La década de los ochenta fue, sin duda, una de las más convulsionadas en la historia del Perú. Se restablecía la democracia tras los gobiernos de las Fuerzas Armadas, que llevaron a Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez al poder, aparecía el terrorismo con Sendero Luminoso, y el expresidente Fernando Belaúnde volvía a gobernar tras ser derrocado, desterrado y enviado al exilio.
Estos hechos fueron recogidos por el politólogo José Alejandro Godoy en su libro “Peligro: orden de disparar” (Editorial Debate). Infobae Perú conversó con él para que nos brinde más detalles de su cuarta publicación que aborda lo ocurrido entre 1980 y 1986.
—¿En qué contexto se da la frase ‘peligro, orden de disparar’?
—A ver, hay dos razones para ello. En los cuarteles militares, en la época del periodo de violencia, existía esta frase de ‘peligro, orden de disparar’, que se colocaba en la época del terrorismo cuando, digamos, las instalaciones militares podían ser materia de posibles atentados terroristas, ¿no? Entonces, para que nadie se acerque, se ponía estos letreros ‘peligro, orden de disparar’ en este tipo de instalaciones militares. No solamente en Lima, sino a lo largo de todo el país. Eso de un lado. Y de otro lado, y como lo explica el propio epígrafe del libro, es una frase que se toma en una de las canciones del álbum de Micky González: Puede ser tú, que aparece en 1986. Es claro, en ese disco de Gonzáles hay varias canciones de corte político, todo el primer tramo del álbum en general. Así, ya hay una canción que se llama ‘Peligro’, que quien la interpreta es el bajista de la que era en ese momento la banda de Micky González. Y que señala en el coro ‘peligro, orden, disparar’. Entonces, de ahí, de esas dos vertientes es que surge el título del libro.
—Este libro nos remonta a una época que salíamos de doce años de dictadura militar y restablecíamos la democracia. ¿El periodo de 1980 a 1986 fue el preludio de lo que podía pasarnos como país en la actualidad?
—Digamos que es como la precuela, si lo quieres ver en términos cinematográficos. Porque lo que surgen son problemas que no van a poder ser resueltos entre 1987 y 1990, y que a partir de 1990 van a desencadenar toda una serie de cambios. Todo lo que tiene que ver con la situación económica del país, ¿no? Ya había problemas de inflación en el Perú durante los setenta, pero estos se agudizan en los ochenta. Ya habían ciertos problemas económicos con la deuda externa, pero esos se van agudizando primero en el ochenta y dos, cuando hay la crisis de la deuda externa latinoamericana, y luego en 1986, cuando Alan García decide solamente pagar el 10% de las exportaciones, cómo va a ser la deuda, y frente a eso el Fondo Monetario Internacional dice que el Perú va a ser ineligible para cualquier tipo de crédito internacional. Entonces, hay todo un conjunto de problemas que tienen que ver con eso. Luego, está el tema de la violencia, Sendero Luminoso, el MRTA, la reacción del Estado. Todo eso no lo resuelve Belaúnde.
De hecho en el libro se narra cómo Belaúnde es demasiado vacilante en caracterizar a Sendero. [Alan] García intenta corregir un poco, no lo logra, es a partir de la matanza de los penales que cualquier posibilidad de control civil sobre el sector militar va a ser un poco más complicado. Y a partir de 1990 este es un tema que por dos vertientes distintas se trata de resolver. De un lado, cambio de estrategia de los militares a partir de un manual de lucha contra subversión del 1989, y luego la creación del GEIN por parte de la policía. Y que luego en el 92′ Fujimori se roba el crédito de esto. Entonces, las dificultades económicas van a llevar a que en el noventa haya un cambio drástico del modelo económico con la implementación de las reformas de mercado a partir del shock del 8 de agosto del año noventa, mencionado por el célebre mensaje de Juan Carlos Hurtado Miller, y luego lo que ocurre con los cambios en la lucha contra subversión a fines de los ochenta e inicios de los noventa, y el aprovechamiento político de Fujimori para eso.
Y una tercera cuestión es que, claro, tú lo que ves en ese sistema de partidos que está en los ochenta son más o menos integrados como Acción Popular y el PPC (Partido Popular Cristiano) a la centroderecha, y la para el centroizquierda hay un conjunto de partidos de izquierda muy, digamos, variopinto, formando el bloque de Izquierda Unida. Todos concentrando entre el 80′ y el 89′ por ciento de la votación nacional, y que comienzan a ser percibidos, conforme avanza la década, como partidos que no resuelven los problemas de la gente. Ahí es donde va a comenzar la lejanía, y eso es lo que va a producir lo que viene después primero con Fujimori, y luego un conjunto de presidentes que llegan con grupos muy débiles y precarios a Palacio de Gobierno.
