La medicina ha avanzado a pasos agigantados durante los últimos años, aprendiendo de sus errores y realizando nuevos descubrimientos que le han permitido disponer de novedosas herramientas para salvar la mayor cantidad de vidas y luchar contra enfermedades que antes representaban una sentencia de muerte ineludible y casi segura.
Algunos de sus campos de estudio, como la psiquiatría, también se han sumado a ese avance, en línea con la renovada preocupación por la salud mental de la población, especialmente luego de las situaciones extremas y difíciles vividas durante y después de la pandemia por la Covid-19.
Sin embargo, retrocediendo en el tiempo, luego de ocurrida la Independencia del Perú en 1821, se vivía un contexto muy distinto al actual y el área de salud mental era posiblemente una de las menos conocidas.
Rodeados de creencias y prejuicios principalmente de carácter religioso, las personas con males mentales iban por la vida siendo tildados de ‘locos’ o, incluso, de personas poseídas por el ‘demonio’.
En aquellas décadas, que tuvo momentos convulsionados, también se respiraba un aire de optimismo por los nuevos tiempos de prosperidad resultado de la llamada ‘Era del Guano’, que entre 1845 y 1866 fue el motor que movía la industria agrícola. Por ello, se requería una infraestructura urbana que le diera a la ciudad de Lima cierto estatus.
Así, se construyeron importantes obras y recintos en la ciudad, como la primera penitenciaría o el primer manicomio, exclusivo para atender a pacientes con padecimientos psiquiátricos, conocido como el Hospital de Amenes u Hospital de la Misericordia.
Las ‘loquerías’ en Lima
Es importante mencionar que previo a la construcción de ese hospital, existieron en la ciudad las llamadas ‘loquerías’. Estos espacios se encontraban en el Hospital San Andrés y el Hospital de la Caridad.
Ambos eran nosocomios coloniales que, aunque tuvieron una atención favorable para las personas con problemas mentales en su momento, en plena era de la independencia ya no podían ofrecer un servicio adecuado; por el contrario, las autoridades estatales y los especialistas advirtieron en más de una ocasión sobre las precarias condiciones en que funcionaban.
Uno de los relatos sobre la forma en que las personas con padecimientos como esquizofrenia, demencia, entre otros, eran ‘atendidas’ en estos establecimientos pertenece al médico José Casimiro Ulloa.
“Al ver el semblante de estos desdichados recostados en inmundos colchones sobre el suelo o sobre gruesas tarimas, encerrados a pares en estrechas y húmedas celdas, sin más mueble que las vasijas de barro indispensables a sus más apremiantes necesidades, al verlos atados a las paredes de ellas con cadenas de hierro, o colocados sus pies en un cepo, al mirarlos vagar por un corredor estrecho, sin otro cuadro a que volver los ojos que el espectáculo de las desgracias de sus compañeros de cárcel, no hemos podido alejar de nuestra memoria el recuerdo de las lastimosas escenas de que hemos hecho mención”, dijo José Casimiro Ulloa.
Así, en esa época las personas con trastornos mentales eran abandonadas a su suerte por sus familiares en las ‘loquerías’ y tratadas de maneras infrahumanas, sin aseo, amarradas y con poco o nada de alimento. Un pobre entendimiento de la salud mental que estuvo cargado de maltratos.
Cabe mencionar que la Sociedad de Beneficencia de Lima tenía a su cargo todo el sistema hospitalario del país en la época de la República.
Fundación del Hospital de la Misericordia
El sueño de construir un manicomio para Lima requería de expertos en la materia, por lo cual el Estado envió a un grupo de médicos a capacitarse sobre temas de salud mental a Francia. En la delegación de especialistas estaba incluido el reconocido José Casimiro Ulloa, quien volvió del país europeo con nuevos conocimientos en el campo de la psiquiatría.
Así, ante el constante colapso de las ‘loquerías’, la preocupación y denuncias, se contempló la creación de un manicomio.
Dicho sueño se materializó en diciembre de 1859 con la creación del Hospicio de la Misericordia, conocido también como hospital de Insanos o de Amentes, o Manicomio del Cercado, en la Quinta Cortés del barrio del Cercado, espacio que había funcionado antes como un cuartel y perteneció a los Jesuitas. Al ser inaugurado, su capacidad alcanzaba pra atender a 153 enfermos, 76 hombres y 77 mujeres.
