En la película de Barbie la derrota al abusivo sistema patriarcal se logra a través del despertar de las mujeres individual y colectivamente. Las barbies escapan de la alienación al identificar su opresión y despertando del maleficio recuperan su poder y pactan la estrategia que las conduce a su liberación. Las ciencias sociales establecen ambos imperativos para empoderar a los grupos oprimidos; la identificación de su opresión mediante la teorización de sus propias vidas con precisión cirujana y la unión con el grupo de iguales para que la lucha sea colectiva. En caso contrario se tratará de un análisis exiguo y el grupo dominante permanecerá invicto. La forma en la que las mujeres se miran e interpretan es fundamental para allanar el camino hacia ese despertar.
Vivimos en sociedades androcentristas, esto significa que el hombre como medida del mundo otorga su punto de vista como el universal. Es él quien nombra las cosas a través de la palabra, quien a través de su mirada se define a sí mismo y define a la mujer, cuya propia interpretación queda mediada por los ojos que definen, a través de los que ellas construyen su individualidad. Es una mirada densa y difícil de perforar debido a la legitimación que le aportan los únicos capaces de legitimar. Así, las mujeres se leen e interpretan desde el punto de vista de los hombres. Esto ocurre nos demos cuenta o no. No se considera nuestra connivencia, que se presenta como concebida.
Los hombres son —en términos de Amorós— los definidores, y desde su mirada imponen qué es ser una mujer, adaptando convenientemente esta definición a los estándares, necesidades y expectativas de su sistema de dominación. La actitud y la palabra en una reunión de trabajo, la ropa, el color de pelo, el pensamiento amoroso y su práctica o cómo habitamos el mundo, queda establecido por lo que los hombres admiran y desean. Observándose desde fuera, las mujeres se valoran de acuerdo con su apreciación sobre cómo las valuarían los hombres. Esta mirada ajena altera la percepción colectiva de las definidas facilitando que se identifiquen con el discurso de su alienación servil al patriarcado a través de la ficción de género. Al igual que la de raza, está ficción nunca la definió la naturaleza ni la biología, sino los definidores (argumentando naturaleza o biología). El patriarcado, con sus pactos interclasistas e interraciales inventa y distorsiona a las mujeres que, desde su condición de oprimidas, reaccionan con una falsa conciencia complaciente al sistema de dominación. Las mujeres en esta perversión no pueden ver el vacío que deja la ausencia de mirada porque al no haber ocupado nunca un hueco, ni observan el vacío ni sienten su propia ausencia.
El sistema de dominación y la mirada masculina benefician a cada varón independientemente de su nivel de deconstrucción, de su grado de renuncia a la teoría y a la práctica, puesto que le serán asignadas las cualidades otorgadas al grupo genérico masculino ubicándole en el grupo ganador. Ocurre igualmente con las mujeres, su grado de conciencia feminista no les vuelve impermeables al sistema que critican y combaten.
La mirada de los hombres la tienen tanto las mujeres como los hombres, pero al igual que en la ficción de Barbie, es posible el despertar a pesar de las trampas, apropiándonos nuevamente de qué significa ser mujer, que no puede ser definido más que por nosotras mismas una vez que hayamos terminado de despertar individual y colectivamente, permitiéndonos mirarnos exclusivamente a través de nosotras y descubriendo cómo podemos elegir lo que consideremos genéricamente humano.