Durante situaciones de conflicto armado, la pérdida de elementos materiales puede generar un impacto de una magnitud similar al de la pérdida de un combatiente, y esto se manifiesta de manera destacada cuando nos referimos al saqueo de libros de un valor incalculable. Este accionar no solo silencia a los autores que los crearon, sino que también afecta a los personajes y las historias que cobran vida en las páginas cada vez que alguien se sumerge en su lectura.
Este símil nos ayuda a comprender la importancia de la preservación y protección de estos objetos culturales que, al igual que las personas, tienen ideas que pueden cambiar el mundo. Los libros no son solo acumulaciones de palabras en páginas impresas, sino que representan una parte fundamental de la identidad y la historia de una nación. La pérdida de un solo ejemplar equivale a silenciar múltiples voces y borrar una parte de la memoria histórica de un país. La restauración y preservación de estos objetos se convierten en un acto de recuperación cultural y en una forma de mantener viva la conexión de un pueblo con su herencia y su legado.
La apropiación indebida de estos tesoros literarios es, en cierto sentido, una pérdida de la propia alma de una nación, y su recuperación simboliza el regreso de la voz y la memoria de un pueblo. Habiendo comentado ello, es pertienente recordar un pasaje de la histroria peruana para conocer la relevancia de los libros en la formación de la memoria de nuestro país.
Ahora bien, el saqueo de nuestro patrimonio cultural se originó en un contexto de guerra. En 1879, estalló un conflicto bélico sin precedentes con el trasfondo de la posesión de los ricos yacimientos de salitre ubicados en la provincia boliviana de Antofagasta y en la provincia peruana de Tarapacá.
Muchos asocian la Guerra del Pacífico con Miguel Grau Seminario, quien al estallar el conflicto, fue asignado al mando del ‘Huáscar’. Es por esta razón que un sector de la población suele asociar la guerra con el mar. Sin embargo, la historia nos dice que en tierra firme también se gestaron enfrentamientos que dejaron muerte y pérdidas irreparables. A parte de la campaña marítima que se desarrolló en 1879 y en la que murió Miguel Grau, existen otras fases, y nos centraremos en la segunda, ya que es en esta etapa en la que los chilenos ingresaron a Lima y posteriormente a la Biblioteca Nacional del Perú.
Como se sabe, la segunda fase se inició en noviembre de 1879, cuando Chile comenzó la invasión de la provincia peruana de Tarapacá y culminó con la ocupación de Lima por parte de las tropas chilenas el 17 de enero de 1881. Un año antes, las tropas chilenas se preparaban para ingresar a la capital. En tanto, en Lima, ciudadanos que no tenían preparación militar formaban parte de la defensa militar.
La casi nula preparación militar devino en la derrota del Ejército peruano en las batallas de San Juan y Miraflores, en las cuales siete mil soldados peruanos perdieron la vida. Entre ellos había jóvenes con un alto espíritu patriótico, comerciantes, intelectuales y ciudadanos de Lima que se sumaron a la guerra. Tras este conflicto que se desarrolló en enero de 1881, las tropas chilenas ingresaron por Miraflores y Chorrillos.
Ante este adverso panorama, los peruanos no dieron batalla; por el contrario, depusieron las armas con el fin de garantizar la tranquilidad de la población. Es así que el 16 de enero de 1881, el alcalde de ese entonces, Rufino Torrico, presentó la rendición de la capital con la consigna de evitar más desmanes. Sin embargo, esto no se evitó del todo, ya que el Ejército chileno saqueó la Biblioteca Nacional durante su ocupación en Lima.
En febrero de ese año, el Ejército de Chile tomó las instalaciones de la Biblioteca Nacional del Perú y comenzó a despojarnos de documentos y material bibliográfico. Según el historiador Carlos Carcelén Reluz, el saqueo no había sido idea de los militares que se enfrentaron a los peruanos. “No fue un saqueo perpetrado solo por la soldadesca como se ha dicho por mucho tiempo, fue una acción del Gobierno chileno y fue el coronel Pedro Lagos su brazo ejecutor junto con algunos clérigos que llegaron con él para forzosamente ‘visitar’ la Biblioteca Nacional; ellos fueron los primeros en seleccionar y llevarse lo que ellos mejor conocían, es decir, los libros en latín, que fueron la colección que daba vida a Biblioteca en esos días”, escribió el investigador en un artículo publicado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
El término “saqueo” al que hizo referencia el investigador Carcelén Reluz no es compartido por algunos políticos chilenos. Sin embargo, la Real Academia Española (RAE) define el vocablo “saquear” como “apoderarse de todo o la mayor parte de aquello que hay o se guarda en algún sitio”. Este concepto se respalda en lo que ocurrió en la Biblioteca Nacional tras exigirle la llave a don Manuel de Odriozola, director de este recinto cultural.
