Como todos los últimos domingos de agosto, el país celebra el Día del Café Peruano con el objetivo de visibilizar una industria que, si bien es una de las lideresas en el comercio mundial, no recibe una demanda elevada en el mercado interno. Para contextualizar lo dicho: el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri) estima que apenas el 5% del café producido en el Perú permanece para consumo local. Ante esta situación, la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida) lanzó una campaña consistente en una serie de actividades realizadas a lo largo del país vinculadas a la promoción del producto. Entre ellas, la feria limeña Yo Tomo Café Peruano (del 25 al 27 de agosto en el centro comercial La Rambla) captó particular interés entre los locales debido a la llegada de productores cafetaleros provenientes de diversas zonas de la patria.
La gran variedad de microclimas y la diversidad natural peruanas han hecho del café nacional un abanico de opciones. Las técnicas tradicionales o alternativas, variadas por departamento e incluso provincia, se mezclan con los diferentes suelos de cultivo dando como resultado una inmensa pluralidad de sabores, aromas y derivados.
Sin embargo, recorrer la feria es mucho más que escuchar a los productores hablar sobre las ventajas naturales de sus respectivos productos o la clasificación de sus granos; es también percibir las diferencias culturales de profesionales dedicados a un mismo rubro, es entender el vínculo familiar o comunitario de un pueblo con su producto bandera, e incluso es ver al café como característica identitaria de al persona. Repasamos acá, pues, las historias de dos productores de café.
Wiñay Coffee: el culto a la familia
En uno de los puestos de venta bajo el letrero de Asociación Agroindustrial de Productos Ecológicos (Agropec) se encuentra Rubén Cauna, quien arribó a Lima en representación de más de veinte socios trabajadores dedicados al cultivo del café para la marca Wiñay Coffee. Viene del distrito de San Pedro de Putina Punco, un pueblo de no más de 10 mil habitantes rodeado por las montañas de la selva puneña que presume ser la “Capital Cafetalera del Sur Peruano”. Y en efecto, bien pueden sus habitantes adjudicarse tal denominación, pues pese a su pequeña población, este distrito perteneciente a la provincia de Sandia cuenta con una larga lista de reconocimientos por su producción del café, tanto en premios nacionales como internacionales. Como caso, la exitosa trayectoria de Raúl Mamani, quien con su empresa Tunki ha sido campeón y subcampeón mundial en reconocidos campeonatos cafetaleros.
Para Cauna, sin embargo, la producción del café no se basa propiamente en el reconocimiento y ve más bien a Wiñay Coffee como una forma de conectar con su herencia cultural. “Wiñay para nosotros significa “eterno”. Yo nací en San Pedro de Putina Punco, pero mi familia no es originaria de ahí. Nosotros somos aimaras, aimaras migrantes. Para mí, tener esta marca es recordar a mis antepasados, pues todos ellos se dedicaron al cultivo artesanal del café. Poder honrar mi cultura y a mi familia, que no es selvática en sí sino migrante de la sierra, hace que mi conexión con Wiñay Coffee sea especial”, comenta.
Las luchas y altibajos de pequeños distritos se acrecentan en momentos de crisis. Cauna apunta que hace aproximadamente cinco años su pueblo fue afectado por las plagas. “La mayoría de nosotros vive del café. Es el sustento de las familias. Hace unos cinco o cuatro años, la situación se puso fea porque nos llegó la roya amarilla. La roya es de las peores enfermedades para las plantas, y la roya amarilla afectó nuestras semillas de café arábigo. Es decir, se metió justo con el café que ofrece mayor sabor y cuerpo. La pasamos mal. Muchos tuvieron que dejar el negocio y dedicarse a otras formas de trabajo, algunas no reguladas como la coca y demás”, señala.
Sin embargo, hoy el distrito goza de mejor salud. El representante de Wiñay Coffee entonces nos explica qué representa el café para ellos: “El café es una forma de recordar a nuestros antepasados y mantener la herencia cultural, pero además es desarrollo. Nosotros exportábamos el 100% de nuestra producción (le habíamos comentado que el 95% de la producción nacional se va fuera del país) porque no existe mercado acá. Es cultural, no tenemos ese hábito y eso que somos de los distritos más cafetaleros del país. Lo que pasa es que a San Pedro de Putina Punco no llegaban las máquinas, los aparatos para preparar café”.
“Nuestros padres y abuelos en la casa lo hacían de vez en cuando de forma artesanal, a mano. Ahora el café significa desarrollo y cada vez crece más su interés. Mis abuelos cultivaban el café y ya. Lo hacían de manera artesanal y ahí se quedaban. Ahora con el conocimiento que hay los jóvenes piensan diferente. Quieren ampliar los productos, experimentar, hacer derivados como licores, macerados y demás. Ya nosotros nos damos cuenta cómo los chicos andan con otra mentalidad de progreso”, complementa.
Monte Alto Vraem: el café como puerta de salida
“Nosotros somos del Vraem”, nos comenta Judith Delgadillo y espera que infiramos lo que implica. Llegó a Lima en representación de la Cooperativa Agraria Agroindustrial Monte Alto Vraem (COAAMAV), que se encuentra en la provincia de Satipo, al este de Junín. Ella es pangoína, es decir, del distrito de Pangoa. A diferencia de San Pedro de Putina Punco, Pangoa cuenta con más de 50 mil habitantes y la mayoría vive de la producción del café. De hecho, es otra zona del país cafetalera -y cacaotera- por excelencia. Desde las comunidades asháninkas, hoy dedicadas en parte al cultivo del café con fines comerciales, todas las celebraciones y festejos pangoínos involucran de alguna u otra forma al grano.
“El café para nosotros es pasión. Nosotros somos del Vraem. Yo he crecido viendo cómo el café generaba empleos formales, creaba asociaciones, cooperativas, cómo los centros de trabajo ampliaban el personal y se formalizaban. Todo esto redujo el narcotráfico. Es cierto, tampoco voy a decir que se ha eliminado, pero antes el narco era muy presente. El café ha hecho que en Pangoa disminuya la violencia. ¿Cómo no va a generarnos pasión el café?”, menciona.
Como leído, el café en Pangoa es más que un producto alternativo y formalizador. “Todos los empleos que ofrezcan alternativa nos sirven y nuestra conexión con el café es muy fuerte, muy pasional. En Pangoa tenemos también kión, piña, naranja, pero el café es lo más tradicional. En mi caso es familiar. Mi padre trabajaba en un método de cultivo complejo, un café de altura a más de 1800 metros, pero ¿sabe qué pasó? Llegó el narco y mi padre tuvo que abandonarlo todo para proteger su vida”.
Por ello, los intentos por seguir expandiendo la industria en Satipo cobran auténtica relevancia. Le comentamos acerca del caso anterior y cómo está el mercado interno. Delgadillo se sintió plenamente identificada.
“¡Así es! La mayoría de familias vive del café, se identifican con el café, pero nadie lo toma. Yo antes de venir a Lima para esta feria fui a la municipalidad distrital precisamente por esto. Necesitamos que las autoridades fomenten, promocionen el consumo interno de café. Esta empresa lleva un año, así que no tiene permiso para exportar por los procesos de formalización. Obviamente es la meta porque es donde se encuentra el mercado. Nosotros nos proyectamos a ello, pero también debemos de preocuparnos por hacer crecer el consumo nacional. No todas las formas de cultivo son las mismas. Nosotros tenemos una manera alternativa, muy compleja, y es complicado mantenerla cuando el mercado interno no es amplio. Por eso yo vine a Lima a estudiar, porque quería conocer bien cómo poder exportar productos y cuidar del consumo local también”, concluye.