra una empresa multinacional que les había despojado de sus tierras. Con el propósito de recuperar sus amplias extensiones de terreno de cultivo, los comuneros rompieron el cerco y se establecieron en las pampas de Huayllacancha, donde levantaron chozas. La victoria que experimentaron fue efímera, ya que al día siguiente se produjo un enfrentamiento entre los campesinos ranqueños y las fuerzas policiales; estas últimas quemaron las chozas y actuaron con violencia. Como resultado de este conflicto, Teófilo Huamán Travezaño y Alfonso Rivera Rojas, líderes de la comunidad, perdieron la vida.
Estos acontecimientos y otros fueron compartidos por los campesinos, quienes visitaron la casa del escritor para compartir sus vivencias. Scorza no se limitó a ser un simple entrevistador; en su lugar, mostró una actitud empática mientras formulaba sus preguntas. Su respeto y cariño por los comuneros no surgieron en ese momento, ya que desde su infancia, convivió con agricultores. A la edad de 7 años, viajó junto a su familia al distrito de Acoria (Huancavelica). Partieron de Lima rumbo a la sierra con el propósito de mejorar la salud del niño.
Los aproximadamente cinco años que Scorza vivió en la sierra le permitieron comprender la cosmovisión de los campesinos. Según el historiador y sociólogo Hugo Neira, el futuro escritor llegó a entender el quechua. “Es cierto que yo tampoco hablo quechua. En mi infancia entendía el quechua, desgraciadamente nunca llegué a hablarlo”, dijo el poeta.
Se dice que la infancia es un período que marca a las personas. Bajo esta premisa, podemos afirmar que las vivencias de Manuel Scorza en la sierra moldearon su carácter y sembraron en él el cariño y respeto por las comunidades campesinas. Su afecto y consideración no se desvanecieron con el transcurrir del tiempo, ya que décadas más tarde escribió poemas y novelas en las que dio cuenta de la cosmovisión de los campesinos, así como de las injusticias sociales.
Recoger los testimonios de las personas de los Andes y visitar la sierra en su juventud resultaron ser determinantes para su incursión en la narrativa. En un diálogo con TV Perú, Ana María Scorza, hija del ilustre escritor, recordó la ocasión en la que los comuneros de Rancas visitaron la casa de su padre. Este hecho fue de gran relevancia, ya que lo que ellos le contaron al entonces poeta se convirtió en la materia prima de sus creaciones literarias.
“Recuerdo que cuando era niña, llegaban (a casa) unas personas que ensuciaban el piso. Entonces me di cuenta de que ellos eran los comuneros; se quedaban allí unos días y conversaban mucho con mi papá. Hablaban y hablaban durante una semana. Mi papá conversaba con ellos, grababa y escribía. Su libro tiene mucho contenido de testimonio”, contó María.
Scorza se puso en contacto con los comuneros y líderes de la zona de Cerro de Pasco gracias al abogado Genaro Ledesma, quien organizó la importante gesta de los campesinos en los Andes centrales contra el poder terrateniente. Los testimonios de estas personas y las visitas del poeta a Cerro de Pasco le permitieron conocer de cerca lo que estaba ocurriendo en Rancas, una comunidad que contaba con apenas 50 casas.
Durante su visita al lugar del conflicto, el literato corrió el riesgo de ser alcanzado por una bala. Afortunadamente, salió ileso en medio de la convulsión social que afectaba a la sierra del Perú. Sobre este tema, Danilo Sánchez proporcionó detalles sobre el valiente actuar de Scorza en la región andina.
“Cada vez que había un levantamiento, por ejemplo en la zona central, en Rancas, él manejaba durante toda la noche para estar al frente de las huestes que defendían sus tierras, y pudo haber sido alcanzado por balas en cualquier momento. Estuvo muchas veces en peligro. Por eso, su poesía representa la acción no solo a través de la palabra, sino también la acción alumbrada por el compromiso y la conciencia social”, afirmó en TV Perú.
En lo que respecta al contenido de la poesía de Scorza, es conocido que, ocho años antes de que resonaran los sonidos de balas por doquier y se escucharan lamentos en las tierras de los comuneros de Rancas, el escritor había escrito un poema desgarrador.
“Yo no conocía / la estatura melancólica del agua, / hasta que una tarde, en el otoño, / subí a El Alto, en La Paz, / y contemplé a los mineros ascendiendo al porvenir / por la escalera de sus balas fulgurantes. / ¡Cómo olvidar a los obreros / luchando por la vida en los fusiles! / ¡Cómo olvidar a los ausentes / combatiendo, de memoria, en los suburbios!”, se lee en el poema Canto a los mineros de Bolivia.
