Un tema de profundo impacto en miles de peruanos se originó en un momento crítico de la historia del Perú: el conflicto armado interno. Para entender su origen nos remontamos a 1965, Abimael Guzmán emprendió un viaje hacia China, donde se reunió con Mao Tse Tung. Lo que comenzó como un análisis político en esa reunión, según revela el trabajo de investigación La violencia terrorista en el Perú, Sendero Luminoso, y la protección internacional de los derechos humanos de Dora Tramontana Cubas, pronto adquirió un tono profético: Sendero Luminoso.
Los seguidores de Abimael Guzmán no se identificaban con ese nombre. Se autodenominaban el Único Partido Comunista del Perú y exigían ser reconocidos como tal. Sin embargo, la nomenclatura popular los simplificó, y pasaron a ser conocidos simplemente como Sendero Luminoso.
En la década de los setenta, el Perú se encontraba inmerso en problemas políticos que guardaban similitudes con los desafíos que enfrentaban otros países latinoamericanos. La economía dependía en gran medida de recursos naturales como la pesca y la agricultura, mientras que una élite dirigente ejercía un control significativo sobre los mecanismos esenciales de la vida institucional del país
Mecanismos que utilizó Sendero Luminoso
El grupo terrorista utilizó el miedo como un método de control. Llevaban a cabo campañas de propaganda a favor de la lucha armada y emprendían numerosos actos de sabotaje contra los símbolos de los que ellos llamaban el “viejo estado.” Durante la década de los ochenta, realizaron apagones y atentados explosivos, aumentando las acciones de guerrilla internas, las emboscadas a patrullas policiales y los violentos ataques a comisarías. Además, incrementaron los asaltos a camiones de distribución de alimentos.
Según estimaciones oficiales del Registro Único de Víctimas hasta julio de 2019, en el período de violencia 1980- 2000 las víctimas fatales en el país ascendieron a 30 712 personas, en tanto otras 109 223 sufrieron otras afectaciones como desplazamiento, tortura, violación sexual, entre otras.
En estas comunidades, el grupo liderado por Abimael Guzmán enviaba maestros que compartían la ideología del partido, inspirada en la interpretación marxista-leninista radical de Mao Zedong. Su objetivo era inculcar ideas que abarcaban desde la eliminación de la propiedad privada hasta la instauración de un régimen comunista a través de la rebeldía armada.
Ayacucho, foco del Sendero Luminoso
Años de violencia y terror dejaron cicatrices profundas en esta región, y uno de los episodios más triste ocurrió el 27 de enero de 1983 en Uchuraccay, una localidad de Huanta, dentro de Ayacucho. Allí, ocho periodistas de renombre perdieron la vida a manos de militares. La razón oficial: una confusión, los comuneros habían confundido a los periodistas con senderistas.
Sin embargo, este no fue un caso aislado en Ayacucho. En Oronccoy, parte del distrito de Chungui, el terrorismo se hizo presente en 1980. Los grupos insurgentes forzaron a los lugareños a apoyar su causa, y aquellos que se resistieron o se negaron, simplemente eran asesinados. Los sobrevivientes relatan que la violencia no solo provenía de Sendero Luminoso, sino que también las fuerzas de seguridad señalaban a los habitantes como presuntos miembros del grupo terrorista.
En ese escenario desolador, los militares desplegaron una violencia igualmente brutal. Golpizas, violaciones, asesinatos y masacres colectivas se volvieron moneda corriente. La población quedó atrapada entre dos fuegos, y la comunidad se redujo significativamente.
Félix Oscco, exalcalde de Oronccoy, contó para BBC Mundo su primer encuentro con los militares: “En 1984 yo tenía 10 años. Una mañana mi hermano y yo jugábamos con una pelota de trapo cuando de repente apareció un helicóptero. Jamás había visto eso en mi vida, pensamos que era un ave”, eran militares que llegaron al lugar para combatir a la guerrilla comunista.
No obstante, las tropas peruanas rara vez hacían distinciones; cualquier habitante de la sierra era considerado un potencial senderista. El exalcalde añade: “Nos escondimos entre pajas y vimos que del helicóptero salieron militares armados. Recorrieron la comunidad disparando a todo lo que encontraban, ya fueran animales o personas. Subieron a las casas más altas y de ahí comenzaron a bajar, quemando, incendiando todo. Fue como un terremoto”.
