Era 2015 y acaba de estallar el mayor escándalo de abusos en la Iglesia Católica peruana. Los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas habían lanzado ‘Mitad Monjes, mitad soldados’, un libro que recoge testimonios de los sobrevivientes del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC), una agrupación fundada por el pederasta Luis Fernando Figari. Fue un texto medular.
Faltaba poco tiempo para que los cercaran y acosaran con denuncias judiciales en represalia por haber denunciado el caso. A miles de kilómetros de Lima, en el sur sudamericano, Camila Bustamante —periodista chilena, exaspirante a monja de otra organización fundada por Figari— veía las noticias y se lanzaba, sobrecogida, a las páginas escritas por Ugaz y Salinas.
“Eran un dolor e incertidumbre compartidos. Me sentía involucrada, pero también al margen. ¿Por qué me hacía tanto eco [...]? ¿Vi o escuché algo sobre esto? Una nebulosa de escenas rondaba por mi cabeza. Conversaciones a lo lejos no me dejaban dormir. Y cautivada por esos recuerdos incompletos, por esa necesidad de entender, es que fui abriendo puertas del pasado”, escribiría, años después, en ‘Siervas’ (Planeta, 2022), un libro crucial sobre los abusos y torturas dentro de las Siervas del Plan de Dios (SPD), la rama femenina del Sodalicio.
El grupo fue fundado por Figari en 1998 —con casas en Lima, Chosica, Callao y Ayaviri— y logró expandirse a Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Roma, Filipinas y Angola (África). El ámbito católico lo identifica por su banda musical —Siervas, las monjas rockeras―, que saltó a la fama el mismo año de las denuncias y, en 2018, fue nominada al Grammy Latino.
A Chile llegaron hacia el segundo milenio y, en rigor, se asentaron en las comunas de Independencia, Lo Barnechea y Maipú. En una parroquia de esta última, Bustamante las conoció durante su adolescencia. Semanas después, ya tenía una guía espiritual y la decisión de dejar la carrera de Periodismo para viajar a Perú a formarse como monja.
Perdió una beca, aunque estaba convencida de que perseguía los dictámenes de Dios. Su familia buscó un préstamo para la bolsa de viaje. Compró ropa y armó maletas en 2011. No fue un encuentro divino, sino un pasaje de terror: “Las Siervas del Plan de Dios me violentaron psicológicamente, me manipularon, me humillaron y luego me abandonaron. [...] me pisotearon muchas veces con gritos y malas palabras”, escribiría.
Ese mismo año, todavía sin reparar en la real magnitud de los abusos, volvió a casa —no habló casi nada de esos sometimientos— y retomó la universidad. “Pese a toda esta experiencia, seguí muy unida al Sodalicio y las Siervas —anota en su libro—. Y descubrí, o me hicieron descubrir, que Dios realmente quería que me casara. Encontré un candidato ideal. Un exsodálite [...] que después de diez años de vivir plenamente entregado a la misión, se dio cuenta de que esa no era su vocación”.
Se casaron en septiembre de 2015, el año en que supo que el Sodalicio y las Siervas eran un calco siniestro de carácter sectario. Habló con religiosas en Chile, contactó a exsiervas y, con su experiencia genuina, destapó el caso en un reportaje que produjo que la arequipeña Elizabeth Sánchez, una de las autoridades de la organización, viajara a Maipú para contactarse con ella y tratar de deslegitimarla. No lo consiguió.
Bustamante encontró más testimonios —una se animaba a hablar ante la denuncia de otra—, se volcó a los orígenes y al esquema de la institución, y siguió el rastro de los abusos y de las abusadoras, entre ellas Andrea García —actualmente casada y ajena a la agrupación desde 2019—, Carmen Cárdenas —acusada de encubrimiento— y Claudia Duque.
El resultado de esos cinco años fue un libro que visibiliza esa red de abusos ―incluso de índole sexual— ejercidos por mujeres contra otras mujeres, pero sobre todo un gran manto de impunidad: ninguna denuncia ha prosperado y, a la fecha, Figari vive en una casa de retiro en Roma, amparado por un decreto vaticano que le prohíbe volver a Perú.
Un mes después de que el Papa Francisco enviara una misión especial conformada por Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, ambos expertos en estos delitos, la autora ―también sometida por las Siervas— conversa con Infobae Perú en un momento clave para que los y las sobrevivientes obtengan justicia.
-Quisiera empezar abordando esta similitud tremenda entre el Sodalicio y las Siervas. ¿Cuánta fue la influencia de Figari?
Tiene su ADN. Las Siervas fueron pensadas de pies a cabeza por Figari. Desde cómo pensaban hasta qué ropa iban a usar. De hecho, que ellas se dediquen a la música también fue una decisión de Figari. La diferencia es que esta es una institución femenina donde él era visto como rey, el que podía hacer y deshacer. Por él pasaban todas las decisiones, incluso si una monja podía usar botas o no durante una lluvia. Con esto te doy un ejemplo, que puede ser muy banal o accesorio, pero grafica ese nivel de decisión.
El modo de abuso de Figari está vinculado con la manipulación constante y con transferir esa estructura de abuso [que ya había instalado en sus otras organizaciones]. De manera que tenemos mujeres que fueron abusadas devenidas en abusadoras.
-¿Y aun ahora siguen con la misma presencia donde operan?
