Santa Rosa de Lima: así fue la vida de la principal figura religiosa que ha nacido en el Perú

El patrimonio espiritual de nuestro país brilla con la historia y devoción de a la santa peruana, cuyo impacto sigue resonando en todo el mundo.

El santuario de Santa Rosa en Quives es visitado por miles de fieles en estos últimos días del mes de agosto. (Andina)

El Perú no solo es tierra de una de las mejores gastronomías del mundo, de lugares turísticos o de gente amable. Las contribuciones que nuestro país le ha dado al mundo abarcan muchos ámbitos, incluyendo el mundo del catolicismo.

En ese sentido, nuestro país ha contribuido con el santoral religioso, con una de las figuras más emblemáticas de esta parte del mundo y cuya figura se venera en la lejana Filipinas.

Estamos hablando de Santa Rosa de Lima, quien con su ejemplo de devoción y espiritualidad se convirtió en una de santas más importantes del Perú. Sin embargo, a pesar de gozar de una gran popularidad entre los fieles, todavía es poco lo que se sabe de su vida mientras estuvo con nosotros.

Una niña excepcional

Retrato de Santa Rosa de Lima que se luce en Museo del Prado, Madrid (España) (Claudio Coello)

Isabel Flores de Oliva nació el 30 de abril de 1586, en Lima. Justo cuando el proceso de colonización de nuestro territorio estaba en su máximo esplendor, así como la expansión de la religión católica.

Sus padres fueron Gaspar Flores y María de Oliva. Él era arcabucero de la guardia virreinal y natural de San Juan de Puerto Rico, y María era natural de Lima.

El bautismo de la pequeña Rosa ocurrió en la parroquia de San Sebastián de Lima, donde Hernando de Valdés y María Orozco actuaron como sus padrinos. Acompañada por sus numerosos hermanos, Rosa se mudó hacia la localidad serrana de Quives, cercana a Lima, cuando su padre asumió la administración de una obra dedicada a la refinación de plata.

Sería en este lugar, en donde también se encontraba un convento de frailes mercedarios, en el que recibió el sacramento de la confirmación de manos de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, el arzobispo de Lima, en una visita pastoral, en 1597.

Este evento le cambiaría la vida, pues aquí también decidió cambiar su nombre de Isabel por el de Rosa. La razón fue que desde su infancia fue conocida así debido a su belleza y las visiones místicas que solía tener. No sería sino hasta más tarde que, comprendiendo su vínculo espiritual con Cristo, asumió su denominación definitiva de Rosa de Santa María.

Florece la rosa

Así luce actualmente el claustro de Santa Rosa de Lima. (Herwig Reidlinger)

Sería en la etapa juvenil de su vida que Rosa se incrementó esa vocación religiosa. Educada en música, canto y poesía por su madre, Rosa también mostró un don para la costura que ayudó a mantener el presupuesto familiar.

La efervescencia religiosa que se vivía en Lima durante ese tiempo enriqueció aún más su profunda conexión con lo divino. En un ambiente donde abundaban atribuciones de milagros y curaciones, Rosa resaltaba por sobre el resto por su compromiso.

Uno de sus grandes ejemplos para abrazar la vida religiosa fue Santa Catalina de Siena. Tal como hizo mujer italiana, ella también Rosa hizo un voto de castidad perpetua y renunció a su cabello, desafiando los planes matrimoniales que sus padres habían ideado para ella.

A pesar de la negativa inicial de sus padres, fueron su perseverancia y convicción quienes llevaron a sus padres a ceder, permitiéndole seguir su camino espiritual. Aunque deseaba unirse a la orden dominica, la falta de un convento en Lima la llevó a convertirse en terciaria dominica en 1606, demostrando su dedicación a Dios incluso en medio de la vida familiar.

La que más oposición puso fue su madre, ya que María de Oliva solía mostrar una preocupación especial por la rigurosa disciplina que practicaba para tener contacto don Dios porque, consideraba que esa actitud eran resultados de los consejos que le daban a su hija sus confesores que eran poco entendidos en el tema.

Pocas amistades

De acuerdo con el Equipo Brasileño de Antropología Forense y Odontología Legal (Ebrafol), así debió haber lucido en vida Santa Rosa. (Cicero Moraes)

Ya ordenada como religiosa, Rosa de Lima se dedicó a la educación cristiana de los niños y al servicio a los enfermos. Esto la motivó a establecer un hospital cera de su casa. Durante ese proceso de crecimiento espiritual, se cuenta que ayudó a un joven que más tarde se convertiría en San Martín de Porres.

A pesar de estar en permanente contacto con la gente, su círculo íntimo fue muy limitado. Pues según el libro “Biografía de Santa Rosa de Lima” de Tomás Fernández y Elena Tamaro, más allá de su familia, solo compartió detalles de su vida privada con doña Luisa Melgarejo y sus amigas “beatas”, además de consejeros espirituales como Fray Alonso Velásquez y el doctor Juan del Castillo.

Dedicada hasta el final de su vida

Vitral dedicado a Santa Rosa de Lima, ubicado en el Panteón de los Próceres. (Fmurillo26)

Los últimos años de Rosa se caracterizaron por su profunda vida de oración y penitencia. En 1615, construyó una celda en el jardín de su hogar, donde se entregó al ascetismo con rigurosidad. Los éxtasis místicos eran frecuentes, y sus comunicaciones con la naturaleza también. Ella misma profetizó que su vida culminaría en la casa de Gonzalo de la Maza, su benefactor y confidente.

En 1617, después de un místico desposorio con Cristo, su salud se deterioró. Afectada por una hemiplejía, pasó sus últimos días rodeada de amigos y familiares.

El 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de la madrugada, dejó de existir y su leyenda se elevó hasta lo divino, dejando un legado de santidad y compromiso espiritual. Sus exequias fueron conmovedoras, y la procesión hacia su lugar de descanso final fue apoteósica.

Iglesia de Santo Domingo, en el centro de Lima, donde se encuentran los restos mortales de Santa Rosa (Biblioteca Nacional de Lima).

Para el día siguiente se realizó una misa de cuerpo presente que fue oficiada por Pedro de Valencia, quien recientemente había sido electo obispo de La Paz (Bolivia). Inmediatamente después, se procedió a enterrarla en el convento que tenían los dominicos, llamado Nuestra Señora del Rosario.

No pasó mucho tiempo para que se iniciara el proceso de beatificación y canonización promovido por el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero.

Tuvieron que pasar casi 50 años para que, en 1668, Santa Rosa de Lima, sea canonizada y, un año después, fuera declarada patrona de Lima, Perú, América, Filipinas e Indias Orientales.

En nuestro país, y en Argentina, la festividad de la santa peruana se celebra el 30 de agosto, aunque el Concilio Vaticano II la trasladó al 23 de agosto en el resto de países.