Lo que mucho tiempo atrás se creía que era fisiológicamente imposible, para Gustavo Lores nunca lo es. Ni el cansancio, ni los calambres, ni la hipotermia, ni el sinfín de peligros a los que estuvo expuesto; pudieron frenarlo. Él, braceando sin cesar a contracorriente, logró hacer realidad un sueño que, incluso, muy pocos se atreven a soñar: la Triple Corona.
Comencemos por las raíces. Gustavo, el protagonista de esta historia, ha nadado prácticamente toda su vida. Sin embargo, sus primeros años en el mundo acuático se limitaron a las medidas de una piscina. Eso sí, siempre dio señales de su gusto por las distancias largas: su prueba de fondo en las competencias eran los 1.500 libres, la más extensa de la natación olímpica.
Hasta sus 17 años, ese era su tope. Después cumplió la mayoría de edad y dejó de nadar bastante tiempo. Fue en ese lapso que su vida se desordenó demasiado, trabajando de noche en una empresa comercializadora de licores. “Ya estaba pesando casi 100 kilos”, recuerda. Pero a esto tuvo que ponerle un alto, refugiándose nuevamente en su pasión acuática.
Gustavo Lores, entonces, volvió al ruedo mucho más maduro y con nuevas amistades —'Los Marlines’—, que le motivaron a mudarse de la piscina al mar, donde conoció un mundo distinto y más emocionante. Él decidió hacerle caso a su corazón y comenzó a hacer de las suyas en los mares limeños y chalacos con mucha más libertad que en una pileta.
“De la piscina al mar es un cambio totalmente radical. Lo bueno del mar es que tiene a la naturaleza. Estás en un medio vivo y te da una energía adicional. Cuando uno sale del mar es mucho más alegre y se siente con más energía que cuando sale de la piscina”, asegura.
La reencarnación de José Olaya
Ya en el océano, tenía permitido nadar todo lo que quisiera. Ya no había límites ahí y tampoco en su cabeza. Tres kilómetros fue la primera gran distancia que nadó, pero esa cifra se fue multiplicando de a pocos. Tanto así que hasta nuestro mismísimo mártir José Olaya se quedó corto a su lado.
No es para menos. La famosa Ruta Olaya —desafío de nadar desde Chorrillos hasta La Punta como lo hizo el prócer de nuestra independencia— fue completada varias veces por Gustavo. De hecho, él es el primer peruano que hizo esta ruta en ida y vuelta (44 km) sin usar wetsuit ni aletas, hazaña que resulta inverosímil para muchos.
Así, repitiendo este trayecto incansablemente, Gustavo comprendió que ya estaba preparado para los desafíos más extremos del mundo. Todo lo que antes había experimentado en el mar e incluso sufrido, como las infinitas picaduras de malagua, los inevitables calambres o hasta sustos de ballena, le respaldaron completamente para dar el siguiente paso: su internacionalización.
Entonces, inspirado por su gran amigo Eduardo Collazos (ultranadador), con quien formó el ‘Equipo de Aguas Abiertas de cruces de ultradistancia del Perú’, Gustavo se decidió aventurarse en una de las travesías más difíciles de su disciplina: la Triple Corona de aguas abiertas.
48 kilómetros, tiburones y tinieblas
Su óptimo currículum nacional le permitió a Gustavo Lores obtener cupos internacionales para iniciar lo que para muchos era una completa locura. Para lograr la ambiciosa Triple Corona, reconocimiento que otorga la World Open Water Swimming Association (WOWSA), el peruano tenía que completar tres cruces de gran magnitud: la vuelta a la isla Manhattan (48 km), el Canal de Catalina de noche (32.5 km) y el Canal de la Mancha (34 km). Y así fue.
En junio del 2021, empezó con la vuelta a la isla Manhattan, logrando atravesar los 48 kilómetros de la travesía en poco menos de ocho horas. Su rapidez de nado ya era motivo de elogio, pues si completar esa ruta luce imposible para muchos, hacerlo en esa cantidad de tiempo mucho más.
No obstante, tres meses después llegó un reto más complejo: cruzar el Canal de Catalina durante la noche, con cambios bruscos de temperaturas (de 22º a 18º) y con el peligro latente de tiburones blancos acechando debajo suyo.
Para este desafío, evidentemente la preparación mental fue mucho mayor. Mientras el reloj marcaba la hora de dormir para muchos peruanos, Gustavo Lores se metía a la playa Los Pescadores para nadar unas horas y acostumbrarse así al frío y a la oscuridad. “Era el único loquito que entraba a las 11:00 p.m. o medianoche al mar”, evoca.
En cuanto al tema de los tiburones, Gustavo investigó mucho sobre ellos, especialmente sobre los tiburones blancos, y con la información que tenía a la mano se armó de valentía para afrontar el desafío sin temor. Además, se compró un aparato llamado Shark Shield, un sensor que espanta tiburones, aunque finalmente esto no le llegó a servir.
