Cada mes de octubre, Lima es escenario de uno de los cultos católicos más representativos: la procesión del Señor de los Milagros. Esta tradición reúne a miles de fieles, no solo en nuestra capital, sino en diversas partes del mundo donde también se realizan estas procesiones. Es notable la presencia de la hermandad del ‘Cristo de Pachacamilla’ en la organización de estas actividades religiosas.
Durante la procesión, es común ver a los devotos vestidos de morado en honor al ‘Cristo Moreno’. Una descripción del 24 de octubre de 1914 en la revista Variedades decía:
“En este año, la concurrencia a la tradicional procesión del Señor de los Milagros fue notablemente numerosa. Uno de los pocos vestigios del antiguo Lima es esta procesión con sus capas moradas y sus sahumadores de plata. Son días de turrones, de cordones blancos, de niños con el hábito nazareno. La procesión revive la legendaria época de una Lima más próspera. En los balcones resplandecen antiguos brocados y se aprecian bandejas con vistosas ofrendas.”
La historia del hábito morado
La costumbre de vestir de morado en honor al Señor de los Milagros viene de muchos años atrás. Pero, ¿cuál es el origen de esta tradición tan arraigada en la cultura peruana? La respuesta nos lleva a una historia de fe, devoción y una aparición milagrosa que cambió la vida de una mujer originaria de Ecuador llamada Antonia Maldonado.
La historia comienza cuando esta ecuatoriana llegó desde Guayaquil a Lima, tratando de comenzar una nueva vida. Sin embargo, su madre la obligó a casarse sin su consentimiento con un hombre adinerado llamado Alonso Quintanilla. A pesar de que el amor no existía en esta unión arreglada, Antonia se convirtió en esposa y juntos se mudaron al Callao.
Trágicamente, la vida del esposo se vio truncada por una enfermedad extraña y meses después de su diagnóstico, falleció. Ante esta pérdida, la guayaquileña tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre: dedicar sus días a servir a Dios.
El nacimiento de una tradición
La historia contada por los fieles refiere que una noche, mientras Antonia Maldonado rezaba con fervor, tuvo una visión extraordinaria: vio a Cristo vestido con una túnica morada y una corona de espinas en la cabeza. Lo que sucedió a continuación la dejó atónita.
Según su relato, escuchó una voz celestial que le indicó que esta vestimenta morada debía ser entregada para ser usada por otras almas. Cristo le dijo: “Yo te doy mi traje con el que anduve por el mundo. Estímalo, porque a nadie le he entregado mi santa túnica”.
Con el paso de los años, la creyente ecuatoriana se convirtió en la fundadora de un beaterio en el Puerto del Perú, al que llamó Colegio de Nazarenas. Allí comenzó a utilizar el hábito morado, siguiendo el mandato divino que había recibido en aquella visión milagrosa. La popularidad de este tradicional traje creció, llegando a los mayordomos del monasterio del Señor de los Milagros y a los devotos.
Detalles del hábito morado
Existen dos versiones de este hábito que los peruanos lucen con orgullo durante el mes de octubre. En el caso de los hombres, la túnica tiene dos aberturas a la altura de los brazos y no lleva mangas, sobre la cual se coloca el capote. Además, se ata con un cordón blanco a la cintura, que simboliza el cautiverio de Cristo en el Calvario.
En contraste, el hábito de las mujeres tiene una longitud que llega por debajo de la rodilla, mangas incorporadas y el cordón se ubica en la zona de la cintura. Algunas damas complementan su atuendo con un velo blanco, característico de las sahumadoras y cantoras.
Un elemento infaltable en este atuendo es el detente con la imagen del Señor de los Milagros, que se coloca a la altura del corazón, recordando la devoción y la fe que inspira esta tradición centenaria.
La historia del Señor de los Milagros
Hace más de tres siglos, en una humilde ermita donde los afrodescendientes de Lima se reunían, una imagen se alzaba en una simple pared de adobe. Hoy en día, el Señor de los Milagros es una devoción latente en el corazón de los peruanos, pero su historia está marcada por momentos de desafío y fe inquebrantable.
En 1655, un devastador terremoto sacudió Lima y Callao, dejando a su paso destrucción y dolor. Templos y viviendas quedaron reducidos a escombros, y miles de vidas se perdieron. Sin embargo, en medio de la devastación, la imagen del Cristo en esa modesta pared de adobe permaneció milagrosamente intacta. Este acontecimiento fue el punto de partida para las reuniones nocturnas de veneración a la imagen, una tradición que ha perdurado hasta nuestros días.
A medida que crecía la devoción, hubo intentos de borrar la imagen y prohibir las reuniones en su honor. El párroco de San Sebastián, José de Mena, preocupado por su creciente popularidad, solicitó la intervención del Virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, el Conde de Lemos, con la intención de eliminar la imagen y detener las concentraciones, argumentando que iban en contra de las prácticas religiosas de la época.
La respuesta de la comunidad fue un firme rechazo. Se negaron a permitir la eliminación de la imagen que consideraban sagrada. Según cuenta la leyenda, el primer pintor que intentó borrar la imagen se vio sobrecogido por temblores y escalofríos al subir hacia ella. Otro hombre, al acercarse a la imagen, desistió después de presenciar algo inexplicable en ella.
Finalmente, un valiente soldado subió y experimentó algo extraordinario: la imagen pareció volverse aún más hermosa frente a sus ojos, y la corona de espinas adquirió un tono verde. Frente a la persistente insistencia de las autoridades por borrar la imagen, la gente expresó su desacuerdo, lo que llevó al Virrey y al Vicario Ibarra a revocar la orden.
Tras el fallido intento de eliminar la imagen, el Virrey Fernández de Castro autorizó oficialmente su culto. Se construyó una ermita provisional en el lugar y el 14 de septiembre de 1671 se celebró la primera misa oficial, con la presencia de autoridades eclesiásticas y civiles. El culto al Señor de los Milagros comenzó a extenderse, y la imagen se convirtió en el Santo Cristo de los Milagros o de Las Maravillas.
Pasaron más de 120 años desde la primera aparición de la imagen en la capilla hasta que su culto se consolidó con la inauguración de un santuario a fines del siglo XVIII. Durante ese tiempo, múltiples homenajes y devociones fueron rendidos a esta imagen milagrosa por autoridades civiles y eclesiásticas, marcando la devoción del pueblo peruano.