Hoy en día las relaciones entre Perú y el Japón son de los más cordiales y de cooperación a todo nivel. Sin embargo, hubo un tiempo en que estas no existían y como todo, tuvo un punto en el que todo comenzó entre estas dos naciones.
Lo que pocos saben es todo se inició con un grave incidente diplomático entre el país del Sol Naciente y el nuestro, que no pasó a mayores debido a la intervención de otros países.
De paso, terminó con la ‘importación’ de esclavos chinos hacia el Perú para trabajar por un plato de comida, apenas. Esta es la historia del ‘María Luz’.
Así comenzó todo
El incidente que dio origen a esta embarazosa situación para las autoridades peruanas se inició el 9 de julio de 1872, cuando el buque carguero llamado ‘María Luz’ se encontraba de regreso al puerto del Callao luego de su salida de Macao.
Como carga principal, llevaban en sus bodegas, como si se tratara de cualquier bulto, más de 200 trabajadores chinos que eran trasladados para trabajar en las plantaciones costeras del Perú.
Pero antes de marcar el derrotero hacia el continente americano, una fuerte tormenta hizo estragos en la embarcación y esta necesitó de realizar unas reparaciones antes de seguir su camino. Para esto, solicitaron la autorización correspondiente a las autoridades de Yokohama (en Japón) para realizar estos trabajos en ese puerto.
Durante su estadía en esa ciudad, del barco de bandera peruana, un chino culí saltó por la borda y comenzó su huida hasta llegar a la embarcación más cercana. La misma que era el buque de guerra HMS Iron Duke.
Todo se sabe
El bochorno para el ‘María Luz’ comenzó cuando este ciudadano chino fue entregado a las autoridades japonesas. Ante ellas, el trabajador denunció el duro maltrato al que era sometido durante le viaje. Además de protección, también solicitó que sus 231 compatriotas, que corrían la misma suerte, fueran liberados inmediatamente.
Ante esta situación, el capitán del ‘María Luz’ fue citado a rendir su manifestación ante las mismas autoridades de Yokohama. Ahí, Ricardo Herrera fue advertido con dureza sobre el trato que le daba a sus trabajadores dentro de su embarcación y le pidieron que lo haga mejor. Y cuando parecía que el incidente no pasaría a mayores, otro trabajador chino también escapó.
El escándalo ya no podía taparse con un solo dedo y la noticia llegó hasta el mismo cónsul británico Robert Grant Watson: el primer chino en escapar había sido golpeado brutalmente por el capitán peruano por atreverse a denunciar lo que sucedía en el barco peruano.
Entonces el funcionario europeo decidió inspeccionar en persona que era lo que pasaba exactamente en el ‘María Luz’. Lo que él y los marines británicos que lo acompañaron vieron los llenó de horror y espanto. Es que comprobaron que todo lo que se decía de los maltratos a la tripulación era cierto y sufrían tratos propios de la época de la más abyecta esclavitud.
Sin perder más tiempo, solicitó una cita formal y urgente con el ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Soejima Taneomi, con la finalidad de que haga algo al respecto.
Duda japonesa
Si bien el caso era grave, sus autoridades lo pensaron en más de una ocasión antes de tomar acción en el caso. Ocurre que en los últimos años del siglo XIX, Japón y Perú no tenían relaciones diplomáticas de manera formal. Es más, los intereses en suelo asiático eran representados por los Estados Unidos. Por eso, algunos quisieron hacerse de la vista gorda.
Uno de ellos fue Mutsu Munemitsu, el gobernador de la prefectura de Kanagawa, quien no quería intervenir para nada, pues, temía que las relaciones de su nación con cualquier nación occidental se vieran afectadas.
En la vereda de al frente estaba, Etō Shimpei, ministro de Justicia, quien creía firmemente en intervenir, ya que había razones humanitarias para hacerlo. Esta última postura fue la que prevaleció en las altas esferas japonesas y el jefe del Consejo de Estado, Sanjō Sanetomi, autorizó al titular de la cartera de justicia, Soejima Taneomi, a continuar con las acciones pertinentes. Finalmente, Mutsu presentó su carta de renuncia a modo de protesta por lo que estaban a punto de hacer.
Las acciones
Lo primero que realizó Soejima fue evitar que el ‘María Luz’ dejara el puerto. Luego solicitó los registros para su revisión y entrevistó a los oficiales.
Durante esta etapa de investigación, los japoneses descubrieron que todos los trabajadores, que eran llevados como bestias de carga, eran analfabetos y todos habían firmado su contrato en Macao bajo engaños, pues no sabían leer ni podían entender que al rubricar esos documentos estaban siendo condenados a recibir tratos inhumanos durante el viaje y durante su supuesta estadía en el Perú.
Peor aún, Soejima se percató que algunos habían sido secuestrados y no tenían ni la más mínima idea hacia donde los estaban llevando. Ante esta situación, el juez Ōe Taku autorizó a los ciudadanos chinos a desembarcar en Yokohama y señaló como culpable a la compañía naviera del ‘María Luz’ de una serie de irregularidades.
Esta decisión fue informada a todos los países extranjeros que tenían representación en Japón y se les pidió su opinión. Para sorpresa de nadie, todos los encuestados, menos el Reino Unido, se mostraron en contra de los japonenses por haber pasado por encima de varios tratados que protegían a las empresas extranjeras e ir en contra de un capitán foráneo.
Sin embargo, y a pesar de la negativa de las delegaciones extranjeras, Soejima ratificó la decisión del tribunal y el 30 de agosto, ordenó que se haga efectiva la liberación de los contratos de los chinos.
No los quería dejar ir
Otro que tampoco estaba de acuerdo con el fallo judicial fue el capitán del ‘María Luz’, Ricardo Herrera, quien impugnó la decisión y buscó ayuda legal en el abogado inglés F. V. Dickins.
El letrado británico, que además era ducho con el idioma japonés, ya que lo hablaba con fluidez y traducía su poesía; argumentó que lo practicado por la nave peruana no era ilegal, pues la ‘servidumbre involuntaria’ era algo que ya se practicaba en Japón con la venta de prostitutas.
También apuntó que, al ser los chinos contratados en Macao, debía ser Portugal visto por ellos y no por japoneses. Pero ninguno de estos argumentos fueron aceptados por el juez que veía la causa y el 26 de setiembre determinó que Herrera y la compañía naviera habían violado el derecho internacional y no el derecho nipón.
Tras conocerse el fallo final, Herrera huyó hasta Shanghái (China) en otro barco y abandonó el ‘María Luz’ en Yokohama.
Luego regresar a su país, el gobierno chino, la dinastía Qing, agradeció al gobierno japonés por defender a sus ciudadanos. Esto a pesar de la molestia del resto de naciones europeas que apoyaron las protestas de las autoridades diplomáticas peruanas.
Para acallar toda vez, en junio de 1873, Japón solicitó un arbitraje al Zar Alejandro II de Rusia como país neutral en este asunto. Recién en 1875 le dio la razón a los asiáticos.
Por último, este incidente fue el principio del fin del ‘comercio de culíes’ hacia el Perú y otros lugares. Algunos años después, Japón y nuestro país comenzarían sus relaciones diplomáticas formalmente.