Lo que ocurrió en la Biblioteca Nacional fue reportado por Odriozola, quien escribió una carta el 10 de marzo de 1881 al embajador Christiancy de los Estados Unidos. “El infrascrito, director de la Biblioteca Nacional del Perú, tiene el honor de dirigirse a V.E pidiéndole haga llegar a conocimiento de su gobierno la noticia del crimen de lesa-civilización cometido por la autoridad chilena en Lima. Apropiarse de bibliotecas, archivos, gabinetes de física y anatómicos, obras de arte, instrumentos o aparatos científicos, y de todo aquello que es indispensable para el progreso intelectual, es revestir la guerra con un carácter de barbarie ajeno a las luces del siglo, a las prácticas del beligerante honrado, y a los principios universalmente acabados del derecho”, se lee en el documento.
En otro apartado de la misiva se señala que el 26 de febrero se exigió al director la entrega de las llaves de la biblioteca y que los libros fueron llevados en carretas para luego trasladarlos a Santiago. Si bien la autoridad no mencionó el término saqueo para referirse al accionar de los chilenos, lo cierto es que dijo que los libros saqueados representaban material de guerra.
Sobre si los libros representaron material de guerra, el exdiputado chileno Jorge Tarud tuvo una postura en contra. “La guerra no es para tener botines de guerra, entre los piratas sí, los piratas tenían botines de guerra, pero un Estado no es un pirata; entonces esto se devuelve, el ‘Huáscar’ es diferente, se puede considerar un trofeo de guerra, pero no los libros”, sostuvo en diálogo con Panorama.
Antes de acercarnos a la cantidad de libros saqueados, es preciso señalar que respecto a los ejemplares que fueron saqueados por los chilenos, historiadores dan cuenta de que a fines de 1880 la BNP poseía más de 56.000 volúmenes impresos y cerca de 800 manuscritos, y tras la irrupción de los militares a la ‘casa del saber’, gran parte de estos materiales impresos fueron colocados en cajones.
Todavía existe un debate sobre si los chilenos solo empaquetaron los libros para llevárselos o saquearon la biblioteca. Sobre esta cuestión, Sergio Villalobos dijo que hubo “un embalaje sistemático, ordenado; los libros así fueron trasladados a Chile”.
Luego de que los libros llegaron a Chile, el científico Ignacio Domeyko hizo un inventario, el cual fue publicado en el Diario Oficial de Chile. Ahí se puede ver los nombres de los 10 mil volúmenes; asimismo, en el material impreso también figuran el registro de los 20 cráneos, 2 maniquíes de cartón, un esqueleto de niño, entre otros objetos de valor. Es sabido que los libros fueron a parar a la Biblioteca Nacional de Chile.
Estos materiales no solo fueron a parar a la Biblioteca Nacional de Chile. Es sabido que una parte de los ejemplares se vendieron en las calles de Santiago. Prueba de ello es lo que encontró el abogado Miguel Althaus en una tienda de libros usados.
Encuentran ejemplares de la BNP en una tienda de libros de segunda mano
El abogado Miguel Althaus encontró libros de alto valor histórico en un local ubicado en la ciudad de Santiago. Supo que se trataba de libros de la Biblioteca Nacional del Perú debido a que había un sello en una de las páginas de los ejemplares. En diálogo con Panorama, el intelectual dio a conocer lo que hizo después de encontrar los materiales impresos.
“La única manera que había es que yo los adquiriera y luego los donara a la Biblioteca Nacional, cosa que hice. Fue una sensación muy impactante que me llevó a investigar acerca de cuántos libros y quiénes los habían traído a Chile durante la ocupación”, señaló.
Así como los libros terminaron en el mercado negro, los periódicos también tuvieron un final que indignó a los peruanos. “Se cargaban carros de toda clase de libros, que se llevaban a casa de los chilenos y de allí después de escoger lo que les convenía el resto lo vendían en el mercado a 6 centavos la libra para envolver especies y cosas por el estilo”, escribió Paz Soldán en un libro publicado en 1979. Los periódicos que habrían sido utilizados con estos fines son la Gaceta de Lima, Minerva Peruana, Mercurio Peruano, entre otros.
