A pesar de las deficiencias en el transporte público del pasado, un sector de la población recuerda con nostalgia las veces que viajaron en un autobús de la Empresa Nacional del Transporte Urbano del Perú (Enatru). Estas reminiscencias generalmente se asocian a momentos gratos, en los cuales las personas utilizaron este medio de transporte para encontrarse con familiares o asistir a citas. No obstante, no siempre se evocan momentos agradables del pasado.
Las personas que recuerdan haber viajado en los buses de la Enatru durante la década del 80 fueron testigos del clima violento que envolvió Lima en esa época. En aquel entonces, los atentados terroristas ocurrían mientras las ruedas de una unidad de transporte seguían su curso. Estos incidentes eran reportados por los medios de comunicación, que enviaban a sus periodistas al lugar de los ataques para cubrir la noticia y así informar sobre los actos terroristas. Es relevante destacar que los “buses acordeón” también eran blanco de los ataques por parte de los subversivos, quienes no mostraban compasión ni hacia los pasajeros ni hacia los choferes.
Los hombres y mujeres de prensa informaban sobre los ataques de Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), quienes no solo incendiaron los buses de la Enatru entre los años de 1989 y 1992, sino que también asesinaron a conductores que se oponían a que les quemaran sus unidades.
Luego de que se informara sobre los ataques a las unidades de transporte público, los pasajeros de aquel entonces seguían subiendo a estos buses, pues no tenían otras alternativas para desplazarse de un lugar a otro. El temor se apoderaba de ellos antes y durante el viaje, pues la violencia se acentuaba conforme avanzaba el tiempo.
En la década del 90, era posible que alguien se subiera a estos autobuses pensando que sería su último viaje, y lamentablemente fue así, ya que la empresa estatal Enatru desapareció en 1992. Entre los factores que contribuyeron a la decadencia de esta empresa se encuentra una relación directa con los ataques terroristas.
Respecto a las razones por las que Enatru entró en decadencia y luego se privatizó, el historiador Miguel Marticorena escribió un artículo para el diario El Comercio con el fin de aclarar las dudas de la opinión pública.
Según el investigador, los subversivos quemaron alrededor de 100 vehículos, lo que perjudicó a la empresa y, sobre todo, a los choferes que eran jefes de familia. Es preciso indicar que estos ataques eran en respuesta a la postura tomada por Enatru cuando se suscitaban paros armados convocados por Sendero Luminoso. Como es sabido, los buses operaban con normalidad mientrs los terroristas cometían fechorías, las cuales dejaban una estela de dolor en los hogares peruanos.
Otro de los factores de la decadencia de la empresa estatal fue la crisis administrativa que se tradujo en la sobrepoblación laboral y en tarifas muy bajas (el precio oscilaba entre 50 a 70 céntimos). Estos acontecimientos adversos coincidieron con la gran crisis económica de Alan García en 1988.
Estos acontecimientos no eran conocidos por la mayoría de los pasajeros, por lo que la desaparición de los buses lo asociaron a los ataques terroristas que no solo incendiaron unidades de transporte, sino que también mataron a los choferes de estos.
Tanto los acontecimientos gratos como los desagradables han quedado grabados en la conciencia de los usuarios de la empresa Enatru, la cual se gestó en 1976 y desapareció en 1992. Durante este tiempo, los pasajeros se sentaron en unos asientos de fibra de vidrio durante aproximadamente 2 horas para llegar a sus destinos. Estos mismos ciudadanos ahora llegan a sus destinos en menos tiempo cuando viajan en el Metropolitano.
Ahora bien, entre un bus de la Enatru y el Metropolitano, hay una característica que los une. Se trata del acordeón que une dos cuerpos de una unidad de transporte. Un usuario del Metropolitano podría evocar momentos del pasado cada vez que observa esta parte del vehículo.
El acordeón de la Enatru y el Metropolitano no emitieron melodías en una ciudad marcada por la contaminación acústica. Algunas personas que en la década del 80 y 90 tenían una edad de 20 o 30 años, optaban por anular el ruido de la ciudad poniéndose unos audífonos, los cuales iban conectados a un Walkman. No todos tenían el privilegio de contar con uno y tenían que soportar el ruido de la ciudad.