Oronccoy, en los mapas de las fuerzas armadas, se destacaba como uno de los principales focos rebeldes de Ayacucho. Esto llevó al establecimiento de una base militar en el cercano pueblo de Chungui, donde, junto a los campesinos sublevados, se cometieron masacres horrendas.
El antropólogo Jiménez Quispe señala:“Aquí la gente tradicionalmente vestía con colores rojos, y solo eso servía al ejército para señalarlos como terroristas y ejecutarlos. También mataban para robar el ganado a los comuneros”. Además, el experto asegura que en este sombrío capítulo de la historia, los militares se llevan la carga de la mayoría de los asesinatos cometidos durante el conflicto.
Oronccoy, ciudad con cicatrices
En la década de los años 80, Oronccoy albergaba a unos 500 habitantes. Hoy, apenas superan los 200. Este lugar, de difícil acceso, se ubicaba a varias horas de viaje a través de ríos y senderos boscosos, ya que no existían carreteras. Sus residentes se sostenían gracias a la ganadería y la agricultura de subsistencia. El idioma quechua era su lengua predominante, y gran parte de ellos carecía de habilidades de lectura y escritura.
El conflicto devastador provocó que muchos campesinos huyeran hacia otras regiones, mientras que otros optaron por la resistencia. Entre estos últimos se encontraba el abuelo de Zoraida Rimachi, una joven de 33 años que, aunque nació después de la violencia, siente la necesidad de compartir con BBC Mundo la dolorosa historia de su familia.
“Mi abuelo era una especie de líder comunitario entre los campesinos. No estaban de acuerdo con Sendero Luminoso y se organizaron en una especie de autodefensa”, relata Zoraida.
En una tarde de 1984, los senderistas llegaron a la casa en busca de su abuelo, pero este había salido previamente. “Mi abuela estaba en casa sosteniendo a un bebé en brazos y cuidando a otro niño de tres años, que eran mis tíos. Los senderistas la violaron, asesinaron a todos y prendieron fuego a la vivienda”, revela con amargura.
Una semana después, el abuelo de Zoraida y otro de sus tíos fueron asesinados. A lo largo de todo el conflicto, ocho familiares directos de Zoraida perdieron la vida, personas a las que nunca tuvo la oportunidad de conocer.
La mayoría eran niños
Valentín Rimachi camina con pasos lentos hacia los pequeños ataúdes blancos alineados en la plaza de Oronccoy. En su rostro, los años y el dolor se reflejan de manera profunda. La edad ya no importa, pero lo que nunca olvidará es el día en que los militares llegaron y arrebataron la vida de su esposa y seis hijos, el menor de ellos tenía apenas dos meses de edad.
El viudo observa en silencio mientras los expertos forenses extraen fragmentos óseos de bolsas marcadas con nombres y los colocan con cuidado en los ataúdes correspondientes. Con ojos vidriosos y hablando en quechua, traducido por un joven de la comunidad, Rimachi logró escapar de la muerte ese fatídico día cuando los militares tomaron la vida de su familia.
Los restos de 31 víctimas, asesinadas durante el conflicto armado entre el Estado peruano y el grupo Sendero Luminoso, que devastó el país desde 1980 hasta mediados de los años 2000, fueron entregados a sus familias. De estas víctimas, 22 eran niños, incluyendo diez menores de cinco años. Esto evidencia la brutalidad con la que la población fue atacada en Oronccoy, una comunidad campesina remota situada a 3,394 metros sobre el nivel del mar, en el epicentro de un conflicto armado interno que marcó el fin de décadas de terror.
Final de décadas de terror
La captura de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, por parte de la Dircote, sin disparar un solo tiro, puso fin a la pesadilla. Después de meses de paciente búsqueda de inteligencia, análisis y vigilancia de numerosos sospechosos, se logró encontrar el escondite de Guzmán.
A pesar de recuperar la paz, Oronccoy nunca volvió a ser lo mismo para su población, que quedó traumatizada. Efraín Calle, el actual alcalde del pueblo, señala que las familias quedaron fragmentadas, lo que impidió el desarrollo del pueblo. Las secuelas psicológicas aún persisten entre aquellos que se quedaron, como la familia de Zoraida.