María Callañaupa espera junio con ansias para colgar la bandera de la diversidad. Seis años atrás, ese acto de dejar caer los colores del arcoíris por su ventana le resultaba imposible y absurdo, pese a que lo sabía. Se rehusaba a aceptarlo, pero ya lo sabía.
“José Armando, mi hijo, es homosexual. Me lo reconfirmó a los 16 años. Mi creencia me hacía creer que eso lo peor. Lo único que recuerdo fue un dolor en el alma que parece que nunca pasará, un dolor que solo quienes lo pasamos podemos entender. Es algo que no se toca en ningún lado. ¿Cómo se puede odiar a la carne de tu carne?”, dice a Infobae Perú.
Fueron días de lágrimas, días de una nebulosa ansiedad. A veces, incluso, llegó a formularse preguntas: “¿En qué fallé? ¿Por qué me pasó esto? Nadie habla del tema —continúa—. Si no hay un manual de crianza, imagínate ahora con un hijo LGTBI. Es arrojarte a un mar de cuestionamientos. Necesitaba entender la manera en que mi hijo me necesitaba”.
Cuando un niño judío o un afrodescendiente sufren discriminación —escribe el argentino Osvaldo Bazán— sus padres los sientan en la mesa y les dicen: “estúpido es el mundo, no tú”. Cuando le ocurre a un niño LGBTI, en cambio, ni siquiera busca a los suyos. O si los busca, hablará desde la culpa.
En un país donde la violencia basada en orientación sexual e identidad de género es aguda, y donde los hijos LGTBI todavía son arrojados de casa, sobre todo en zonas rurales, María Callañaupa era una madre revolucionaria: quería deconstruirse para tomar de la mano a su hijo y enfrentarse a todo.
Por eso llegó a la Asociación de Familias por la Diversidad Sexual, un colectivo que, desde hace más de 15 años, acompaña a mamás y papás de hijos LGBTI, y brinda soporte emocional a los integrantes del colectivo que, al confirmar su identidad de género, fueron expulsados de casa.
“Al inicio eran muy, muy pocos. Pero con el tiempo, miles de madres y padres han pasado por las reuniones, que son una por mes. El núcleo lo conforma una veintena de madres o madres siempre presentes. Ahí está María Cristina, que es la presidenta, y Wilma Ruiz, presidenta honoraria. También estamos personas LGTBI que apoyamos la labor”, anota Alejandro Merino.
“No es una escuela porque no se trata, por ejemplo, de una clase de matemáticas donde sabes el desarrollo y la solución. Se trata de compartir información y abrazarnos en el acompañamiento. Son nuestros hijos quienes nos enseñan”, matiza María Callañaupa.
Ha aprendido, por ejemplo, un nuevo lenguaje que representa y reivindica a su hijo. “José Manuel es de género fluido, pero en el grupo también hay mamás de chicos o chicas trans ―dice—. Es otro proceso que te planta frente a otras realidades. Las veces en que hemos coincidido en el tema lo que más saltan son preguntas”.
En ‘Yo nena, yo princesa’, una película que sigue la historia de la primera niña trans del mundo en ser reconocida por el Estado, hay una escena que aborda ese panorama. La madre de la nena está licuada en llanto porque le ha dicho que quiere vestirse como princesa.
El progenitor está a punto de abandonarlas para siempre. Entonces, la abuela aparece con una lucidez demoledora, la enfunda en un abrazo y le suelta esta línea: “Cuando no hay respuesta, la respuesta es el amor”.
“Por supuesto que la mejor respuesta siempre será el amor. Totalmente —cree también María Callañaupa—. He aprendido a admirar a mi hijo. Por eso, todos los junios, cuelgo mi bandera y digo: venciste tu ignorancia y te deconstruiste por José Armando. Ahora marcho para que mi hijo tengo los mismos derechos que mi hija. Que él sea feliz no le quita felicidad a nadie. Mi activismo consiste en que otros padres rompan su ignorancia porque si, nosotros los soltamos en un país que los anula, ¿adónde se refugian?”.
En el grupo también están Silvia Aguilar y Edmundo López, padres de un chico trans. “Recuerdo el día en que nos habló por primera vez sobre su transición —me dijeron hace un tiempo—. Fue la única vez que lo vi llorar. Mi niño se ahogaba entre espasmos. Abrazados, le prometimos que lo que venía sería maravilloso: en las horas más difíciles estaríamos juntos sin importar lo que diga la gente”.
Está, también, Gina Arnillas, familiar de la actriz Javiera Arnillas; y Amanda Castillo, madre de la activista Leyla Huerta, investigadora y fundadora de Féminas.
“Yo acompaño su lucha porque la amo y porque su lucha es justa —dice Amanda— Las mujeres trans peruanas únicamente buscan ejercer su ciudadanía como cualquier otra y desarrollar su vida sin ningún tipo de violencia. Espero que la sociedad reconozca su coraje, valentía y resiliencia”.
Por eso, la tarde del sábado estuvieron marchando. No hay ley de identidad de género, no hay cupo trans, no hay matrimonio igualitario, no hay adopción homoparental. Pero su deconstrucción es un precedente: han revuelto a toda una generación construida con prejuicios dogmáticos y machistas para remediar la injusta herida que llevan los suyos.