La muerte es parte inevitable de la vida y uno de los misterios más dolorosos que afrontamos como seres humanos. Desde la antigüedad hubo más de una forma de percibirla y el tratamiento que se le ha dado ha ido variando con el paso de los años, pero también de las culturas y sus concepciones al respecto.
En el Perú las formas también han variado y con la llegada de la religión traída por los europeos, se migró hacia una etapa donde las personas tomaron por costumbre enterrar a sus muertos en las capillas de las ciudades.
No hace falta pensarlo demasiado para concluir en que este tipo de entierros tarde o temprano terminarían causando problemas debido a la gran cantidad de personas que se deberían enterrar en espacios tan reducidos, donde terminaban conviviendo, sin querer, vivos y muertos.
Algunos textos señalan de manera general que en países europeos estos entierros generaban emanaciones de olores putrefactos que infestaban el aire y lo contaminaban con enfermedades a causa de los cuerpos en descomposición. Por ello, durante la colonia, el rey Carlos III ordenó que se hicieran entierros extramuros.
Desafortunadamente, hubo resistencia por parte de los fieles para enterrar a sus muertos lejos de la iglesia debido a temores relacionado al destino final del alma del difunto lejos del espacio santo.
Volviendo a Perú, para 1808 este problema ya se había advertido en Lima, donde se inició la construcción del cementerio Presbítero Maestro, a fin de que la gran ciudad dejara atrás la costumbre de usar los fondos de las iglesias. No pasó mucho tiempo para que en se contemplara también un espacio de esta naturaleza en Cusco. Así fue como se erigió el cementerio más antiguo de la ciudad imperial, llamado Cementerio de la Almudena.
Breve historia
Su construcción data de 1850, debido a la preocupación del entonces presidente del Perú, el mariscal Ramón Castilla, por mantener la salubridad en las ciudades. La orden fue dada por el beato Miguel Medina y el lugar elegido fue el distrito cusqueño de Santiago, zona que colindaba con el antiguo hospital de los Bethlemitas y el templo de la Almudena.
Desde entonces el camposanto, que permanece tal y como se construyó, ha recibido a los difuntos en sus particulares cuarteles y pabellones. Algunos de ellos fueron dedicados para distintas órdenes religiosas como los Dominicos, Agustinos, Carmelitas, Beatas de San Blas, entre otras ya que representaban el poder eclesiástico en tiempos de antaño.
Algunos mausoleos que se pueden encontrar allí tienen un estilo bastante ostentoso y conviven con otros que, por el contrario, son muy sencillos. También cuenta con una capilla que tiene un estilo arquitectónico del siglo XVIII y diversos elementos que adornan las tumbas como gárgolas, ángeles, cúpulas, cruces, columnas, entre otros. Incluso se pueden encontrar osarios y la posibilidad de enterrar a los fallecidos en el subsuelo. También hay llamativos epitafios con sentidos mensajes para aquellos que ya no han de volver.
Frontis de ‘La Almudena’
Llama mucho la atención el frontis del cementerio debido a que tiene una portada imponente con un estilo neoclásico que destaca porque está hecha de piedra y cuenta con hermosos tallados y adornos.
Sobre la portada que da la bienvenida a los visitantes, cuenta la historia que fue hecha con nada menos que con los restos del templo de San Agustín, luego de que el presidente Agustín Gamarra lo destruyera a cañonazos. Por otro lado, también se dice que el frontis de ‘La Almudena’ habría servido como paredón de fusilamiento en algún punto de su historia. Según se cuenta, esto se evidenciaría por las marcas de las ‘balas’ que han quedado talladas en el resistente muro.
Personajes históricos
Un punto destacable de este cementerio, además de lo ya mencionado, es también la cantidad de personajes reconocidos que están enterrados en sus pabellones y mausoleos.
Entre ellos se puede mencionar a Clorinda Matto de Turner, escritora y periodista cusqueña sumamente influyente en su tiempo, o el fotógrafo Martín Chambi, a quien se le recuerda por sus espectaculares retratos especialmente indígenas que mostraban al Perú en sus raíces. También yacen aquí los restos del que alguna vez fuera presidente del Perú por un breve periodo, Serapio Calderón, el dirigente Emiliano Huamantica, entre otros.
Debido a su importancia como una parte vital de la historia del país, el recinto mortuorio fue declarado monumento integrante del Patrimonio Cultural de la Nación mediante Resolución Viceministerial Nº 182-2010. Por otro lado, también cuenta con el escudo azul de la Unesco, lo que permite que sea protegido en caso de desastres o guerras.