Puedo ver desde acá lo que me inspira a escribir estas líneas: dos paneles con estereotipos clarísimos que demuestran cómo se maneja, muchas veces, la publicidad en el Perú.
Este artículo no pretende dar una opinión de un hecho concreto y reciente, como he tratado de hacer en otros escritos. Este es inactual. Quiero decir con esto, y con cierta vergüenza, que pudo haberse publicado, con muy pocas variaciones, el siglo pasado. Y es que en Comunicación, mirando los estereotipos que no cambian, las cosas deberían haber avanzado bastante más.
Esta visión de izquierda y derecha de la publicidad del “zanjón” (como le dicen en Lima a esta gran grieta de vía rápida que parte la ciudad) me muestra, de un lado, una enorme publicidad exterior vertical de una financiera, en la que un conductor aspira a un préstamo no muy ambicioso. ¿Cómo es este hombre? Pues, mestizo. Del lado de enfrente, un panel apaisado y moderno (de unos 7 x 14 metros) exhibe en primer plano las últimas zapatillas para adolescentes; y, claro, estas dejan ver dos pares de tobillos claramente caucásicos.
Todo esto me remite a más de treinta años atrás cuando, al poco tiempo de que mi familia y yo llegáramos de Argentina, Marcela Conroy, gran productora, joven y entusiasta, capturó a mi padre comprando en un supermercado. Él tenía, en ese momento, 39 años, el pelo rojizo y unos enormes ojos celestes, que aún conserva, claro. Ahí empezó, mi viejo, a ser el padre peruano por excelencia en más de 60 comerciales. Pensé inocentemente que, décadas después, y viendo algún avance y protestas de personas afrodescendientes por desatinados comerciales de colchones (y Valeria Mazza rodeada de niños arios), las cosas serían, no vagamente, sino radicalmente distintas. El calzado caro para un tipo de persona y los préstamos de poca monta para otra ¿en un país tan diverso cómo este? Parece que no aprendimos nada.
¿Qué tal si nos tomamos el trabajo de ver La reina Cleopatra en Netflix? es polémica sí, pero el director se toma la licencia de mostrar a una de las mujeres más poderosas de la historia universal del color que le dio la gana y esa es una forma de decir que la “raza” es lo que menos importa, ahí está su valor.
Por lo menos, nos aleja de seguir comprando la idea que Cleopatra era esa anglosajona de ojos violeta a la que le decían Liz.