La realidad que conocemos hoy dista mucho de lo que se solía vivir durante épocas más antiguas, específicamente en el Tahuantinsuyo, cuando el país era gobernado por el gran Inca, hijo del Sol; y las leyes que imperaban eran mucho más estrictas. La aplicación de la justicia por aquellos días venía con castigos que podían llegar desde una variedad de reprimendas físicas hasta la pena de muerte.
Muchas personas se preguntan cómo sería retroceder a aquellos años, sin embargo, algo que se conoce poco es que dentro de las diferentes acciones que ameritaban un castigo estaba también ociosidad, que no solo era algo mal visto como lo es hoy, sino que se aplicaban severas penas para quienes se animaban a tan siquiera pensar en pasar una temporada sin oficio por voluntad propia.
La ociosidad, palabra que encuentra significado en el mero hecho de no tener ocupación alguna, o como lo describe muy bien la Real Academia Española, condición de ocioso o inútil, tenía muchas implicaciones en la época del Incanato. Para entender esto, es necesario comprender el estilo de vida de la población por aquel entonces.
La importancia del trabajo en el Tahuantinsuyo
Según se explica la fuerza de trabajo era para los incas un referente de riqueza, y no es de extrañar, ya que la economía se basaba principalmente en la agricultura, la ganadería y la minería. Tres ejes que más que requerir inversión monetaria, necesitaban mano de obra que pudiera mover la ‘maquinaria’ productiva.
Cada miembro de una familia representaba el aumento de la fuerza de trabajo en el hogar, y por lo tanto, una mayor capacidad para realizar los procesos productivos que requerían las faenas mencionadas.
Por otro lado, el trabajo era obligatorio, no solo opcional, y se realizaba de forma colectiva y simultánea entre todo el ayllu. No había lugar para la ociosidad, el desempleo y sus derivados, todos debían trabajar aunque la tarea fuese considerada pequeña. La historiadora María Rosworowski señala que en algunos valles sumamente empobrecidos, donde la producción era mínima, el inca dictaminó que se tributase con canutos de piojos vivos. El objetivo era asegurar la higiene en el poblado y mantener a las personas ocupadas.
Cabe destacar que hoy en día el trabajo, especialmente el que es exhaustivo, es visto como algo reservado para las clases trabajadoras y que necesitan sobrevivir, sin embargo, el los días del Tahuantinsuyo, el trabajo venía incluido en el mero hecho de nacer, por lo tanto, cuando se dice que todos debían trabajar, esto incluía a las clases altas y la nobleza. Únicamente podrían estar exentos de labores las personas enfermas, los ancianos y los niños.
El cronista Felipe Guamán Poma indicó los niños podrían haber realizado trabajos que se ajustaran a su edad, como el pastoreo, recolección de flores, hilado, entre otros. En el caso de los mayores, trabajo como la cría de animales menores o tejido de sogas, mientras que a las personas con discapacidades físicas o psicológicas, algún trabajo que encaje con sus capacidades.
¿Cómo castigaban a los ociosos?
En este sentido la ociosidad, contraria a la naturaleza del trabajo propia de un imperio en expansión, debía ser erradicada y castigada como es debido. En este caso, se mencionan tres tipo de penas aplicables a quienes decidían ‘entregarse al placer de la flojera’.
La primera era el castigo público, que se podía ejecutar mediante una reprimenda pública. En segundo lugar se detalla la pena de tormento, y finalmente la pena de muerte.
Esta última era utilizada en el caso de los reincidentes o si la persona era hijo de algún señor principal que se negaba a aprender algún oficio. Es interesante ver la severidad que se aplicaba en dichos casos, ya que respondería a la posición del acusado: su rango, generalmente de gran importancia y con visibilidad entre el pueblo, debía ser sinónimo de esfuerzo para dar buen ejemplo a quienes estaban bajo su mando.
La pena capital se aplicaban colgando de los pies al condenado o decapitándolo, en caso de pertenecer a la nobleza. También se podría establecer la pena de cadena perpetua. Asimismo, los castigos para los no reincidentes iban desde azores hasta el corte de los dedos.
La severidad de los castigos relacionados a la ociosidad están ligados, como no podía ser de otra forma, con la importancia de mantener al imperio abastecido y en orden. Cabe recordar que el Tahuantinsuyo llegó a expandirse en un territorio más que amplio, razón por la cual convenía tener fuerza de trabajo suficiente que permitiera sustentar, por ejemplo, los tambos, que debían tener comida, armas y ropa suficiente para los ejércitos o artículos en caso de anexar un nuevo territorio de forma pacífica.
Otro punto a tomar en cuenta es el de la redistribución, mediante la cual los recursos obtenidos por el trabajo en el incanato eran compartidos con pueblos azotados por hambrunas o fenómenos naturales como sequías, inundaciones, entre otros. Incluso los sumos sacerdotes que brindaban la aprobación divina a los nuevos gobernantes eran sostenidos gracias al trabajo en el Tahuantinsuyo .
Sin duda, la aplicación de la justicia en aquellos días resulta inaudita en estos tiempos, pero les dio a los antiguos incas parte de los méritos que hoy ostentan y que han pasado a las páginas más valoradas de la historia del Perú.