“Es hogar, es refugio, es libertad”, esta puede ser una de las esencias del Valetodo Downtown, la discoteca que cobra vida de noche y que ha visto pasar a icónicos personajes del mundo del entretenimiento. Incluso, de día, los colores de su fachada atraen las miradas y muchos voltean para ver quién entra o sale del local, ubicado en calle Los Pinos, en Miraflores. El brillo del mediodía da un indicio de lo que sería el encuentro con Toño Rodríguez, o con cariño —y como es más conocido—, ‘Toñizonte’.
Con el carisma que lo caracteriza, recibe a Infobae Perú en el edificio que protagonizó uno de los polémicos pedidos en el distrito: cerrar el “Vale” de manera permanente o que se traslade a otra zona “menos familiar”.
José Antonio Rodríguez, nombre elegido por sus padres, me explica que escucharé seguido que lo llaman “madre”, y si lo deseo, puedo llamarlo igual. Toma mi mano con firmeza y camina a mi lado. Han sido días complicados por el “Mes del orgullo”, pero la insistencia por contar su historia permitió que esté disponible por casi toda una tarde.
No suele hablar mucho de él. No por ser tímido, sino porque considera que “no hay gran cosa” que contar sobre su vida. Idea que desde ya, está alejada de la realidad.
Su corazón está dividido entre Lima y Callao. El lugar exacto de su nacimiento sigue siendo un misterio para él, pero lo narra como una anécdota divertida. Es el cuarto de cinco hermanos. Su hermana Andrea y él han dedicado su vida al arte de entretener.
Aunque los años hayan pasado, duermen juntos cuando ella regresa al Perú. Se convierten en uno solo, como dos niños pequeños, esos que escapaban de su mamá por lo traviesos que eran o, en cierta manera, siguen siendo.
Sus vivencias en el colegio, y ser el alma del salón, lo preparaban para el futuro no muy lejano que lo convertiría en uno de los rostros de los café teatro. Sacar buenas notas no era lo suyo, pero se motivaba a uniformarse para hacer “chacota” con sus compañeros. Llevaba su radio y creaba coreografías en el salón, mientras los otros alumnos jugaban en el patio.
Como la mayoría de adolescentes, la pregunta de qué iba a ser con vida resonaba en Toño. Se tomó un año sabático. Con la advertencia de su mamá de encontrar un empleo o estudiar, comenzó a invertir sus horas en “cachuelos”. Para ganar dinero, limpiaba casas o visitaba a sus amigos en las peluquerías para lavar los peines de la jornada.
En el caso de ‘Toñizonte’, todo fluyó con naturalidad. Una casualidad lo arrastró a una audición para formar parte de la compañía de Efraín Aguilar, una de las mentes creativas más respetadas de la televisión y el teatro peruano.
El acompañar a un amigo a este casting lo enfrentó a una decisión que movió todo lo que conocía de la noche a la mañana. Su intención nunca fue postular, sino apoyar a su compañero, darle fuerzas, hacerle porras.
En cuestión de minutos, ya tenía en sus manos un breve libreto y le indicaron que aprendiera unos pasos de baile, ya que todos los presentes debían audicionar. Nadie debía quedar excluido.
El golpe de suerte llegó y en pocos días fue llamado para ser uno de los bailarines de reemplazo, cargo que nunca cumplió. Él no nació para estar en la sombra, sino para brillar con luz propia. En una noche de cambios y accidentes, terminó reemplazando a la gran Analí Cabrera, quien no pudo subir a las tablas por un incidente a poco de iniciar la función.
Esta fue la primera vez que Toño Rodríguez se vio de pies a cabeza como otra persona, debutando bajo la magia del transformismo, un arte que se aleja del drag queen por algunas características, como la delicadeza en su presencia y una performance sin exageración.
‘Toñizonte’ recuerda que han sido pocas veces las que ha aparecido en el escenario como drag queen y considera que es un trabajo arduo, de horas, y que pocos se atreven a hacerlo.
“¿Mi primera impresión? Qué fea me veo. Me pusieron una peluquita hasta aquí (señalando su cuello). La ropa de Analí me quedó. Hice los musicales. Me maquillaban y arreglaban porque yo no sabía”, dice. Nunca se sintió forzado a “usar ropa de mujer”. Todo lo contrario; lo vio como una experiencia, como un reto.
