Una de las anécdotas más recordadas del siglo XX en el Perú fue el encuentro entre el abogado y político Pedro de Osma y el poeta César Vallejo en la Biblioteca Nacional del Perú, en el Cercado de Lima. Una historia que pasó a la posteridad.
En 1918, el autor de Poemas humanos, aún un desconocido, estaba trabajando en su poemario Los heraldos negros. El escritor se vio en la necesidad de asistir a la biblioteca para complementar algún verso de su libro.
Después de llenar el formulario para solicitar el libro que requería volteó de manera brusca hacia la ventanilla donde se hacía el pedido respectivo.
No se había percatado que detrás de él estaba Pedro de Osma, un señor vestido elegantemente, con unos lentes con un cintillo negro, un bastón, un sombrero de copa y guantes. Un dandi para la época.
César Vallejo lo había golpeado, con cierta violencia, pero sin mala intención. A quien fuera el presidente del Club Nacional se le cayó el bastón, el sombrero y los lentes. Toda la postura de elegancia se fue al tacho en cuestión de segundos.
El autor de Trilce, visiblemente apenado por su comportamiento, extendió sus disculpas hacia De Osma, reconociendo que había actuado de manera inapropiada. Sin embargo, lejos de aceptar las disculpas con calma, el abogado se encontraba sumido en una profunda cólera. Con una mirada desafiante, reprochó al autor que su conducta no estaba a la altura de lo que se esperaba en una biblioteca, un recinto sagrado para los intelectuales y eruditos que lo frecuentaban.
La indignación del fundador del diario La Prensa era palpable en cada una de sus palabras. Para él, la biblioteca era un espacio donde la etiqueta, el respeto y la serenidad debían primar sobre cualquier otro comportamiento. La idea de que alguien pudiera perturbar la tranquilidad y el ambiente académico con acciones inapropiadas le resultaban inaceptables.
Su voz resonaba en el recinto, atrayendo la atención de aquellos presentes, quienes volteaban la cabeza hacia la escena en desarrollo. Algunos murmuraban entre sí, compartiendo la sorpresa y el disgusto ante la situación. La tensión en el aire se hacía evidente, mientras César Vallejo intentaba encontrar las palabras adecuadas para calmar la ira de su interlocutor.
El escritor, más avergonzando aún, volvió a ratificar sus disculpas. El poeta creía que todo el problema terminaría allí, pero se equivocó. El señor replicó: ”¿Usted sabe con quién está tratando? ¿Imagina, acaso lo que ha hecho? ¿Sabe usted, por ventura, quién soy yo?”.
Vallejo desconocía totalmente quién era ese señor que había sido presidente de la Cámara de Diputados, fundador del diario La Prensa, dirigente del Partido Demócrata y alcalde de Lima. El político, al percatarse que ese joven estaba mirándolo con duda, espetó iracundo: “¡Sepa usted que soy don Pedro de Osma!”.
El autor de Los heraldos negros, manteniendo la compostura y el respeto hacia el abogado, decidió responder con una pizca de ironía a su acusación.
Con una sonrisa dibujada en su rostro, contestó con calma: “¿Y yo qué culpa tengo, señor?”. Sus palabras resonaron en el aire, dejando un momento de silencio incómodo entre ambos.
La respuesta de César Vallejo desconcertó al abogado, dejándolo boquiabierto y sin palabras. No esperaba esa réplica ingeniosa y menos aún que el poeta se retirara con tanta elegancia de la escena. El político, acostumbrado a lidiar con argumentos lógicos y razonamientos jurídicos, se encontró ante una situación en la que sus habilidades no le resultaban útiles.
Mientras el escritor se alejaba, una mezcla de asombro y frustración invadió al político. Su mente se llenó de preguntas sin respuesta, intentando comprender la actitud del poeta y el significado de sus palabras. No podía evitar sentir que había perdido el control de la situación, y esa sensación de impotencia lo incomodaba.
En su retirada, César Vallejo demostró una elegancia y una seguridad en sí mismo que dejó a Pedro de Osma reflexionando sobre su propio comportamiento. Tal vez la poesía, con su habilidad para jugar con las palabras y las emociones, era un territorio en el que el derecho no podía imponer su lógica inflexible.
El encuentro dejó una huella en ambos protagonistas, una marca que perduraría en la posteridad, a pesar de que ambos tomarían caminos diferentes.
¿Quién fue Pedro de Osma?
Pedro de Osma nació en el seno de la alta sociedad limeña en la segunda mitad del siglo XIX. Por parte de su padre, su linaje tenía una conexión directa con la nobleza española que se estableció en el Perú tras la independencia en 1821. En su familia paterna, destacaban importantes figuras como los diplomáticos y políticos Ignacio de Osma, Joaquín José de Osma y Javier de Osma.
Por el lado materno, su madre, Francisca Pardo y Lavalle, era hija del reconocido poeta y dramaturgo Felipe Pardo y Aliaga. Además, su madre era hermana de Manuel Pardo y Lavalle, quien se convirtió en el primer presidente civil del Perú, ocupando el cargo entre los años 1872 y 1876.