Es preciso indicar que este acordeón estuvo presente solo en algunos buses de la empresa Enatru, específicamente los Ikarus (marca húngara), adquiridos durante la gestión de Eduardo ‘Chachi’ Dibós en 1973. El historiador Juan Luis Orrego Penagos dio a conocer la ruta de estas unidades de transporte urbano.
“Durante la primera mitad de los sesenta, la Vía Expresa del Paseo de la República, obra visionaria del alcalde de Luis Bedoya Reyes, había sido construida y se contempló que, por su berma central, debería pasar el metro de Lima, obra que nunca llegó. Entonces, cuando se creó Enatru, se decidió aprovechar ese espacio para que fuera recorrido por unos buses articulados que el alcalde ‘Chachi’ Dibós contrató en Hungría. Eran de la marca Ikarus, por lo que fueron popularmente llamados ‘ícaros’”, escribió Orrego Penagos en un portal web de la Pontificia Universidad Catolica del Peru.
Estas unidades empezaron a operar en 1975 con 50 buses articulados, los cuales circulaban por la Vía Expresa. “La empresa tenía otras rutas con 300 buses, varios de ellos de la marca alemana Büssing, que transportaban a los limeños (los ‘busin’). Hacia 1988, la empresa tenía unas 52 rutas en la capital y cerca de 1000 unidades. Para esto, los Ikarus del ‘Zanjón’ fueron reemplazados por vehículos articulados de la marca sueca Volvo, pero no recorrían exclusivamente la Vía Expresa sino que se expandían hacia zonas nuevas de Lima como los llamados ‘conos’. De esta forma, había unos 500 buses articulados que recorrían avenidas como Javier Prado, Alfonso Ugarte y la Panamericana Norte, entre otras”, señaló Orrego Penagos.
Es preciso mencionar que los buses que había en la década del 80 no atendieron la demanda de la población. Como es sabido, las personas migraron del campo a la ciudad por varios motivos, entre los cuales figuran la violencia del terrorismo en las regiones de la sierra y mejorar la calidad dee vida. Esto hizo que surgieran las barriadas, lugares a los que no llegaban las unidades de Enatru.
Sobre este tema, Miguel Marticorena publicó un artículo en El Comercio en el que da cuenta de la realidad del transporte urbano en aquel entonces. “Pese a este despliegue, la empresa no se llegaba a dar abasto para la atención de todo el público de la capital. La fuerte migración que sufrió Lima en los 80 generó insuficiencia del transporte que se reflejaba en situaciones incómodas, buses llenos y gente colgada de los estribos y arriesgando su vida para llegar a su destino”, indicó. Es preciso mencionar que la migración ya se había suscitado en la década de 1950.
Sobre esta problemática. Claudia Bielich, especialista y consultora en temas de gestión urbana, movilidad y gestión social, escribió un artículo. “Lima entró en un período de crisis a fines de la década del 80 y principios del 90. Había una demanda muy superior a la oferta de transporte. Los vehículos iban repletos de personas, eran necesarias nuevas unidades para cubrir las rutas existentes y, a su vez, era imprescindible empezar a cubrir nuevas rutas. El Estado no tenía los recursos (económicos, humanos, de infraestructura) para hacerse cargo de esta situación. Es así que el gobierno emitió el Decreto Legislativo 651 el 24 de Julio de 1991. Por medio de éste establecía la libre competencia en las tarifas de servicio público de transporte, tanto urbano como interurbano, en todo el Perú”, sostuvo.
Tras la publicación de este decreto, las empresas privadas de transporte público aparecieron en distintos puntos de Lima y generaron caos en la ciudad. Sin embargo, la llegada del Metropolitano y la Línea 1 del Metro de Lima, así como los corredores complementarios, ordenaron parcialmente la ciudad. Los recuerdos de los buses Ikarus todavía generan recuerdos en las personas cada vez que ven el acordeón del Metropolitano o se encuentran en plena Vía Expresa.