Este nuevo inicio permitió que reconsiderara su faceta artística. Dejó su trabajo como bailarín de discotecas para enfocarse en sus shows como transformista, incluyendo el ahora popular lip sync.
“Yo soy transformista. Me maquillo para asemejarme a una mujer. La drag queen exagera, las pestañas y boca son más grandes. Es una transformación completa. Mientras se van vistiendo, van cambiando. Se van envolviendo en esa magia. Cuando sea grande quiero ser como ellas (risas). Lo de ellas es trabajoso, aplaudible”, manifiesta.
Si algo destaca en la personalidad de Toño Rodríguez es el no tener miedo a fracasar. Como él mismo se describe, en sus años de aprendiz se convirtió en una “esponja” para absorber lo máximo que podía de talentosos actores y bailarines.
Su nombre ya aparecía en los carteles de los shows junto a los de Naamin Timoyco, Paco Ferrer y Coco Marusix. Lograrlo fue una bendición y, al mismo tiempo, un dolor de cabeza debido a todos los comentarios que recibía, especialmente por parte de aquellos con más experiencia, quienes cuestionaban por qué destacaba en los paneles.
Coco es una figura amiga y maestra en la vida de Toño. Desde sus comienzos, le inculcó el respeto y el amor por el público. También fue la responsable de maquillarlo, dibujando un ojo y pidiéndole que lo replicara en el otro. El resultado fue un desastre que vino acompañado de una valiosa lección.
El tener exitosas temporadas en el teatro y ser requerido en diferentes escenarios fue la herramienta para silenciar a los críticos. Su trabajo le abrió puertas y cerró bocas. De Perseo al Ático, y de ahí al Studio One. Su popularidad creció como las oportunidades en el medio artístico. Sin imaginarlo, ya era solicitado como show estelar en las discotecas.
Confiesa que nunca hizo una brecha entre los clubs “pitucos” y “del pueblo”. Iba donde lo llamaban, sin juzgar a nadie. Recuerda con nostalgia que en una de sus performance lo presentaron por todo lo alto, pero no había escenario para actuar.
Junto a los asistentes y organizadores, armó un tabladillo con cajas de cerveza para que la magia aparezca. Aunque le indicaron que no ayudara, porque era la estrella, pero los ignoró y se sumó a la causa.
Trabajar con personalidades de la talla de Alicia Andrade y Esmeralda Checa lo llevaron a perfeccionarse. Por recomendación de ellas, juntó dinero y se inscribió en clases de actuación con Reynaldo D’Amore, director del Club de Teatro de Lima. 50 soles era el abono que, para ese entonces, era un sacrificio grande, pero valía la pena.
“Somos una familia... A veces algo disfuncional”, narra. Hablar del Valetodo es tener presente a personajes como Juan Carlos Ferrando, Coco o Naamin. La familia Achui abrió una cadena de oportunidades para los ídolos y estrellas en ascenso. Muchas de las drag reconocidas trabajaban en el Downtown. Todas cruzaron la pista para sumarse al “Vale”. Toño fue el último en unirse.
Su lealtad al dueño, quien era su amigo, le impidió renunciar. Al quedarse sin una cartelera de presentaciones, él lo ayudó a mantener algunas temporadas. Cuando le comunicó que cerraría, sintió que había cumplido, y se sumó a lo que hoy es una de las discotecas más famosas del Perú donde no apartan a nadie por géneros, orientaciones, razas ni edades.
Han pasado 22 años desde que llegó a divertir a la comunidad que deja sus problemas a un lado para pasar un buen momento en las noches miraflorinas. No se considera una “diva”. Todos son iguales para él, por lo que nadie se salva de sus bromas y apodos. No tiene un camerino individual, que podría pedirlo, pero prefiere convivir con sus “hijitas”.
‘Toñizonte’ —nombre con el que lo bautizaron en Amor, amor, amor cuando inició su faceta de reportero en Latina— se ha ganado un título que lo emociona y conmueve: ser “madre”.
“No sé en qué momento me he llenado de ‘hijos’. Ahora los chicos que vienen a la discoteca ya no me dicen madre, sino ‘madre de madres’. Ya me convirtieron en abuela. Yo dejo que me digan lo que quieran, con tal que no me falten el respeto”, se ríe.
