Para comprender el origen de los vendedores ambulantes en Lima, es necesario explorar la rica historia de la ciudad y los factores socioeconómicos que han influido en esta forma de comercio informal.
Desde tiempos coloniales hasta la actualidad, los vendedores ambulantes han desempeñado un papel crucial en la vida cotidiana de la capital peruana. En este contexto, podemos analizar cómo la migración, la urbanización, las tradiciones culturales y las oportunidades económicas han contribuido a la aparición y evolución de los vendedores ambulantes en la capital peruana a lo largo de los años.
Inicios del comercio ambulatorio
En tiempos antiguos, previos a la llegada de los españoles, se practicaba un tipo de comercio estacional que coincidía con festividades específicas. Esta actividad económica se basaba en el trueque de bienes, ya que no se utilizaba una moneda como medio de intercambio, por el contrario el sistema de cambio fue el maíz, un producto muy valorizado durante la época.
En el siglo XVI, con la llegada de la conquista española, se introdujo el uso de la moneda, lo que marcó el comienzo de los mercados hispanos que se establecieron como puntos de comercio en las principales plazas públicas. Estos cambios dieron lugar a la aparición de los pregoneros, que fueron los primeros vendedores ambulantes que recorrían las calles, en su mayoría españoles empobrecidos.
Con el tiempo, se sumaron a este escenario las castas e indígenas, y cada vendedor comenzó a ofrecer productos especializados. Desde la conquista española hasta la independencia, el epicentro del comercio en Lima era la Plaza Mayor, también conocida como la Plaza de Armas. Tanto los vendedores ambulantes como los que tenían puestos fijos se congregaban allí, y la afluencia de personas se incrementaba en las festividades.
Uno de los productos más destacados en estos mercados era la mazamorra morada, y la característica distintiva de este espacio era el bullicio y los conflictos entre el comercio formal e informal.
Tipos de ambulantes en el periodo colonial
El mercachifle: Es el típico vendedor ambulante que comercializa sus productos al por menor transportándose en una mula o cargándolos en su hombro o pecho. La mayoría de estos individuos eran esclavos o indígenas. En ocasiones, el dueño del esclavo le proporcionaba mercancía para que la vendiera y así obtener ganancias. Estos comerciantes ambulantes se ubicaban en lugares como la Plaza Mayor, la calle Mercaderes, la calle de las Mantas, la plaza San Francisco, la calle Bodegones, la calle del Palacio y la calle Santo Domingo.
La recaudera: La famosa vendedora de la plaza. Tenía una variedad de productos entre ellos perecibles o viandas de comida. Ellas solían estar en el suelo o en algún puesto pequeño.
El regatón: Se refería a un comerciante que actuaba como intermediario entre el productor y el comprador, encargándose de negociar el precio al máximo posible. Este papel era mal visto durante la época virreinal del Perú, es por eso que el virrey Manuel Amat llevó a cabo medidas de control debido a la especulación de precios.
Un hecho llamativo es el rol de Ambrosio O’Higgins —padre de Bernardo O’Higgins—, quien en esa época era un vendedor ambulante que llegó desde Irlanda al Perú para comercializar una amplia variedad de productos transportados en su mula. Posteriormente, ascendió a la posición de virrey.
Los pregoneros por Ricardo Palma
En la obra literaria “Con días y ollas venceremos” de Ricardo Palma, se hace referencia a los pregoneros como una manera de aludir a los vendedores ambulantes. Asimismo, se destacan algunos de estos vendedores, como la tisanera, quien ofrecía una bebida preparada con limón y cáscara de piña, pero su venta estaba restringida exclusivamente a mujeres. Por otro lado, el antero vendía una bebida con base en vino de almíbar, canela y otras frutas, pero su comercialización era exclusiva para hombres y solo se realizaba por las noches.
Un aspecto particular que se menciona en el libro y que se refleja en la obra de Pancho Fierro es que el comercio de anticuchos era llevado a cabo por un hombre, en contraposición a la tradición generacional que generalmente asocia este oficio a las mujeres.
Mercado Central de Lima
En la mitad del siglo XIX, bajo el gobierno de Ramón Castilla, se inauguró el Mercado Central de Lima con el propósito de descentralizar los puntos de venta en la ciudad y modernizarlo. Sin embargo, poco después de su apertura, sus alrededores se llenaron de vendedores ambulantes y puestos de comida, convirtiéndolo en un lugar lleno de desechos, por lo que el mercado enfrentó problemas por falta de higiene.
A principios del siglo XX, debido a las preocupaciones sobre la falta de higiene, este lugar fue demolido, pero en 1903 se reconstruyó y se convirtió en uno de los mercados más modernos de la época, logrando abastecer a los habitantes de Lima con productos básicos.
Lamentablemente, en 1964, un incendio devastador arrasó con todo el edificio, pero años después, Luis Bedoya Reyes supervisó la construcción del actual Mercado Central, que lleva el nombre de Mercado Gran Mariscal Ramón Castilla.
Éxitos casos de comerciantes ambulatorios
La migración desde las zonas rurales hacia la capital experimentó un aumento significativo, lo que llevó a un crecimiento extraordinario del comercio informal. Este fenómeno condujo a la creación de la Asociación Nacional de Vendedores Ambulantes en el Perú, cuyo propósito era unificar y organizar a los comerciantes ambulantes de todo el país, así como la Federación Departamental de los Comerciantes Informales de Lima.
El comercio ambulatorio se produjo por el crecimiento de la demanda urbana que era cubierta por los vendedores informales, el gobierno pudo hacer muy poco para encarar estas ventas. Sin embargo, hubo experiencias exitosas que articularon de manera eficiente la venta ambulatoria en la ciudad.
Por ejemplo, Polvos Azules destacó como un caso notorio, donde los comerciantes comenzaron vendiendo sus productos en el piso, lo que se conoció popularmente como un “bazar en el suelo”. Con el tiempo, el campo ferial se convirtió en el mercado más concurrido de Lima, y los vendedores ambulantes prosperaron como comerciantes exitosos.
Sin embargo, el 1 de enero de 1993, un incendio devastó por completo el emporio de Polvos Azules, lo que obligó a los comerciantes a abandonar el lugar. Después de la tragedia, fueron reubicados en La Victoria, donde permanecen actualmente, convirtiéndose en uno de los mercados más exitosos.
Varios casos similares, como el de Las Malvinas, Caquetá, Ceres, entre otros, muestran cómo, con el apoyo de las autoridades municipales, los comerciantes ambulantes lograron dejar las calles y establecer conglomerados comerciales regulados.