Althaus no fue la única persona que vio libros de la BNP lejos del Perú. El periodista chileno Marcelo Mendoza se percató del sello de nuestra biblioteca en varios ejemplares antiguos. Esto ocurrió en la sala Medina de la Biblioteca Nacional de Chile, lugar al que asistió para escoger materiales para una exposición.
“Y había algunos libros de hecho que yo quería que se exhibieran y como tenían el sello de la Biblioteca de Lima no podían exhibirse, esto era en el marco de la Cumbre de las Américas, donde venían los presidentes de todo el continente, incluido Clinton”, señaló.
Chile devuelve libros a la Biblioteca Nacional tras varias décadas
Después del saqueo de la Biblioteca Nacional del Perú, existieron intelectuales peruanos que hicieron denodados esfuerzos por reconstruir este recinto cultural. Uno de ellos fue Ricardo Palma, quien solicitó a personalidades de diversas partes del mundo la donación de libros. Esto fue bien visto por los peruanos de la época; sin embargo, lo que esperaba un sector de la población peruana era que Chile devolviera los libros que se llevó.
Para que esto sucediera, tuvieron que pasar varias décadas. Recién en el año 2007, el Gobierno chileno informó que devolvió 3.788 libros a la Biblioteca Nacional del Perú. Estos ejemplares habían permanecido en la Biblioteca Nacional de Chile y en la Biblioteca Santiago Severín de Valparaíso.
En diálogo con Reuters, el ministro chileno de Relaciones Exteriores, Alejandro Foxley, calificó la devolución de los materiales impresos como “un gesto de amistad hacia el pueblo peruano”.
Los libros llegaron a la sede de la Biblioteca Nacional del Perú el lunes en unas 238 cajas, que pesaban aproximadamente dos toneladas y media, según lo dio a conocer la institución pública de nuestro país. Ahora bien, esta no fue la primera vez que Chile hizo entrega de materiales valiosos del Perú. En 2017 se hicieron varias entregas.
Por ejemplo, en noviembre de ese año, la Biblioteca Nacional recibió 718 ejemplares, los cuales se encontraban en 64 cajas debidamente selladas. También se entregaron “Decisionum rotae lucanae diversorum auditorum cum decisionibus aliorum supremorum tribunalium & praecipue de Hyeronimus Palma” (1718); y “España Sagrada: Theatro geographico-historico de la Iglesia de España”, de Enrique Flórez (1747-1789).
Los libros desempeñan un papel fundamental en la educación, la cultura, el entretenimiento, la comunicación y el desarrollo de una sociedad. Tienen el poder de influir en las actitudes, creencias y acciones de las personas, lo que los convierte en una parte esencial del tejido social. Es por ello que perder un ejemplar no solo afecta al autor, sino que también influye en la vida de los personajes que cobran vida cada vez que alguien se sumerge en sus páginas. Los libros son tesoros culturales que enriquecen la identidad y la historia de una nación.
Los volúmenes que se perdieron en el incendio de la BNP y la reacción de Porras Barrenechea
En las primeras horas del 10 de mayo de 1943, un incendio devastador estalló en la Biblioteca Nacional del Perú. El fuego, que se cree que se originó en la sala Europa, se propagó rápidamente por todo el edificio. Los informes iniciales indicaron la pérdida de aproximadamente 100.000 libros encuadernados, 4.000 sin encuadernar y 40.000 manuscritos. Entre los materiales destruidos se incluían libros de la época colonial, colecciones únicas de periódicos y revistas, así como manuscritos de un valor incalculable.
Este evento indignó a intelectuales de la época y a la mayoría de los peruanos, quienes lamentaron que una parte de nuestra historia se haya consumido en las llamas. En ese contexto, Raúl Porras Barrenechea no vaciló en expresar su conmoción por lo ocurrido.
“Sin guerra y sin bombardeos, en la ridícula emergencia de un domingo criollo y la complicidad penosa de un portero senil y de una deplorable organización burocrática, el Perú acaba de perder el más espléndido patrimonio cultural de América del Sur. Todo el pasado histórico, cuidadosamente preservado durante generaciones, desde San Martín hasta Vigil, y de Palma a González Prada, ha sido reducido a cenizas en unas cuantas horas funestas”, dijo Porras Barrenechea en el número 13 de la revista “Peruanidad” (Órgano Antológico del Pensamiento Nacional).