—Narra también que habían partidos que aún tenían bien presente la ideología, políticos con formación muy diferente a lo que vemos ahora, donde más gente entra por intereses y no tienen ningún tipo de temor o, bueno, vergüenza, si podría decir mejor el término, de cambiarse de camiseta.
—Pero no solamente eso. Había una cuestión mucho más ideológica, sobre todo en el APRA, en el PPC y en la izquierda. Acción Popular siempre fue algo que tenía varias facciones: una mucho más liberal, con Manuel Ulloa; y otra facción de darle más poder y peso a los poderes del partido político que representaba a Javier Alva Orlandini. Entonces, digamos, Acción Popular no tenía mucha ideología, pero sí tenía un aparato político presente en buena parte del país que es lo que le ha permitido sobrevivir hasta el día de hoy. En los casos del PPC, Izquierda Unida y el APRA, sí había un debate ideológico muy fuerte. De hecho, en el APRA, parte de la crisis de sucesión, y eso se narra en el libro, tiene que ver precisamente con discusiones ideológicas. Pero independientemente, eran políticos que podían sentarse a conversar.
—El expresidente Belaúnde y Luis Bedoya Reyes, fundador histórico del PPC, conversaban sobre temas de gobierno.
—Ciertamente por la misma alianza de gobierno que tuvieron entre el 80′ y el 84′ [el PPC tuvo dos ministerios durante el segundo gobierno de Belaúnde: Justicia e Industrias]. Barrantes y Bedoya, que podían estar en las antípodas ideológicas, eran muy amigos y podían reunirse de cuando en cuando a conversar sobre esos temas políticos. Alan García, una vez nombrado secretario general del APRA en 1982, comienza a ser invitado constantemente por Belaúnde para conversar. Entonces, es un momento en donde los políticos conversan, quieren tener un poco una discusión de ideas de país, y sobre esa base tener una presencia mucho mayor en esa línea. Entonces, eso es muy distinto a lo que vemos ahora, en donde más bien la política, el rival de turno es visto más como un enemigo y no un adversario. Como un adversario se puede sentar a discutir, lo consideras como par, pero un enemigo más bien lo que procuras es eliminarlo. Y eso es un poco lo que vemos ahora, lamentablemente, que no es un fenómeno solamente, pero también es un fenómeno global.
—En su libro menciona que el expresidente Belaúnde subestimó las amenazas violentas en su momento (Sendero Luminoso), tenía una narrativa —aun no bien definida para la época como ahora— del terruqueo al relacionarla con la izquierda, y no reconocía las denuncias de violaciones a los derechos humanos que se dieron en su gobierno. Esto fue a inicios de los ochenta, pero ahora vemos que con el gobierno actual de Dina Boluarte pareciera se repite el mismo libreto.
—Sí, a ver, hay tres ideas centrales ahí en lo que tú planteas. Una vez que llegan al poder se dan cuenta de que primero el gobierno militar no les deja mucho de documentación sobre lo que era Sendero Luminoso, pero luego ellos mismos se dejan llevar por sus propios prejuicios. Hay miembros del gobierno que consideraban que Cuba era la que lideraba Sendero Luminoso. El propio Belaúnde piensa que las FARC colombianas son las que estaban de alguna u otra manera incidiendo en Sendero Luminoso. Todo eso está muy influenciado por el clima de la Guerra Fría de aquel momento. En ese momento, fines de los setenta e inicios de los ochenta, había triunfado la Revolución Sandinista en Nicaragua. Hubo varios grupos guerrilleros muy parecidos al sandinista que querían hacer exactamente lo mismo en otros países. Entonces, claro, la lectura de Belaúnde es esto es muy parecido a lo que está pasando ahí y no se da cuenta de que esto es un fenómeno muy muy distinto. Entonces, hay un error de concepto, no sabe qué hacer. La policía tampoco sabe qué hacer y el ejército, cuando lo mandan a fines del 82′ e inicios del 83′, tampoco tiene claro qué hacer y cometen los errores, excesos y crímenes que ya conocemos.
