Los mejores libros son aquellos que superan el paso de los años, los que aún se mantienen en el recuerdo de los lectores y que cautivan a aquellos que todavía están por adentrarse en el mundo de las letras. “Prosas apátridas” de Julio Ramón Ribeyro es un claro ejemplo de esta clase de títulos porque, además de seguir vendiendo ejemplares, motiva la publicación de textos incluso más extensos que el libro mismo.
En conversación con Infobae Perú, el filósofo Óscar Quezada Macchiavello comenta su homenaje a “El flaco” en el que, a través de más 300 páginas, analiza aquellos textos cortos, directos, profundos y poderosos reunidos en “Prosas apátridas”. “Literatura el contrapunto” es una publicación de la Universidad de Lima en el que el amor, la muerte, el desengaño, la ilusión y la esperanza son desvestidas y explicadas al detalle.
El autor recuerda la tarde en la que durante su paso por la librería El Virrey con tan solo 21 años se topó con el título al que hoy rinde homenaje.
“Me impactó tremendamente su concisión, su certeza, su claridad y, sobre todo, su sintonía poética”, dijo para luego recalcar que se trató de un experiencia en la que quedó cautivado por la musicalidad de los 200 textos breves que Ribeyro reunió en un solo libro.
Décadas después, el mismo título le serviría durante su experiencia docente para atrapar la atención de aquellos que se mantenían alejados de los libros. Para quienes la literatura no era más que una pila de textos aburridos escritos por personas muertas o vivas a quien la mayoría no prestaba atención, las “Prosas apátridas” servían como un primer paso a la sensibilidad literaria y “como una apertura a textos más complejos y extensos”.
Quezada Machiavello todavía cree que el libro de Julio Ramón Ribeyro debe seguir siendo tomado en cuenta para la formación de nuevo lectores ya que resalta que la percepción de totalidad de la prosa, presentado de forma didáctica y pedagógica, facilita el acercamiento a lo que en el futuro cercano podrán ser aquellas largas, densas y voluminosas novelas que tiempo atrás parecían imposibles de digerir.
El paso del tiempo
El filósofo vuelve a leer la prosa número 99 y siente lo que ha sido el paso del tiempo, recuerda la emoción con la que la leyó con tan solo 21 años, rememora las ilusiones y sueños que esas seis líneas provocaban en él y ahora, a punto de cumplir 70, se topa con la perspectiva de una vida ya transcurrida. Dicha sensación, ha sabido reflejarla en su más reciente libro “Literatura del contrapunto”.
“Somos un instrumento dotado de muchas cuerdas, pero generalmente nos morimos sin que hayan sido pulsadas todas. Así, nunca sabremos qué música era la que guardábamos. Nos faltó el amor, la amistad, el viaje, el libro, la ciudad capaz de hacer vibrar la polifonía en nosotros oculta. Dimos siempre la misma nota”, escribió Ribeyro y hoy es confirmada por Quezada, quien dijo haber creído de joven que quizás podía darle la contra a la prosa.
Ribeyro no está muerto para el autor de “Literatura del contrapunto”. Para quienes no tuvieron la oportunidad de verlo, oírlo o estrecharle la mano, el espíritu crítico y el humor ácido de “El flaco” han sobrevivido en el papel.
“Uno descubre la potencia de su lenguaje y discurso, pero también la forma en la que supo tomar distancia del poder y burlarse, en algunos momentos de algunos figuras como los burócratas”, recalca Quezada.
“Es también muy lúdico y juguetón en esa atmósfera doméstica y familiar en la que aparecen su hijo, gato, mujer, vecinos y peatones. Además, es muy utópico porque siente que es un contestatario que anda pensando la posibilidad de una vida mejor vivida, una mejor diseñada socialmente, una más justa. Y por último, muy pragmático”, agregó sobre su descubrimiento del hombre que tan solo conoció a profundidad gracias a sus escritos.
¿Por qué apátridas?
El hecho de que Julio Ramón Ribeyro llevara varios años lejos del Perú fue malentendida como la razón por la cual su libro había sido titulado “Prosa apátridas”. En una reedición publicada en 1982, el también autor de “La palabra del mudo” y “Crónica de San Gabriel” explicó que se trataban de textos que no habían encontrado su lugar en los otros textos que ya había publicado y que deambulaban entre sus apuntes.
“Se trata de textos que no se ajustan cabalmente a ningún género, puedo no son poemas en prosa, ni páginas de un diario íntimo, ni apuntes destinado a un posterior desarrollo, al menos no los escribí con esa intención. (...) carecen de territorio literario propio”, escribió el cuentista. Este recalcó que de no haberlo hecho, las prosas que hoy muchos admiran habrían permanecido en total aislamiento.
A diferencia de “La tentación del fracaso”, diario de Ribeyro, las prosas “son signo de una cotidianidad, remiten a las artes de lo cotidiano. De algún modo necesitan a un lector interpretando. Ese protagonista enunciativo de las prosas en medio de su endeudamiento, de su carencia, de su falta, de su estar interno, atado a su finitud, anhela un tiempo distinto, saca su discurso fuera de la patria. Aunque la patria llame en la enunciación literaria, el enunciador siente que su enunciado es errante, transeunte.”, señala Quezada.