Después de graduarse en Jurisprudencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), Pedro de Osma obtuvo su título de abogado y comenzó a trabajar en la Prefectura de Lima; renunció a este puesto tras ser elegido diputado por la provincia de Pasco.
No solo se involucró en la política, sino que también desempeñó un papel destacado como promotor de los deportes. En 1896, fundó la Unión Ciclista Peruana, que inicialmente se enfocó en la práctica del ciclismo y el béisbol. Con el tiempo, la institución decidió centrarse exclusivamente en el fútbol con el nombre de Ciclista Lima. Durante varios años, participó en la Primera División, aunque actualmente se encuentra en la Copa Perú.
A pesar de los desafíos actuales que enfrenta, la Unión Ciclista Peruana, fundada por Pedro de Osma, dejó un legado en la historia deportiva del país. Su iniciativa y dedicación ayudaron a sentar las bases para el desarrollo del fútbol en Perú, y su impacto en el ámbito deportivo es reconocido y valorado hasta el día de hoy.
Algunos años más tarde, en 1903, también incursionó en el periodismo y fundó el diario La Prensa. Además, tuvo una destacada trayectoria política, llegando a ocupar los cargos de alcalde de Barranco y de Lima.
En el año 1900 contrajo matrimonio con Angélica Gildemeister Prado. Fruto de esta unión nacieron sus hijos Pedro y Angélica de Osma. Ambos hijos siguieron los pasos de su padre y dejaron un legado importante. Crearon el Museo Pedro de Osma, ubicado en Barranco, que se ha convertido en un importante referente cultural. Asimismo, establecieron la Fundación Pedro y Angélica de Osma Gildemeister, la cual promueve y apoya diversas iniciativas en el ámbito artístico y cultural.
El Museo Pedro de Osma se ha convertido en un espacio invaluable que alberga una destacada colección de arte colonial peruano y europeo. Gracias a la visión y el esfuerzo de sus hijos, la galería se ha consolidado como un punto de encuentro para los amantes del arte y la cultura, brindando un espacio para la apreciación y difusión del legado artístico del Perú y del mundo.
A través de estas iniciativas, Pedro de Osma y su familia han dejado un valioso legado que perdura en la memoria colectiva y enriquece la vida cultural del Perú. Su dedicación y pasión por el arte y la cultura han dejado una huella duradera, inspirando a generaciones futuras a valorar y preservar el patrimonio cultural del país.
César Vallejo, el poeta del dolor humano
César Vallejo nació en Santiago de Chuco, en la sierra de La Libertad. Su carrera en el mundo de las letras comenzó en Lima, donde publicó sus dos primeros poemarios: Los heraldos negros (1918) y Trilce (1922), los cuales marcaron un inicio fulgurante para el poeta en cuanto al lenguaje, coincidiendo con el vanguardismo que se ponía de moda en las primeras décadas del siglo XX en todo el mundo.
1923 se convirtió en un año trascendental en su vida por dos motivos: en primer lugar, publicó su obra Escalas. En segundo lugar, partió hacia París (Francia), sin tener planes de regresar nunca más a Perú.
Aunque también pasó por Madrid (España) y otras ciudades europeas, finalmente se estableció en la ‘Ciudad Luz’ hasta el día de su muerte.
Durante su estancia en el Viejo Continente, César Vallejo se ganó la vida como periodista, además de trabajar como traductor y profesor.
A pesar de continuar escribiendo poesía en los últimos años de su vida, César Vallejo solo publicaría textos en prosa, como El tungsteno (Madrid, 1931), y el libro de crónicas Rusia ante el segundo plan quinquenal en 1931.
Fueron precisamente en esos años en los que se gestó una de sus obras más destacadas, Paco Yunque, aunque esta sería publicada después de su muerte.
Sin embargo, no fue la única obra que vería la luz de manera póstuma. En 1939, se publicaron Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz, gracias a los esfuerzos de su viuda, Georgette Vallejo.
La publicación de estas obras después de su fallecimiento permitió que el legado literario de César Vallejo perdurara y alcanzara reconocimiento a nivel internacional. Sus poemas en Poemas Humanos exploran la condición humana, la lucha y el sufrimiento, expresados con una intensidad emocional y una profundidad que conmueven al lector. Mientras tanto, España, aparta de mí este cáliz es una obra cargada de crítica y denuncia social, reflejando la realidad política y social de España en aquel tiempo turbulento.
La contribución de Georgette Vallejo en la publicación de estas obras fue fundamental para asegurar la preservación y difusión de la obra de su esposo. Gracias a su dedicación y esfuerzo, el mundo pudo disfrutar y apreciar el talento y la genialidad de César Vallejo más allá de su vida terrenal.
El legado del autor como poeta y escritor se consolidó con el paso del tiempo, dejando una huella indeleble en la literatura en lengua española. Su capacidad para explorar temas universales y plasmarlos en un estilo poético único continúa inspirando a generaciones de lectores y escritores. Su obra póstuma es testimonio de su genio literario y de su impacto duradero en el panorama literario internacional.