Y respecto al tema del terruqueo, claro, lo que hay nuevamente es un clima de época en el tramo final de la Guerra Fría. Hay la idea de que de alguna u otra manera la izquierda va a querer implantar un gobierno muy parecido al de la Unión Soviética en el Perú. Claro, en ese momento muchos no se daban cuenta de que la izquierda era más bien muy variopinta. Por eso tú podías tener a alguien como Jorge del Prado, que había sido sindicalista, que directamente recibía las órdenes de Moscú y las trataba de adaptar al contexto peruano, pero también del otro lado tú tenías a gente más bien simpatizada con la teología de la liberación, católicos de izquierda, muchos más comprometidos con la democracia. Entonces, y claro, la ambigüedad que en esos primeros años [1980-1986] tiene la izquierda frente a la democracia también termina confundiendo las cosas. Genera este tipo de fenómenos en los cuales efectivamente se ve con desconfianza a la izquierda y se produce el terruqueo. Del otro lado, algunos militantes de izquierda llegan a decir que Sendero Luminoso no era el que cometía los atentados, sino que incluso era la CÍA. Como en su momento, por ejemplo, hace un par de años, el ex canciller Héctor Béjar se despachó en una conferencia que había brindado hace mucho tiempo y eso fue el motivo de su breve paso por el gabinete de Pedro Castillo.
—Quisiera profundizar en dos puntos. Abimael Guzmán fue detenido en 1979, pero terminó liberado. No había ningún cargo contra él, pero, digamos, ya estaba gestando Sendero Luminoso de manera silenciosa. ¿Cuánto de lo que pasó en el Perú se pudo evitar? Por otro lado, ¿por qué esa ambigüedad de la izquierda de no condenar abiertamente las acciones terroristas que, finalmente, termina por perjudicarlos?
—Claro, a ver, respecto de este primer punto, ¿qué se pudo hacer? Quizás lo que de alguna u otra forma desliza mucho Gustavo Gorriti en su libro sobre Sendero, que escribió en los primeros años del periodo de violencia y que ha sido una fuente invalorable para ‘Peligro, orden de disparar’, es que ni la policía ni los políticos van a consultar las fuentes primarias. Es decir, nadie se toma el trabajo, por ejemplo, hasta años más tarde de ir a la Universidad San Cristóbal de Huamanga, ver el file personal de Guzmán y darse cuenta, por ejemplo, que no podría haber estado en Ayacucho porque él tenía una enfermedad sanguínea que provocaba que cierta cantidad de glóbulos blancos se le disparara una vez que atravesara cierta altura. Por tanto, no podía estar en Ayacucho mucho tiempo. Probablemente estaba dirigiendo las acciones violentas desde Lima, ¿no? Solamente por ponerte un ejemplo.
Otra cuestión importante es que no se veía precisamente lo ideológico. O sea, ver que este era un proyecto no solamente maoísta, sino lo más fundamentalista porque estaba muy influenciado por la Revolución Cultural China, cuyo último tramo se dio bajo el gobierno de Mao Zedong, en donde hay diverso tipo de purgas, aprovechamientos políticos, disputas que muchas veces se resuelven en forma sanitaria. Entonces, cuando tú te encuentras con esto, lo que termina ocurriendo es que, claro, ni los políticos ni la policía han conocido muy bien a qué tenían que enfrentar. Y creo que eso es lo más criticable de todo el periodo: no hubo hasta años más tarde, mitad o fines de los ochenta, una vocación por tratar de comprender a qué se estaban enfrentando.
Y, del otro lado, claro, la izquierda tiene esta ambigüedad porque todavía tenía la visión, incluso hasta bien entrados los años ochenta, que podían darse los cambios en forma revolucionaria y tomando acciones. Entonces, utilizaban obviamente los métodos de la democracia, muchos de ellos [izquierdistas] se van convirtiendo a la democracia, y van deslidando más conforme Sendero comienza a matar militares. Creo que ahí hubo un punto de quiebre, pero esa ambiguedad inicial es la que precisamente los coloca en problemas. Porque, claro, hay una suerte de romantización de fenómenos anteriores como las guerrillas del sesenta y cinco, por ejemplo, o lo que está pasando en Nicaragua, o lo que está pasando en otros países que están teniendo sus propias experiencias de violencia. Efectivamente, en muchos casos había un cierto grado de solidaridad y de empatía con ese tipo de experiencias. Entonces, lo que hay en la izquierda es una evolución hacia la democracia y hacia el respeto a los derechos humanos. Pero, claro, esa ambigüedad inicial, sobre todo de algunos sectores, es la que finalmente va a ser aprovechada hasta el día de hoy.
—¿Qué tanto se asemejan la mandataria Dina Boluarte y el expresidente Fernando Belaúnde?
—Varias cosas. Primero, una mirada en la cual los derechos humanos no están muy presentes. Cuando comienzan a surgir los primeros informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, dos organizaciones no gubernamentales, [Fernando Belaúnde] decía que los tiraba al tacho de la basura, cosa que es muy criticada en ese momento por Mario Vargas Llosa a través de una columna.