Conocidos y extraños han encontrado en él a una persona de confianza, que escucha y aconseja. Sabe que su trabajo no solo es entretener, porque muchos llegan al “Vale” a liberarse de los tormentos que no los dejan vivir a plenitud.
Tiene un archivo de anécdotas, entre felices y tristes, donde el tema más frecuente es el miedo al qué dirán por escapar de lo “heterocorrecto”.
“Lo peor que pueden hacer los padres es botar a sus hijos de la casa porque no saben dónde van a terminar. Antes era lo más fácil: ‘no quiero tener un gay en mi casa’. Si los papás no entienden, enséñenles”, comenta.
‘Pachi’, un apodo que nació en su barrio, es de relaciones largas. Le gusta el amor y enamorarse. Sí, ha hecho locuras, como mudarse con uno de sus novios al año de empezar la relación. Cree que la “longevidad de sus romances” se debe a que mira a sus parejas como amigos. Quién logre entender su carácter, podrá encontrar un rinconcito en su corazón.
Uno de los capítulos que pocos conocen sobre este icono del transformismo es que desde hace 24 años es padre.
“Tengo mi hijito, chiquitito. Se llama Junior Antonio. Vive en Colombia. Es totalmente independiente. No tiene nada que ver con el ambiente artístico”, manifiesta.
Con un brillo especial en sus ojos, nos cuenta que ha estudiado Biología Marina. Vive con su mamá desde que él tiene cuatro años. Aunque no se ven, llevan una buena relación, de respeto.
“Yo sé que existe. Él sabe que existo. Si algún día me necesita, me va a buscar. Me gustaría tenerlo para mostrarlo por todos lados. Para que sea más mi amigo que mi hijo (risas). Es muy serio, es mi contraparte”, recuerda.
La ‘madre de madres’ del Valetodo ha cumplido varias metas que aparecieron sin pedirlo. Cine, televisión, periodismo, teatro, giras internacionales y danza. ¿Qué pieza falta en su rompecabeza?
“Te vas a reír por lo que te voy a decir, pero a mí me gustaría cantar profesionalmente. Cualquier cosa. Dicen que canto bien. Cuando esté más viejita y no pueda levantar la pata, al menos podré cantar en el escenario”, dice y sonríe.
Hasta este punto de nuestra conversación, Toño o ‘Toñizonte’ precisa que no se arrepiente de nada, y aunque tuviera la oportunidad de cambiar algo del pasado, no lo haría. De eso ha aprendido y lo ha convertido en lo que es.
El atravesar por situaciones complicadas con su salud durante la pandemia, y algunos accidentes que ha ido acumulando por su ligera torpeza, lo lleva a reflexionar en que la vida se debe disfrutar al máximo, siendo feliz, sin hacer daño a nadie. Uno de los consejos que su madre le repetía cuando era pequeño.
Antes de abandonar su hogar y centro de trabajo, Toño Rodríguez nos hace un tour por la discoteca, la cual duerme de día y renace en la noche, según sus palabras. Mientras hacemos el recorrido, se apoya en mí para bajar las escaleras —esas que camina con sus tacos de 15 centímetros— y me expresa que ha visto a mucha gente morir, amigos y compañeros de trabajo; por lo que el “Vale” a oscuras le recuerda esos momentos que esconde con su radiante sonrisa.
Aún con sueños por hacer realidad, la idea de decir “un adiós y no vuelvo más” no ha sido ajena a él: “Todos los fines de semana lo pienso porque termino tan cansada. Ya estoy vieja, este es mi último mes, me voy a despedir (risas). Hablando en serio, yo me voy a retirar cuando nadie sepa. Cuando llamen y digan ‘no has venido al show’; y voy a contestar que ya me retiré. Todavía falta poquito... fin de año”.
El ícono del transformismo en Perú es maestra y consejera. Una suerte de gratitud recíproca por lo que hicieron por él cuando inició en el baile y actuación. Hasta que el cuerpo se lo permita, seguirá inspirando con esa pasión única que complementa perfectamente con su carisma.
Es anfitrión, performer y uno de los carismáticos personajes del Vale que noche a noche recibe a los cientos de visitantes a la discoteca que deslumbra a todos por su magia y arte en escena.