La Municipalidad Metropolitana de Lima, a cargo de Rafael López Aliaga, estuvo a punto de erigir un busto del cuestionado exalcalde Luis Castañeda Lossio en el lugar que todavía ocupa el de Luis Alberto Sánchez, líder aprista, escritor, crítico, traductor, abogado, literato, historiador, periodista, presidente del Senado y dos veces diputado constituyente. Figura destacada, pero casi inexistente en el imaginario colectivo.
¿Qué valor tiene un pedazo de arcilla o piedra si ya nadie se molesta en verlo o, peor aún, recordarlo? De nada vale una base de granito o una placa si 93 años de trabajo no son recuperados, reeditados, leídos y divulgados. No tiene sentido defender una escultura que no conecta con la ciudadanía, que no sorprende ni detiene, al menos por un instante, la vida de quien recuerda el paso de LAS por este mundo.
Que López Aliaga haya querido deshacerse del busto ubicado en el Parque de la Cultura solo confirmó que Sánchez ya ha sido borrado de nuestra historia. Sí, borrado porque nuestro pasado no es el que deambula por los libros académicos, sino el que hombres y mujeres conservamos en nuestra memoria. Ese que repetimos e interiorizamos como ha sucedido con el racismo, el clasismo y uno que otro caudillo que todavía añoramos.
Hemos preferido maquillar nuestra identidad con unos cuantos himnos chauvinistas y camisetas manchadas en lugar de valorar lo que otros peruanos y peruanas como Sánchez contribuyeron a un país entretenido en su propia mentira. Apostamos por quien extiende el espectáculo de la política, antes que aquellos que legaron una lista de reflexiones y planes que todavía no estamos tarde de aplicar.
La voz de Luis Alberto Sánchez deambula en algunos videos de YouTube que dedica a Lima, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, José Carlos Mariátegui, Albert Einstein, Virginia Woolf, entre otros. Algunos archivos todavía conservan pruebas de su paso por la televisión abierta y las decenas de libros que llegó a publicar, pero carecemos de un plan que tome en serio la recuperación de su trabajo.
Sonará repetitivo y hasta pretencioso señalar que nuestra crisis de identidad y memoria no encontrará salida hasta que apostemos por una política que le dé el lugar que se merece a la educación y la cultura. Hasta que no confiemos el poder a aquellos con el deseo y la idea de poner en marcha un proyecto estudiado al detalle, columnas lastimeras como esta seguirán apareciendo cada vez que un alcalde, congresista o presidente quiera moldear la realidad a su antojo.
Llevamos tiempo oyendo la necesidad de acercar a los ciudadanos a sus espacios públicos, de convertirlos en lugares donde se pueda convivir, pero hace falta un componente adicional: la oportunidad de mirar por un momento al pasado. La tecnología, el arte, el urbanismo y demás disciplinas tienen que trabajar conjuntamente en la construcción de áreas donde hombres, mujeres, niños y niñas tengan la oportunidad de reconocer quiénes son antes de seguir su camino. Por ahora, seguimos actuando como las aves que rondan y manchan nuestros monumentos.