En el caso de Boluarte pasa lo mismo: o sea, no bota los informes al tacho de basura ni realiza una declaración altisonante porque hay un sistema interamericano de derechos humanos y un sistema de organizaciones no gubernamentales mucho más consolidado para hoy, pero el tema no le gusta ni le agrada. Incluso, el expresidente [Francisco] Sagasti hizo la cuantificación: tres horas de mensaje para dedicarle un minuto y medio [al tema de los derechos humanos]. Eso te da una idea de que, evidentemente, es un tema que le incomoda [a la presidenta Boluarte]. Ahora, en el caso de Belaúnde, es que existía una mayor autonomía de los comandos políticos militares, mientras que con Boluarte se le complica por la cadena de mando y es una situación más compleja porque está en medio de un conjunto de investigaciones.
Una segunda cosa en que se parecen es que no tienen un rumbo claro en su gobierno. En el caso de Belaúnde era por cuestiones ideológicas. Tú tenías en su partido [Acción Popular] que había un ala liberal liderado por [Manuel] Ulloa que quería hacer el desmontaje de las reformas del gobierno militar 1968-1980, mientras que tenías otra ala encabezada por [Javier] Alva Orlandini que decía ‘no, lo que hay que hacer es gasto público, realizar más obra pública y tener una mayor presencia fuera de Lima’.
Entonces, tenías a Belaúnde que se decidía por una línea, a veces por la otra. Al final, no lo hacía por ninguna de las dos. Eso explica los resultados económicos de su gobierno. En el caso de Boluarte, no se tiene estas alas porque no hay partido y no hay nada alrededor de ella salvo un conjunto de personas de extrema confianza. Basicamente, lo que uno ve, tras escuchar el mensaje presidencial, es una persona que, como dicen todos los sectores le señalan es que da un mensaje de tres horas, pero no tiene sustancia de nada, no hay un rumbo claro y hay una situación económica muy complicada.
Y aquí viene un tercer aspecto. A Belaúnde no solo se le complicó los temas económico y la violencia, sino también el clima. Entre 1982 y 1983 hay uno de los fenómenos del Niño más devastadores que se recuerde. Que genera no solamente muertos y heridos, destrucción de viviendas, infraestructura muy importante en la zona norte del país, sino que también vemos un gobierno que no sabe qué hacer con el problema. Y lo que hubo después en los fenómenos del Niño siguientes es que, de alguna u otra manera, se logra parar la emergencia, pero después no hay un proceso de rescontrucción inteligente y que implique movilización porque significó un costo social muy importante.
En el caso de la presidenta Boluarte, nadie sabe, más allá de algunas menciones dadas en el mensaje a la Nación, qué previsiones están tomando frente a un fenómeno del Niño que vamos a tener y es inusual.
—El libro deja como conclusión que la segunda gestión del expresidente Belaúnde dejó como legado el terrorismo de Sendero. ¿Qué nos podría dejar Dina Boluarte en caso termine su gobierno en el 2026?
—Ojo que el caso de Belaúnde no solo es el tema de la violencia, sino también está la economía. Muchas veces se olvida que el gobierno de Belaúnde tiene un mal desempeño económico porque lo que vino después con Alan García fue mucho peor. Belaúnde no deja la economía encaminada, sino con un porcentaje de la inflación muy fuerte, problemas con la deuda externa y el fenómeno del Niño nos quita entre cuatro a cinco puntos del Producto Bruto Interno (PBI). Entonces, el gobierno de Belaúnde termina con un problema de la violencia y uno económico muy fuerte. Ahora, el problema para la presidenta Boluarte es que cuando uno ve los legados que dejará su gobierno, sin duda alguna, el principal es no solo el tema de las violaciones a los derechos humanos que tiene algunos niveles de semejanza con Belaúnde guardando las distancias del contexto, sino también, y aquí una diferencia, es el deterioro institucional.
La presidenta Boluarte no ha sido una persona que haya tratado de parar algún avasallimiento institucional que se ha dado desde el Congreso de la República, sino que más bien se ha puesto de perfil a ello. Más allá de que los derechos humanos fue un punto muy flaco durante su gobierno tal como lo dijo el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, Amnistía Internacional y otras organizaciones no gubernamentales, es que Belaúnde sí respetaba la institucionalidad. No era una persona que se hubiese atrevido a que el Tribunal Constitucional esté lleno de incondicionales a su favor o que la Fiscalía de la Nación tuviera alguna influencia política. Como se narra en el libro, la Fiscalía de la Nación tiene suma independencia para investigar casos propiamente del gobierno de Belaúnde o investiga el primer caso de narcotráfico de Carlos Lambert que afecta al Apra y permite el ascenso de Alan García. De alguna u otra manera se tenía la idea de que Belaúnde respataba la institucionalidad. Eso es un poco del gran legado de sus dos gobiernos.
En el caso de Boluarte, lamentablemente, la presidenta de la República no ha sabido ni podido parar algunas acciones que desde el Congreso de la República han buscado avasallar las instituciones.