Se ha mermado bastante por las denuncias. Tienen casas en Perú, Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Roma, Filipinas, Angola. Son tremendamente conocidas por su banda de pop que recorrió el mundo e incluso llegó a tocar en eventos con el papa. Son monjas muy conocidas.
En efecto, Perú está en un momento muy importante por la visita de los dos investigadores vaticanos. Debe ser crucial que no pase lo mismo que pasó cuando estalló el caso Sodalicio, donde se consideró los abusos vividos por hombres, pero a las mujeres se les dejó de lado.
Lo complejo del caso Sodalicio es que eso mismo ocurrió en todo lo que tocó la mano de Figari, esa estructura de abuso se traspasó. Las Siervas vienen con denuncias desde 2016. Acá, en Chile, recibieron una queja formal de una excandidata en el arzobispado de Santiago. En 2017, se envió una carta al Vaticano, pero tampoco se hizo nada. Ese mismo año aparecieron denuncias en Perú.
Entre 2018 y hasta este año, el Arzobispado de Lima ha recibido denuncias de monjas y exreligiosas. Lo mismo ha ocurrido en Chile, pero estas han sido enviadas al Perú porque, en términos administrativos, las Siervas dependen del Arzobispado de Lima. Esto hace que el seguimiento de los casos sea más lento. He hablado con víctimas que llevan tres años o más recibiendo respuestas, y aún no la tienen. Eso es frustrante porque sienten que dan vueltas en círculos o que deben suplicar por información.
-Otro dato es que inicias tu investigación por el detape de Pedro y Paola. ¿Has sido hostigada como ellos?
No he vivido una persecución similar, pero he identificado técnicas sistemáticas de silenciamiento y de no reconocimiento de los hechos. Las Siervas buscan el silenciamiento de las víctimas desde 2016, cuando publiqué el primer artículo. Cuando salió el libro, han tenido conductas como mandar a personas a conversar conmigo para sacar información o, algo que me pareció raro, días antes de la publicación emitieron una carta pidiendo perdón por los daños, una carta lamentable y pobre que termino dañando más a las víctimas.
-¿Las sobrevivientes ya han sido escuchadas o al menos se ha intentado escucharlas?
En el Arzobispado de Lima hay una investigación que incluye 30 o más víctimas. En Chile, se puso una denuncia formal en 2021, en el Arzobispado de Santiago. Siete exreligiosas la presentaron formalmente, pero se derivó a Perú y, gracias a eso, se reabrió un proceso que decantó una segunda investigación canónica.
La justicia eclesial, por así decirlo, está al tanto. Y por eso, a la fecha, las Siervas tienen un comisario, es decir, perdieron toda autoridad sobre su propia institución y hay una persona externa, designada por la Iglesia, para tomar decisiones por ellas. En mi libro incluí a al menos 30 personas, pero todas las que han pasado por la institución han tenido algún tipo de daño.
-¿Los perpetradores de los abusos han sido identificados? ¿Cuál es su condición actual?
Muchas de las religiosas han ido dejando la intuición. Andrea García [sobre quien recaen las denuncias más severas] salió en 2019, pese a que tenía acusaciones de índole sexual. Aunque la justicia concluya que ella cometió estos delitos, no podrán hacer nada porque ya no es parte. Ella nació en argentina y se fue vivir a Perú con su familia desde pequeña. Su papá es argentino y su mamá peruana. Entiendo que sigue viviendo Perú. No es que esté desaparecida, pero no está vinculada a la institución. Se casó.
Por lo menos hasta 2010, Figari seguía en la sombra de la institución por su relación con Andrea García. El consejo superior obtuvo información de los abusos desde hace muchos años. Las Siervas son una institución peligrosa de carácter sectario, que aniquila la personalidad de las mujeres que están dentro, su voluntad, su pensamiento crítico.
Por eso, es peligrosísima para la sociedad. Cuando las chicas salen dañadas y abusadas, con la vida arruinada, nadie se hace cargo de ellas.
-¿Crees que estos casos que involucran a una de las instituciones más poderosas llegue a obtener justicia?
El primer punto es que se reconozca a las víctimas y los abusos que se cometieron contra ellas: manipulación, maltrato, abuso sexual, secuestro. No solo las Siervas, sino la Iglesia como institución completa. Porque el hecho de que llegaran a cometer estos delitos tiene que ver con una falencia en la estructura y el sistema completo eclesial. No habrá justicia hasta que la justicia civil y penal de estos países puedan considerar estos abusos. Hay desafíos que tienen que ver cómo entendemos los abusos, qué hechos constituyen un abuso. Y, claro, la reparación debe estar, pero es bien difícil.
Muchas veces se cree que las víctimas hablan para conseguir dinero, y no es así. El dinero jamás les va a devolver la juventud y la vida a estas chicas que perdieron todo. Mientras sigan existiendo organizaciones de carácter sectario, estas cosas van a seguir pasando. Es un tema que la Iglesia no se ha hecho cargo.
En el caso de las Siervas, las abusadoras son mujeres, autoridades de la institución, personas del Consejo, consejeras espirituales, superioras, directoras de ciertas casas. El gran diferencial, y la gran dificultad también, es que la Iglesia todavía tiene un desconocimiento profundo sobre el abuso femenino, pero sobre todo cuando el abuso es ejercido por mujeres contra otras mujeres.