Jorge Acuña Paredes, el legendario mimo peruano, es un claro ejemplo de cómo en el mundo de las artes escénicas se despierta una pasión arrolladora. Su dedicación a la actuación ha demostrado que representar los diferentes sentimientos humanos es un desafío cautivador.
En particular, el artista optó por la rama del arte escénico que tiene como objetivo principal hacer reír a los espectadores. Pero lograr esa risa sincera y contagiosa es una tarea que solo los verdaderos maestros pueden llevar a cabo con éxito. Hacer reír es un asunto sumamente serio y requiere de un talento excepcional.
A lo largo de su carrera, Acuña Paredes ha dejado en claro que es uno de esos artistas fuera de serie capaces de arrancar carcajadas con su dominio absoluto del arte del mimo. Su habilidad para transmitir emociones y expresar situaciones cómicas sin pronunciar una sola palabra es asombrosa.
Su legado no se limita únicamente a su destreza en el escenario, sino también a su mensaje inspirador. A través de su trayectoria, hizo comprender que los sueños están hechos para cumplirse y que cada individuo puede ser lo que desee ser.
Los inicios
Nacido en la calurosa Pucallpa a principios de la década de 1930, no pasó mucho tiempo desde su nacimiento para que llegara a Lima junto a su madre y su hermano Julio, en busca de mejores oportunidades. Su padre había fallecido cuando él apenas tenía cinco años.
Una vez instalado en su nuevo hogar, en el distrito de Surquillo, un día mientras paseaba por las calles y buscaba una forma de contribuir al sustento de su familia a sus 13 años, se encontró con un cartel que solicitaba a un joven activo para realizar recados. Sin tener absolutamente nada que perder, el joven Jorge decidió tocar la puerta. Después de todo, lo peor que podría pasar es que le dijeran ‘no’. Pero ocurrió todo lo contrario.
Al otro lado de esa mágica puerta se encontraba su ángel guardián, cuyo nombre era Victoria Ramos. Esta mujer no solo se convirtió en su empleadora, a quien tenía que ayudar con los mandados diarios, sino que también desarrolló un gran cariño por el siempre vivaz joven pucallpino. Ella lo apoyó de muchas maneras, ayudándole a completar sus estudios escolares y dándole forma a sus primeros pasos hacia lo que sería su vida entera: convertirse en el mejor mimo que el Perú haya conocido en su historia.
Los estudios
Al cumplir los 25 años, el siempre entusiasta Jorge Acuña Paredes logra ingresar a la ya desaparecida Escuela Nacional Escénica. Durante dos años, aprovecha al máximo todas las oportunidades de aprendizaje que le ofrece este lugar. Sin embargo, el centro de estudios tuvo que cerrar por un tiempo para dar paso al Instituto Superior de Arte Dramático.
Tras finalizar sus estudios, consigue un prestigioso puesto en el legendario grupo teatral Histrión, reconocido en el ámbito escénico. Además, tiene la oportunidad de colaborar con varias universidades destacadas, como el Teatro de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Universidad de La Cantuta. Asimismo, se convierte en profesor en el colegio Mariano Melgar, compartiendo sus conocimientos y pasión por las artes con los estudiantes.
Incluso incursiona en la televisión con un programa semanal llamado “El fabricante de muñecos”. Este show, que combinaba el mimo con diálogos, presentaba el taller de un anciano escultor y permitía al público televidente, especialmente a los niños, adentrarse en los misterios del mundo de los mimos. Compartiendo escenario con destacadas figuras de las tablas como Olga Jaramillo y Elio Marán, Jorge Acuña Paredes brillaba junto a estas grandes luminarias.
Viaje al Perú profundo
Después de concluir su aventura en los primeros años de la incipiente televisión peruana de los años 60, el espíritu inquieto de Acuña Paredes no podía quedarse inactivo. De manera casi providencial, se le presentó la oportunidad de hacerse cargo del Teatro de la Universidad de Huamanga, en Ayacucho, en 1966. El concepto que llevó a esta parte del sur de Perú —también conocido como el Perú profundo— fue completamente innovador y surgió como una necesidad.
Al llegar a su nuevo trabajo, el artista se encontró con la sorpresa de que, aunque la casa de estudios contaba con un pequeño teatro para 200 personas, solo tenía tres días disponibles para funciones a lo largo de los seis meses que iba a pasar ensayando.
El primer día estaba destinado a la alta dirección de la universidad, incluyendo autoridades, el consejo y profesores. Aquí, el teatro estaba asegurado con una capacidad total.
Para la segunda jornada, eran los estudiantes quienes estaban “obligados” a asistir a las funciones. El teatro no era algo que les interesara demasiado, pero al menos la sala se veía llena.
Lo triste llegaba en la tercera noche, cuando la función era dedicada a todo el pueblo. Desafortunadamente, muy pocos se acercaban a presenciar la obra especialmente preparada para la ocasión.
Tal como mencionó en una entrevista varios años atrás al blog “Obras de Alberto Mego”, al presenciar esta situación, Acuña Paredes no encontró mejor opción que acercar el teatro al pueblo, llevándolo a todas las comunidades campesinas de la zona.
Según recuerda, él y su equipo de actores visitaron un total de 250 localidades. Aunque no era exactamente en la calle, como se conoce hoy en día, esta experiencia le resultó muy valiosa para lo que le esperaba en el futuro. Durante este recorrido, el artista confesó que aprendió a trabajar sin todos los recursos y comodidades que implicaba hacer teatro de manera convencional.
Regreso al teatro callejero
A pesar de su encomiable labor, algo no cuadró con las autoridades universitarios decidieron despedirlo en 1968. Resulta que los temas que abordaba en sus obras eran considerados inapropiados para aquellos tiempos.
Trataba asuntos como el reclutamiento forzoso en el ejército (la conocida y temida leva) y la sequía, así como la falta de atención del gobierno en esa región del país.
Lo peor de todo fue que se vio privado de la oportunidad de conseguir empleo en entidades públicas, ya que todas las puertas se le cerraron.
Una vez más desempleado y con obligaciones que cumplir en casa, decidió probar suerte como taxista. Aunque esta aventura no duró mucho pese a que disfrutaba compartir sus experiencias con los eventuales pasajeros.
Su verdadera vocación era el contacto con el público a través del arte.
Siguiendo su instinto natural, el 22 de noviembre de 1968 decidió “debutar” en la Plaza San Martín. Casualmente, fue el mismo día en el que el recién llegado gobierno militar de Juan Velasco Alvarado levantó las restricciones impuestas en octubre del mismo año.
“La primera función fue ‘El corazón delator’ de Edgar Allan Poe, junto con algunas piezas de mimo. Fue un día hermoso”, rememora con nostalgia.
Permaneció en ese mismo lugar durante más de 20 años, dedicando su talento al arte escénico, hasta que decidió emprender un nuevo camino en Suecia junto a su familia a principios de la década de 1990, llevando consigo su arte para compartirlo en tierras europeas.
Eventualmente, regresó a Perú para revivir sus mejores años y recibir el reconocimiento que merecía. Uno de los homenajes que recibió fue el documental dedicado a su vida, titulado ‘Círculo de tiza’, que se estrenó el año pasado.
El tiempo no sería suficiente para agradecerle todo lo que ha hecho por el teatro callejero y por la profesión de mimo. Para muchos, él es un verdadero héroe, y a los héroes se les rinde homenaje en vida.