“Los pacientes estaban divididos en 4 áreas o cuarteles, a saber: 1 locos tranquilos; 2 excitados; 3 idiotas epilépticos e inmundos y 4 furiosos. Esta clasificación al decir de Casimiro Ulloa permitiría a los pacientes que en un futuro no muy lejano puedan nuevamente volver a la sociedad como hombres de bien”, sostiene un artículo de Antonio Coello Rodríguez para “Revista de Arquitectura”
Por otro lado, una memoria perteneciente al Ministerio de Justicia, Instrucción Pública y Beneficencia, de 1858, manifiesta la importancia que tuvo este nuevo manicomio:
“Las antiguas casas de insanos que no representaban otra cosa que calabozos insalubres y mortíferos donde se encerraba sin esperanza alguna a esos desgraciados, dejarán muy pronto de existir reemplazándose con una hermosa casa perfectamente cómoda y situada en el Cercado, donde los insanos de ambos sexos disfrutaran de aire libre y perfumado con las flores de los jardines y de una regular huerta, atendiéndoseles de la manera más solícita en todas sus necesidades y colocados todos bajo diversos métodos curativos, por profesores de ciencia acreditada, para conseguir que algunos sean curados y vuelvan al ejercicio de sus facultades mentales. La obra emprendida ha sido muy costosa y terminará con el auxilio de 50000 pesos que llegó a la Beneficencia D. Miguel Ugarte. (...) una mejora que imperiosamente demandaba la triste condición de los seres más desgraciados de la sociedad”.
Funcionamiento y decadencia
Por supuesto, el director del hospital psiquiátrico no podía ser otro que José Casimiro Ulloa. Un texto de la Gaceta Médica de Lima da mayores detalles sobre la nueva estructura para los enfermos mentales:
“Las ‘loquerías’ de que nos ocupamos forman un solo edificio con dos cuerpos, constituyendo una ‘loquería’ mixta para enajenados de ambos sexos y capaz de contener en su recinto una población de ciento sesenta enfermos.(...) Ella, como se sabe, no ha sido edificada desde sus cimientos, sino que, primitivamente una quinta, se han hecho en ella las construcciones y reformas necesarias para apropiarla a su destino. Esta desgraciada circunstancia hace que dicha loquería no satisfaga cumplidamente su objeto y presente imperfecciones en su construcción que no es fácil remediar”.
Esta realidad difícil de ignorar se evidenció con el pasar del tiempo. A solo cuatro meses de empezar a funcionar, Ulloa nuevamente mostraba preocupación por la falta de espacio. El hospital finalmente colapsó y se encontraba hacinado, sin poder ofrecer los servicios básicos para personas con diversas enfermedades. Esto ocurrió principalmente por falta de fondos.
El director del hospital falleció hacia 1891 y fue reemplazado por Manuel Antonio Muñiz, quien años antes había expresado su opinión frente a este manicomio.
“Se puede decir, sin exagerar, que el manicomio de Lima, ni en su principio ni aún con sus mejoras posteriores, satisface las múltiples exigencias científicas. Y hasta duro es decirlo no merece el nombre de hospital de insanos”, había sentenciado Muñiz, quien falleció dos años después.
El panorama en el hospital no era diferente de las anteriores ‘loquerías’. Los enfermos eran ‘atendidos’ nuevamente en condiciones infrahumanas.
Detalla el artículo especial “El tratamiento moral y los inicios del manicomio en el Perú”, que en 1913 llegó hasta la capital el profesor argentino Domingo Cabred, quien tras su visita al Hospital de la Misericordia, “al contemplar tanta miseria, tanta inmundicia, tanta desidia, (…) hizo una hoguera con las jaulas, los cepos las camisas de fuerza, los grilletes y demás materiales de tortura, cuyas llamas iluminaron muchas conciencias”.
Pese a sus graves carencias, el establecimiento continuó funcionando durante el siglo XIX, hasta que finalmente entrado el siglo XX, en 1918, fue trasladado hacia otro recinto conocido como el Asilo de la Magdalena.
Este espacio sigue funcionando hasta nuestros días, pero bajo el nombre de Hospital Victor Larco Herrera, ubicado en el distrito de Magdalena del Mar. Su creación se dio como parte de una donación de un altruista hacendado cuyo nombre se usó para el nosocomio en honor a su acción desinteresada.
La historia siguió su curso y el local que solía albergar al Hospital de la Misericordia pasó a ser sede de la Escuela de la Guardia Civil y de Policías, para luego albergar al colegio Alipio Ponce Vásquez, desde 1977 hasta el día de hoy.
Las miradas perdidas y los gritos de quienes pasaron sus vidas rodeados de las paredes de este recinto fueron reemplazados por un melancólico silencio, y más tarde por uniformes y disciplina. Sin embargo, si esas antiguas paredes hablaran seguramente darían cuenta de las angustiosas memorias que tienen relevancia, ya que forman parte de uno de los capítulos más importantes de la historia de la medicina peruana.