La vida de Josué Pozo, un joven de 23 años, intérprete de lengua de señas, nos revela la realidad de vivir en un país que aún tiene un largo camino por recorrer en términos de inclusión. Sus padres son sordos, formando parte de las 232 mil personas con discapacidad auditiva que hay en el Perú, según la Defensoría del Pueblo. Josué es un oyente en una familia sorda, una dinámica que nos ayuda a aclarar sobre la importancia de la inclusión y la necesidad de derribar barreras que aún persisten en la sociedad.
En el mundo donde vivimos rodeados de información, los oyentes gozamos de un beneficio que solemos dar por sentado: la capacidad de acceder a una cantidad ilimitada de datos y decidir qué guardar en nuestra mente y qué desechar. Tenemos la libertad de elegir.
Sin embargo, esta misma autonomía es un bien preciado que a menudo negamos a aquellos que no pueden oír. A los sordos, lamentablemente, les entregamos información ya filtrada, sin permitirles la oportunidad de acceder a más. Les decimos, en esencia, “solo pueden tener el noticiario”, pero incluso esto viene con restricciones, ya que no pueden elegir el canal; están limitados a utilizar los programas que ofrecen intérpretes.
La comunicación es una de las necesidades humanas más básicas, y cuando se ve obstaculizada, surge una sensación de frustración y angustia. La forma en que la sociedad a menudo aborda la discapacidad es asistencialista, tendiendo a ver a las personas con compasión como si fueran “pobrecitos”.
Pero, la discapacidad en sí misma no es la fuente de limitación; son las barreras del entorno las que crean restricciones. Cuando eliminamos esas barreras, la limitación desaparece. Imaginemos un mundo en el que todos pudiéramos comunicarnos en lengua de señas; las personas sordas no enfrentarían los límites que hoy experimentan.
Intérprete de lengua de señas desde la infancia
Josué, en una entrevista con Infobae Perú, nos reveló su historia como intérprete de lengua de señas, de lo que iba el tema al inicio, pero un dato fue sorprendente. Oficialmente, lleva tres años en el mundo de la interpretación, comenzando esta aventura a la edad de 20. Sin embargo, lo más sorprende es que, de hecho, su travesía como intérprete se inicia en su infancia, mucho antes de lo que imaginaba. ¿El giro inesperado? Sus padres son sordos.
“Yo tuve que interpretar a mis padres, por ejemplo, cuando tenía alguna cita médica, en el banco o incluso cuando tenía que matricularme en el colegio. O sea, mi madre estaba ahí, pero el que estaba interpretando era yo, entonces mi madre hablando a la directora, yo interpretando y es algo curioso”, confesó Josué, revelando el peso que cargaba desde pequeño”, dijo.
Y lo cierto es que su experiencia no es única, ya que pertenece al grupo de los ‘CODAS’ (Children Of Deaf Adults), jóvenes criados en el silencioso universo de sus progenitores sordos, donde las manos son la clave de la comunicación.
Ser un CODA no solo guio la vida del joven, sino que también le abrió las puertas al mundo de la interpretación. Aunque en su niñez no disfrutaba de este rol, lo veía como una pérdida de su infancia, hoy comprende el valor de su habilidad.
“Yo me veía como un niño trabajando como intérprete, perdiendo su infancia, su niñez, en vez de estar jugando con carritos, estar jugando, yo estaba ya metido en todo lo que tenía que ver con política, con temas financieros o con temas de salud o educativos”, reflexionó Josué, resumiendo su perspectiva.
Su experiencia con niños sordos
Cuando alcanzó la mayoría de edad, su padre lo envió a Lima, ya que residían en Huancayo. Fue entonces cuando el joven comenzó a trabajar en una escuela para sordos, y en ese momento, la inspiración lo envolvió. “Fue un momento de epifanía. Me di cuenta de que no era simplemente un instrumento del cual todos podían aprovecharse para mover las manos o abrir la boca; me sentí utilizado. Pero después de trabajar en esta escuela, me percibí como un puente de gran importancia”, manifestó.
En ese instante, se percató de que tenía la capacidad de unir dos mundos radicalmente diferentes, dos cosmovisiones quizás opuestas. Los oyentes perciben el mundo de manera distinta a como lo hacen los sordos.
Durante su experiencia como auxiliar en la escuela para sordos, Josué tuvo contacto con los niños sordos y comenzó a perfeccionar su comunicación. Descubrió que las señas que había aprendido en su hogar no eran suficientes para comunicarse con todos los sordos en Perú. Además, enfatizó que dominar el lenguaje de señas no te convierte en un intérprete completo.
“Ser intérprete ya maneja otro sistema, maneja otras reglas, algunos puntos, ética laboral. Comencé como auxiliar y también tuve la oportunidad de trabajar en una iglesia”, comentó.
Durante su tiempo como intérprete en la iglesia, Josué tenía la responsabilidad de interpretar los sermones del pastor mientras predicaba. Esta experiencia lo ayudó a superar el miedo al juicio de los demás.
“No me importa que verían en mí, qué piensen en mí, yo soy solo un puente. Si el que está comunicando está gritando, yo también gritaré, si se pone a hacer una locura, yo también lo haré, cuando estoy en el papel de intérprete, Josué Pozo desaparece, yo solo comunico”, contó.
El intérprete, inmerso en el fascinante universo del silencio, se enorgullece de su pertenencia a esta comunidad y de vivirla en su vida cotidiana. Aunque emplea el español en su rutina diaria, es un joven que tiene claro que su idioma primordial es la lengua de señas, una vía de comunicación que podría adoptar de forma constante. Josué no solo abraza la lengua de señas como parte fundamental de su identidad, sino que también se convierte en un ejemplo inspirador de cómo la diversidad lingüística enriquece nuestras vidas y experiencias cotidianas. Su historia nos recuerda la importancia de valorar y preservar las distintas formas de comunicación que moldean nuestra sociedad.