Los perros como Panchito pasan por la vida como queriendo ser invisibles: su caminar lento y silencioso, incluso cuando buscan comida porque hoy la basura no les llenó el estómago, andan por la vida como pidiendo permiso a la gente.
Panchito era un perrito de todos y de nadie, un desafortunado animal que fue abandonado en una calle de Iquitos, donde tuvo que aprender a sobrevivir en medio del calor insoportable por momentos y la desidia de las personas que viven muy rápido.
Todos menos una veterinaria que se mudó de Lima a la capital de Loreto y se enamoró del clima tropical y de la loca idea de lo que podía hacer si se establecía en esa ciudad, como ayudar a los animales sin hogar, un problema que ninguna autoridad parece querer solucionar en esa parte del país.
Sayrath y Panchito se conocieron en un segundo y formaron un vínculo para toda la vida. Ella le dio un lugar para dormir, baños relajantes, comida y cariño, mientras él le demostraba su gratitud con un movimiento de cola frenético o la alegría en esa carita golpeada y muchos perros con los que peleó en sus más de 10 años por un hueso o un pedazo de pollo.
Pese a todo lo que tenía con ella, el perrito no renunció a esa libertad que Sayrath decidió respetar. Daba paseos por todo el vecindario hasta que se cruzó con la maldad.
La noche del 6 de noviembre del 2017, mientras Panchito dormía en una calle solitaria casi sin tránsito de motos ni autos, José Fortunato Rengifo Reátegui, trabajador de limpieza pública de la Municipalidad de Maynas, decidió desviar el curso del camión recolector que conducía a mínima velocidad. Intencionalmente, y a pesar de tener ambos carriles totalmente libres, viró hacia la derecha para acabar con su vida.
Probablemente, pensaba que nadie se daría cuenta “¿Quién reclamaría por un perro viejo y de la calle?”
Qué equivocado estuvo.
Al día siguiente, Sayrath buscó sin éxito a Panchito, pidió ayuda para encontrarlo y no paró hasta saber qué le había pasado. La falta de respuestas no la detuvo y acabó por obtener los videos de una cámara de seguridad donde se veía a Rengifo matar al perrito.
No quiero imaginar el dolor que experimentó al ver cómo le arrebataban la vida a su compañero, dolor que decidió transformar en rabia y determinación para buscar justicia.
Hace unos días, luego de una lucha de casi seis años desde que hizo la denuncia formal, el Poder Judicial dio un fallo histórico: determinó que José Fortunato Rengifo Reátegui era culpable del delito (que confesó haber cometido) de actos de crueldad contra un animal doméstico y lo condenó a un año de pena cárcel suspendida y al pago de S/4,000 por concepto de reparación civil. Además, lo inhabilitó para tener animales e incluyó a la Municipalidad Provincial de Maynas como tercero civilmente responsable de la muerte del animal debido a que se negaron a entregar información cuando se descubrió que su colaborador había cometido el delito. Incluso un vehículo de la misma institución recogió el cadáver.
La Ley de Protección y Bienestar Animal 30407 establece una sanción de hasta cinco años de cárcel para aquella persona que cometa crueldad contra un animal y ocasione su muerte. Esta norma está vigente hace 6 años, luego de la lucha que emprendimos varios activistas independientes y organizaciones de derechos animales para sacarla adelante hace más de 15 años. Esa fue el arma poderosa que utilizó esta mujer, a la que admiro mucho, para gritarle a la sociedad que nadie en el Perú puede asesinar a un ser que solo quiso disfrutar de su vida sin hacerle daño a nadie.
Sayrath es el nombre de la persona que logró justicia para un perrito en Iquitos que parecía no importarle a nadie, pero al que ella llamaba “el amor de mi vida”. Alguien que no desistió nunca y no escuchó a aquellos que le decían que se olvidara de lo que pasó porque “solo era un perro”.
Esta es mi manera de darte las gracias por no abandonar tu lucha, de decirte que me siento tremendamente afortunada de ser tu amiga. Estoy segura de que me vas a odiar por decir tu nombre y escribirte esta columna (y poner tus fotos), porque eres de las que ayuda sin decir ni esperar nada a cambio. Solo tus más de 20 perritos rescatados y los animales a los que curas de la sarna y la soledad en los mercados de Iquitos y alrededores son testigos del trabajo alucinante que inspira a personas como yo o ese niño que te ve acariciando a animales enfermos y piensa que otro mundo, más compasivo, sí es posible.
Sé que sabes que Panchito será el primero en correr a recibirte en el cielo. Sé que estás segura de que algún día se van a encontrar.