“Cuando llegué al reto, me dijeron que ese aparato no funcionaba para tiburones blancos porque son muy grandes. Igual lo usé, pero no servía para nada, así que realmente fue pedir permiso al mar, encomendarme a Dios y cruzar”, explica.
Durante casi nueve horas nadando en las tinieblas de Santa Catalina, el peruano aguantó todo tipo de dificultad y supo salir airoso. Pero no fue nada fácil. Llegó un momento en el que, incluso, pudo haber tirado la toalla. La desesperación y angustia se habían apoderado de él. Todo estaba oscuro, hasta en su mente. Pero, a cierta hora, el sol salió y le iluminó el camino que le quedaba para devolverle la tranquilidad.
“Nunca me voy a olvidar cuando salió el sol en Catalina. Estar a la mitad de un canal en medio de la oscuridad sin nada más que mar, y sabiendo que hay tiburones, para mí ver salir el sol fue increíble. Fue una experiencia mágica y espiritual, sentía que estaba viendo Dios”, expresa.
Triple Corona para el Perú
Tras su gesta en Catalina, el peruano tuvo que esperar nueve meses más para consumar la tercera y última corona. Ya sin tiburones y tinieblas en el camino, Gustavo tuvo que prepararse para enfrentar dos nuevos rivales en el Canal de la Mancha: corrientes históricamente peligrosas y el frío.
Para ello, se tuvo que preparar en las mismas condiciones. Desde muy temprano, mientras muchos aún reposaban en sus sueños, Gustavo ya estaba listo para sumergirse en las frías aguas de La Punta para entrenar y aclimatarse. Al salir del mar, era inevitable no temblar por la baja temperatura, pero igual esto no iba a ser suficiente para él, peor aún con el fenómeno del niño presente. Así que en la etapa final de su preparación decidió prepararse en la laguna Pacucha de Andahuaylas.
“Lamentablemente acá en Perú llegó el fenómeno del niño. Eso calentó mucho las aguas y me complicó en mi entrenamiento y adaptación. Entonces pasar de nadar de 20 a 12 grados iba a ser un gran cambio. Por eso, decidí irme a una laguna de Andahuaylas, que se llama Pacucha, para entrenar en agua fría. Nadé entre 15 y 14 grados, que luego se quedó corto para lo que es La Mancha, ya que fueron dos grados menos”, explica.
Durante casi 11 horas, Gustavo Lores desafió a la hipotermia en el canal que separa a Francia e Inglaterra. El riesgo del desafío era altísimo, pero el peruano no dio el brazo a torcer en ningún momento y hasta tuvo que superar corrientes peligrosas que ampliaron bastante el recorrido.
“El Canal de la Mancha lo agarré bien frío, entre 12 y 13 grados. Entonces pasar casi 11 horas a esa temperatura es bien complicado. Estuve muy cerca de sufrir hipotermia a las seis horas, estaba muy frío. Felizmente con una buena alimentación y preparación puede superarlo. Además, fue un cruce que tuvo muchísima corriente y casi todo el rato nadé en contra y rebotando entre remolinos”, cuenta.
“Yo llegué a Francia ya con las tres últimas paradas muy cansado y con mucho frío para que cuando salí y subí al bote casi me da una hipotermia postnado. El Canal de La Mancha, históricamente además, es bien conocido por ser difícil incluso para la tripulaciones, la navegación en bote. Entonces, cuando llegué sentí la sensación de que por fin lo había logrado, de que estaba vivo y que todo este sacrificio que había hecho realmente valió la pena”, añadió.
Y realmente lo valió. Al completar los tres desafíos, Gustavo se convirtió en el rey de la Triple Corona mundial, hazaña que casi nadie puede presumir. En el Perú, solo él y su compañero Eduardo Collazos gestaron esa proeza. Nadie más.
“Es una sensación muy gratificante mirar atrás y ver cómo arranqué y cómo terminé. Este proceso lo he hecho en menos de tres años, así que creo que lo he hecho bastante bien. Estoy muy contento sobre todo porque en el Perú está creciendo esta disciplina de aguas abiertas y justamente uno de mis propósitos como nadador era convencer a más gente a nadar en el mar”, dice.
Este logro adquiere mayor mérito, sabiendo que el nadador peruano se las arregló solo para poder completar los tres desafíos, pues la Federación Deportiva Peruana de Natación no rige con el tema de aguas abiertas de ultradistancia. Sin embargo, Lores confía que a partir de su reciente conquista internacional —reconocida con un Diploma de Honor por el Congreso de la República—, la FDPN puede considerar esta disciplina dentro de su programa pronto.
Sea como fuere, el júbilo es imborrable y no depende de nada ni de nadie. Ahora Gustavo Lores se plantea más retos extremos para continuar flameando la bandera peruana en mares y ríos de todo el mundo en el futuro. De hecho, el Cruce del Río de la Plata y el Capri Napoli (competencia de velocidad) son sus nuevas ambiciones. Y no hay dudas de que hará todo lo posible para enorgullecernos como ya ha sabido hacerlo.