El amante de la literatura escribió esos versos sin prever que un escenario similar se desarrollaría en la sierra del Perú, donde el accionar de los gamonales y la transnacional minera Cerro de Pasco Corporation perjudicarían a los campesinos, generando sufrimiento y desolación. No obstante, este sufrimiento no fue eterno, ya que en 1962 cesaron los enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los comuneros. Los vencedores en este conflicto fueron los campesinos, quienes lograron mantener sus tierras, marcando así el fin del sistema feudal agrario en la región central del Perú.
Después de que la paz se restableció en la comunidad campesina de Rancas, Scorza viajó a París en 1967 con toda la información que había recopilado durante y después del conflicto. Fue en ese año cuando, utilizando los testimonios y datos de sus investigaciones, el vate decidió escribir un ensayo sobre los acontecimientos que se desarrollaron en Rancas.
“En París escribí un informe de Rancas. Lo releí y se lo leí a amigos y todo. Vi que le faltaba el corazón; no veía lo que yo había visto. Y entonces un día lo que hice fue arrojar todo esto y soñar la realidad, como si yo estuviera adentro. Y escribí ‘Redoble por Rancas’”, apuntó el literato.
Así, nació la novela “Redoble por Rancas”, que dio inicio a un ciclo denominado “La guerra silenciosa” en 1970. Años después completarían el ciclo novelesco las obras “Historia de Garabombo el Invisible” (1972), “El jinete insomne” (1977), “Cantar de Agapito Robles” (1977) y “La tumba del relámpago” (1979). En casi todas sus novelas, Scorza alza su voz de protesta contra los gamonales y la transnacional minera de Cerro de Pasco Corporation, que son los verdaderos culpables de la miseria y la pobreza en la que estaban sumidos los comuneros.
Obra de Scorza
La obra literaria de Scorza se inscribe en el movimiento literario del neoindigenismo, que se distingue por su estilo lírico y la inclusión de elementos de realismo mágico en sus páginas. Un ejemplo notorio de esto es la descripción de cómo el humo negro de las chimeneas de las empresas mineras cambia el color del rostro de las personas. Asimismo, Scorza presenta una representación simbólica de los cerdos como un ejército capaz de destruir las propiedades de los gamonales.
Si bien en la novela “Redoble por Rancas” hay elementos de realismo mágico, esto no disminuye la verosimilitud de los hechos narrados en la obra. Como se mencionó en líneas anteriores, Scorza recogió los testimonios de los comuneros, quienes le dieron información valiosa para construir su novela.
En el libro “Cantar de Agapito Robles”, el protagonista no es un personaje ficticio creado por el literato. En el año 2019, los hijos de Manuel Scorza viajaron a Rancas para conocer a Agapito, quien fue el personero de Yanacocha. En la segunda década del siglo XX, este hombre tenía un propósito fundamental: recuperar la hacienda Huarautambo que le habían arrebatado.
El autor de “Redoble por Rancas” habría escrito sobre la violencia que comenzaba en los Andes peruanos en los años 80 si no hubiese muerto en un accidente de aviación. Años antes de su muerte, había comenzado a recopilar información sobre el terrorismo. El 27 de noviembre de 1983, el avión en el que viajaba desde París con destino a un evento literario en Colombia se estrelló en Mejorada del Campo. Manuel Scorza fue enterrado en el cementerio El Ángel el 5 de diciembre de ese año, poniendo fin a la posibilidad de que se planteara nuevamente la propuesta de su candidatura al Premio Nobel de Literatura y de abrazar una carrera política.
Alta eres, América
Alta eres, América,
pero qué triste.
Yo estuve en las praderas,
viví con desdichados,
dormí entre huracanes,
sudé bajo la nieve.
¡En tu árbol
solo he visto madurar gemidos!
Alta eres, América,
pero qué amarga,
qué noche,
qué sangre para nosotros.
Hay en mi corazón muchas lluvias,
muchas nieblas, mucha pena.
La pura verdad, en estas tierras
golpean a los hombres hasta sacarles chispas,
y uno, a veces,
con solo mirar envenena el agua.
Alta, tierna, bella eres,
mas yo te digo:
¡no pueden ser bellos los ríos
si la vida es un río que no pasa!
¡Jamás serán tiernas las tardes,
mientras el hombre tenga que enterrar su sombra
para que no huya agarrándose la cabeza!
Entonces,
¿de dónde trajeron los poetas
la guitarra que tocaban?
Te conozco:
dormí bajo la luna sangrienta,
despintaron mis ojos las lluvias;
el cruel atardecer
me dio su enredadera de pájaros violentos;
en salvajes llanuras
destejí implacables tinieblas,
en las casas entré y en las vidas,
pero jamás miré sonrisas habitadas.
¡Ay, tu corazón al fondo de la noche!
Ya fui lo que seré y todo ha sido sangre.
Ya se quemó el pez en las sartenes.
Ya caímos en la trampa.
Por favor, ¡abran las ventanas!
Aquí el pájaro no es pájaro
sino pena con plumas.