Ricardo Raphael de la Madrid —escritor, analista polítco, columnista, promotor cultural y conductor de televisión— conversó más de dos años con Galindo Mellado Cruz, alias el Z9 y uno de los fundadores del Cartel de Los Zetas, en el penal de Chiconautla.
El periodista tenía en sus manos una gran historia de no-ficción, sin embargo, decidió contarla en clave de una novela porque consideró que los relatos del sicario no se podían corroborar. “Es un híbrido”, dijo el autor mexicano a Infobae Perú.
En efecto, la novela Hijo de la guerra tiene tintes periodísticos y novelísticos acerca de la vida de un militar desertor, que fue cabeza del brazo armado del Cártel del Golfo antes de separarse de este grupo. “El Mellado”, como también era conocido, fue asesinado en 2014 en un enfrentamiento junto a otros narcos y ya no ocupaba posiciones de mando.
—Ricardo, ¿se puede decir que Hijo de la guerra no solo es la historia de la gran tragedia mexicana, sino latinoamericana; un espejo de nuestra realidad?
—México y Perú parecen siameses por la pobreza, el narcotráfico y el crimen organizado. A mí me sorprende cuando miro esta historia de violencia a partir de un individuo y es cuando más se parecen estos países latinoamericanos. La violencia que narro en Hijo de la guerra, fácilmente pudo haber ocurrido en Bolivia, Ecuador, Guatemala y Perú.
—Mellado Cruz te confía esta historia porque dice que él es una hormiga y que si tú la cuentas sí te van a creer. ¿Cómo formaste esa confianza?
—En esta conversación íntima que tuvimos por más de dos años todos los miércóles que lo visité en la prisión me quedó claro que el móvil de Mellado Cruz era incursionar dentro de esa empresa criminal, quería dejar de ser esa hormiga, estaba desesperado por dejarlo de ser porque le quitaba masculinidad.
En Hijo de la guerra, Galindo necesita contar esta historia, pero al mismo tiempo requiere que alguien le dé un micrófono para que tenga una voz. Me dijo que quería contar su historia, cómo los usaron y cómo pasaron del lado del bien al lado del crimen.
La empatía para conmigo creció en esos dos años en la que frecuentamos y conversamos.
—¿Por qué no escribirlo como una pieza periodística teniendo tantos elementos?
—Si bien alguien quiere contarme con sinceridad su historia yo no tengo cómo corroborar los datos o tengo acceso a Los Zetas para conocer si lo que dice es verdad. Hay una cantidad de historias de corrupción dentro del Estado que es imposible o improbable corroborar, sin embargo, lo intenté; y al momento de hacerlo hubo otros elementos en los que me decía la verdad.
Por ejemplo, algunos Zetas que habían sido compañeros de él fueron detenidos en Estados Unidos cuyos expedientes judiciales están abiertos, por lo que es posible escuchar los testimonios. Descubro que también hay una parte que se puede confirmar y allí también pasamos al lado del periodismo.
—En el libro también narras que Mellado Cruz te ofreció dinero, intento sobornarte. ¿Qué preguntas te hiciste cuando ocurrió este hecho?
—Él tardó en darse cuenta que yo no era parte de su banda ni de su entorno y que, en efecto, había criterios conmigo que cuando intentaba hacerlo se chocaba contra la pared. Hubo un ida y vuelta de nuestras personalidades. No diría que trató de corromperme, sino de poner a mi servicio lo que él habría puesto frente a cualquier integrante de su entorno y no solo habló de dinero, sino de ponerme trampas para ver si yo lo ayudaba a recuperar un dinero que le permitiera pagarse una vida cuando estuviera fuera de la cárcel.
Ni siquiera aceptaba un cigarrillo de Mellado Cruz porque eso corrompía la relación que habíamos establecido donde yo contaría toda su historia. También hubo momentos en que sentí miedo.
—Por allí va mi otra pregunta, ¿cómo terminaste psicologicamente después de esta conversación y luego de escribir Hijo de la guerra?
—Acabé como otra persona, no vuelves a ser el mismo y lo digo para bien porque adquieres una conciencia sobre realidades internas que de otra manera no habría tenido. Era tratar de comprender a quien fue el perpetrador original de la violencia que vivió mi país.
Exploro los orígenes de la violencia. Logro ese cometido, pero Mellado Cruz dejó una impronta muy fuerte en mí. Me hizo reflexionar. Por ejemplo, el lenguaje cargado de machismo, de menosprecio a la mujer que me generó confianza con él. Si yo no hubiera aceptado ese tono no habría obtenido su confianza y yo también me doy cuenta de mi propio machismo, de mi propia violencia de género.
Eso es tan solo un patrón de muchos donde las diferencias entre él y yo se imponen, lo que permite que la conversación sea tan extensa. Puedo decir que todos somos hijos de la misma guerra y de la misma violencia del Estado, del territorio, de la sociedad, y, en ese sentido, te diría que no fui el mismo.