Javier Fernández Kanamori, administrador en Ecoturismo y guía de avistamiento de cetáceos, tiene tatuado un tiburón ballena, el pez más grande del mundo, y la aleta caudal de una ballena jorabada, la más acrobática de estos mamíferos que, cada año —entre julio y octubre—, migran desde sus zonas de alimentación, en la Antártida, a reproducirse en las cálidas aguas del norte peruano.
Una tortuga y un pez luna —esa especie pelágica, de carácter solitario y tranquilo— nadan también en su otro brazo, y él los describe con una cercanía fascinante este amanecer de agosto en que dirige un tour en Los Órganos (Talara), el balneario donde la danza de los cetáceos viene reactivando el turismo de observación tras la crisis climática ocasionada por la presencia del ciclón Yaku.
En 2017, cuando cumplió 18 años y todavía cursaba el secundario en Chile, su país natal, Fernández Kanamori subió a una embarcación similar a la que ahora nos lleva mar adentro, y terminó inyectado por curiosidad oceánica. Un lustro después, se mudó al Perú para trabajar en la industria blanca y continuar observando de cerca estas especies deslumbrantes.
“Fue una experiencia inolvidable —dice a Infobae Perú—. Eso me llevó a buscar algo que se relacionara al turismo para poder trabajar en el mar. Estudié Turismo, pero conozco de biología marina por pasión. Me gusta enseñar lo que sucede acá”.
El nombre científico de las jorobadas es Megaptera novaeangliae, que puede traducirse como “ballena de aletas grandes de Nueva Inglaterra”, por el gran tamaño de sus aletas pectorales —es el único cetáceo que puede nadar hacia atrás—. El macho siempre es más pequeño que la hembra, cuya cría puede llegar a pesar hasta dos toneladas y, por lo mismo, da a luz a un único ballenato luego de doce o trece meses de gestación.
El guía que las lleva tatuadas dice Suna especie cosmopolita y su población —que ronda entre los 11 mil a 12 mil individuos, distribuidos desde el sur de Panamá hasta el estrecho de Magallanes— es la número trece de las trece que existen en el planeta. Que, después de ser avistadas en su esplendor, suelen bucear entre cuatro a ocho minutos.
El guía que las lleva tatuadas dice que son una especie cosmopolita y su población —que ronda entre los 11 mil a 12 mil individuos, distribuidos desde el sur de Panamá hasta el estrecho de Magallanes— es la número trece de las trece que existen en el planeta. Que, después de ser avistadas en su esplendor, suelen bucear entre cuatro a ocho minutos. Que su población —entre 11 mil y 12 mil individuos distribuidos desde el sur de Panamá hasta el estrecho de Magallanes— es la número trece de las trece que existen en el planeta. Que, después de ser avistadas en su esplendor, suelen bucear entre cuatro a ocho minutos.
Que, aunque pueden pesar hasta 45 toneladas, las ballenas jorobadas no son los ejemplares más pesados ni más grandes, ―ese título lo ostenta la ballena azul, que también se avista en las costas peruanas―. Que, a partir de las 9:00 horas, inician los saltos fotogénicos, esas coreografías que mantienen alucinados a biólogos marinos y otros científicos.
“Las ballenas acá son un espectáculo —se sorprende el portavoz turístico, mientras un individuo se luce al frente de la embarcación—. Yo creería que las ballenas jorobadas tienen mucho temperamento. Es superdifícil entenderlas. Aquí en Los Órganos hay un catálogo de 1.600 colas, que es como un DNI, y con eso se van sacando registros para poder comparar si esa ballena pasó por este lugar en algún momento o es una ballena nueva”.
“Cuando pasa nuevamente hablamos de una recaptura y es un buen indicador, porque significa que esa ballena viajó a su zona de alimentación y volvió a su zona de reproducción, de manera exitosa, pese a muchas amenazas que se presentan durante el trayecto”.
—¿Y también podría ser un indicador que el mar peruano mantiene sus condiciones, pese al anunciado fenómeno de El Niño?
—Es una migración cíclica, quizá una de las más largas y complejas del reino animal —replica—. Hasta ahora, el panorama se mantiene sin alteración.
En 2019, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) alertó que la principal amenaza que enfrentan estos ejemplares es la captura incidental producida por el enmallamiento con artes de pesca.
En agosto de ese año fueron reportados dos casos de ballenas enmalladas en Tumbes y Piura. “Las ballenas que arrastran el arte pueden tener una muerte larga y dolorosa que puede prolongarse por seis meses a un año”, dijo entonces Aimée Leslie, directora del Programa Marino de WWF Perú.
El 2020 corrió la cortina al peor momento de la pandemia, de manera que el turismo, uno de los principales flujos económicos de la zona, registró un quiebre considerable. Con los primeros albores de la reactivación, el 2023 fue marcado por la emergencia climática y sanitaria a causa del dengue, que también golpeó con fuerza esta región norteña.
“Este año actividad turística va mucho más lenta. Hay muy pocos visitantes y, por lo mismo, hay mayor consenso en los actores locales del rubro para sacarlo adelante con estrategias que, sobre todo, respeten el medioambiente y dinamicen la economía local”, dice Fernández Kanamori.
Cada vez que dirige una expedición, el primer punto que recalca es que el turismo de observación es un ejercicio de la paciencia. “Hay que entender que estamos en vida salvaje, es el ambiente de ellas, su casa —dice—. No podemos disponer de su tiempo, ni menos querer o pedir que hagan algo solo por gusto hacia nosotros. Hay que tener respeto hacia el lugar y conservarlo”.
“Esta es una actividad que de alguna manera acerca al océano y los cetáceos a las personas. Pero, por otro lado, también se puede generar algo un poco morboso de querer ver ballenas encima. Y eso no es bueno. Hay que mantener ahí siempre la línea”.
Este invierno, en una época en que la pesca diminuye su producción, el avistamiento de jorobadas es una de las actividades que dinamiza la economía local. “Es superlindo ver a gente del pueblo que esté trabajando en esta actividad. Hay muchas embarcaciones que lo están haciendo hoy en día, aunque existen falencias”, considera el guía.
Por eso, agrega, es necesario el apoyo gubernamental y el conocimiento, dos bazas para que el turismo no se resquebraje. “Muchas veces alguien puede tener las mejores de las intenciones, pero eso no basta. Las personas involucradas deberían recibir capacitaciones como las que hubo, desde la empresa privada, previo a la temporada de avistamientos, que inicia en julio y finaliza en octubre. Toda la gente del pueblo participó. Lo certificaron, incluso. La información es elemental. Si hay herramientas, el crecimiento es conjunto. En un corredor tan biodiverso y rico como este, hay que pensar en colectividad. Si cada uno actúa bien, todos ganan. Si solo uno actúa mal, el perjuicio puede repercutir en todos”.
Esa dinámica lo mantiene entretenido en este paraje del norte peruano.
El paso de una jorobada, una criatura que, esta mañana, mantiene a los fotógrafos bajo expectación, deja un gran círculo en el océano. Un ejemplar ha salido dos veces y ahora se sumerge a bucear. La embarcación queda en neutro para contemplarlo. La brisa despeina y el sol se diluye en cascada. No hay ni una sola nube. Por un momento parecemos suspendidos en medio de toda esta inmensidad que desconocemos.