Octubre ha llegado y con él miles de personas se preparan para realizar diferentes actividades, especialmente de carácter religioso relacionadas con el Señor de los Milagros.
Este mes tiene la particularidad de ser conocido como el ‘mes morado’, por los hábitos de ese color que suelen usar los fieles católicos; sin embargo, también es llamado el ‘mes de los temblores’, hecho que ha ocasionado que muchas personas, especialmente las que han vivido sismos en el pasado, tengan cierto temor, ya que consideran que hay una alta posibilidad de que la tierra vuelva a temblar durante este mes.
Pero, ¿qué pasó para que octubre ganara esa curiosa asociación con los movimientos telúricos? Descúbrelo a continuación.
Mes de los temblores
Existe una realidad innegable: el Perú es altamente sísmico y constantemente está expuesto a la posibilidad de sufrir un evento telúrico de gran magnitud.
Esto responde principalmente a que la zona en que nos encontramos, llamada también el Cinturón de Fuego del Pacífico, registra casi el 90% de la actividad sísmica en el mundo y alberga a casi el 75 % de los volcanes activos del planeta. Este espacio tiene además placas tectónicas como la de Nazca, que está en constante movimiento y desencadenan estos eventos telúricos, muchas veces violentos y destructivos.
Aunque el momento exacto en que van a ocurrir los temblores no es algo que el ser humano pueda predecir hasta hoy con exactitud, muchas personas creen que octubre es el tiempo en que se suscitan con más frecuencia.
La razón de esto es que terremotos de gran magnitud que ocurrieron en el pasado se dieron durante este mes, incluyendo el más fuerte que azotó la capital en de 1746 y registró 8,8 grados.
A ese sismo hay que sumarle el que sacudió Lima el 17 de octubre de 1966, que fue de 7.7 grados, y el ocurrido el 3 de octubre de 1974, también de 7.7 grados. Estos desastres alimentaron la creencia de que octubre era el mes en que se registraban más temblores y terremotos en el Perú.
Esta creencia siguió creciendo pese a que han ocurrido terremotos de gran intensidad en otros meses, como el del 31 de mayo de 1970, que sepultó a la ciudad de Yungay, en Áncash.
Sin embargo, eso no ha sido suficiente para dejar de lado la creencia popular, principalmente porque estos desastres han tenido gran impacto en las personas que han heredado el mito de generación en generación. Una mera coincidencia que le ha costado caro al ‘mes morado’, ya que la percepción que la población tiene de él se relaciona con los sismos.
Por otro lado, un factor importante a tener en cuenta es el religioso. Desde la antigüedad muchas culturas veían a los terremotos como castigos por parte de sus deidades. Tal es el caso de los antiguos pobladores del Perú, quienes aseguraban que el dios Pachacamac controlaba los movimientos de la tierra y solo él era capaz de aplacarlos.
La creencia acerca del poder destructivo de la ira de un dios era tan grande que los Incas decidieron incorporarlo a su cosmovisión una vez conquistadas las zonas de la costa donde se le rendía culto.
Los tiempos han cambiado ahora, pero parte de este pensamiento ligado a la religión ha permanecido, ya no con varios dioses, sino enmarcado dentro del cristianismo que vino junto con los barcos españoles en la etapa de la conquista.
Corría el año 1655 y un fuerte terremoto azotó Lima. Para asombro de muchos, un viejo mural de adobe pintado a temple, que contenía la imagen de Cristo crucificado flanqueado por el sol y la luna, quedó de pie en la zona de Pachacamilla. Esto fue considerado un ‘verdadero milagro’, ya que el lugar estaba hecho pedazos.
Los años pasaron y tras un largo abandono, la imagen empezó a ser venerada por un grupo de devotos y comenzó a convertirse en el centro de un culto sólido que contó con el apoyo de personajes de la época, quienes ayudaron a consolidar la fe.
En 1687 la ciudad fue nuevamente golpeada y destruida por un terremoto, quedando nuevamente de pie este mural. Fue justamente en ese año donde una copia de la imagen salió por primera vez en procesión.
Ante el ánimo golpeado de la población limeña, la imagen del Cristo Moreno fue un bálsamo de alivio para la ciudadanía, que la ungió como su protector. Desde entonces, una gran cantidad de fieles se ha sumado a la idea de que octubre es el mes de los temblores y ha planteado la fe como un camino para pedir la protección del Señor de los Milagros frente a estos desastres naturales.
¿Mito o realidad?
Tras contar la historia del origen de la frase ‘octubre, mes de los temblores’, queda claro que existe más mito que realidad en la idea de que los sismos ocurren sobre todo en este mes. Esto explica Hernando Tavera, presidente ejecutivo del Instituto Geofísico del Perú (IGP):
“Los terremotos siempre vuelven con el tiempo por ser parte de la continua evolución del planeta que habitamos. Con el pasar de los años, es posible que los niños que no fueron dañados por el terremoto de Pisco ocurrido el 15 de agosto del 2007, den vida a un nuevo mito: en Pisco los terremotos ocurren en agosto, entonces debemos viajar y establecernos en Lima, y llegado el mes de octubre, nuevamente regresar a Pisco; si esta es la lógica, pues estaríamos viajando por todo el Perú. Los terremotos, simplemente, ocurren cuando y donde deben ocurrir”.
Por esa razón, Tavera resalta la importancia de dejar de lado los mitos y procurar mantener las acciones de prevención durante todo el año, ya que un sismo de gran magnitud para Lima no es algo que ‘podría ocurrir’, sino que es un hecho que pasará, pero no se sabe exactamente cuándo.
Esto se debe principalmente a que se ha acumulado gran energía en las placas tectónicas producto de un silencio sísmico que tiene más de 275 años en Lima.
En tal sentido, el panorama para la ciudad podría ser un movimiento violento de magnitud 8.8, por lo cual se vienen haciendo esfuerzos para tener un Sistema de Alerta Sísmica que podría dar unos segundos de tiempo a las personas para abandonar sus hogares en un eventual desastre.
Terremoto de 1746
Cabe mencionar que la ciudad de Lima afrontó durante 1746 el terremoto más fuerte que se ha registrado en su historia. El movimiento, que empezó a las 10:30 p.m. un 28 de octubre, remeció la ciudad y se desató el caos.
Solo 25 casas de las 3.000 que habían en la capital quedaron de pie, mientras que la cifra de muertos ascendía a 1.141. Como si no fuese suficiente, el Callao fue destruido por un tsunami que mató a 1.800 de sus 5 mil habitantes. Un capítulo de la historia que podría repetirse si no se toman las acciones de prevención necesarias.