La casa del pasaje Los Plátanos, en el distrito limeño de Chaclacayo, permanece cerrada por protocolo, incluso cuando hay visita. Es una construcción campestre y señorial al lado de la carretera, con un letrero en la fachada que reza “Familia Badani”, en mayúsculas. Poco antes de las diez de la mañana, la puerta de acero oxidado se abre y Ricardo Badani aparece enfundado en camisa y pantalón, los zapatos recién lustrados. Es la última semana de mayo.
“Pasen, pasen. Imposible que se pierdan por aquí. Nuestra casa aparece en Google Maps”, dice a Infobae Perú.
Badani y sus seis esposas escogieron este lugar, en las afueras de Lima, para vivir sin aspavientos, lejos de miradas o voces que los adjetivan como seres insólitos.
“Las chicas los esperan al fondo”, sigue y se peina el bigote con sus dedos alargados. ”Allá también los esperan los nenes”.
En el antejardín se abre paso un breve camino de piedras, con un par de arbustos recién regados donde, a veces, se posan pájaros de colores. Ellas están en la sala, dispuestas en medialuna: Melissa, administradora de empresas; Gaby, analista de sistemas; Elsa, modista y chef de alta cocina; Ninfa, ingeniera alimentaria; Beatriz, comunicadora; y Aurora —Lola—, arquitecta. Llevan un punto en la frente que, en realidad, se llama bindi y se ubica a la altura del sexto chakra, el de la sabiduría.
“Encantadas, mucho gusto”.
‘Taffy’ y ‘Besito’, los poodles de la heptagonal familia, corretean por el living, salpicado de fotografías y cuadros místicos, la mayoría pintados por una de las exesposas fallecidas. Ricardo Badani acaricia a los cachorros y les dice: “Ya, chicos, ya, basta”. La luz matutina se cuela por los ventanales de cedro. Hay una fogata y, sobre ella, la escultura de Shiva, el dios representado por un pene erecto. El dios de esta casa.
“Taffy es engreído y Besito, más recatada. Él no muerde, pero si le das confianza, olvídate, perdiste. A ella le cuesta adaptarse a las visitas, ¿cierto?”.
Después invita al bar, un ambiente mínimo que colinda con la cocina y donde cuelgan algunas de sus fotografías: clítoris con piercing, pezones con piercing, y vientres que él mismo registró con una cámara que ya no usa. La cava está casi vacía. Las copas de cristal destellan porque tiene una obsesión compulsiva por la limpieza y el orden.
“¿Tú tienes piercing ahí abajo?”, pregunta Badani a la fotógrafa, mientras se sirve coñac. El diálogo no llega —no puede llegar— hasta la sala, donde ellas se han dispuesto en las butacas.
Políglota y anticatólico
Es un mixólogo autoeducado, capaz de citar el origen de cada bebida que prueba y ofrece; un chef gourmand, políglota y anticatólico; un autodidacta erudito —su último test de inteligencia arrojó 198 puntos—; un emprendedor que levantó una boutique de lencería y una línea de productos artesanales; un panelista digital con seguidores millennials; un obseso por la etimología, cuyo concepto ideal de pareja es la simbiosis entre la esclava y el paladín.
Se sienta a la mesa y pregunta: “¿Por dónde comenzamos?”. En medio, a modo de servilletero, hay un pene de cerámica. En la biblioteca tiene una colección de casi cinco mil libros y alberga, por supuesto, literatura erótica como el Kamasutra. Los dormitorios están arriba: dos para ellas (cada uno con tres camas), uno para él.
“En mi línea no es el hombre el que se declara. Es ella quien se arrodilla ante él, le extiende las manos y le dice: ‘quiero ser tuya’ —explica—. Si él toma sus manos, significa ‘sí, me interesas’; pero ambos deben decir qué ofrecen, qué piden y qué no aceptarían. Cuando están de acuerdo, recién el hombre levanta a la mujer, la abraza, la besa y empieza un compromiso formal. Después puede venir la boda, si el compromiso se mantiene el tiempo que se ha dicho. ¿Vamos con las chicas?”.
Lava el vaso, lo seca dos, tres veces, apaga la luz del bar y, entonces, uno sabe que hay que seguirlo. Ya en la sala, con el fulgor del coñac bebido a las diez de la mañana, se deja caer, delicadamente, en un sofá de cuero negro: “La boda es al estilo hindú antiguo, por fuego. Se prende una hoguera y ambos dan siete pasos alrededor para poder encontrarse vida tras vida. Hasta que la muerte los vuelva a unir”.
La primera vez que Ricardo Badani giró en torno al fuego fue en noviembre de 1980, cuando se casó con Elsa, una iquiteña que tiene, como él, 71 años. Lo hizo por segunda vez en agosto de 1982, con María Gabriela Amor, Gaby, una limeña de 60; en octubre de 1985 con Lola, nacida en Jauja hace 69 años; y en 1986, con Mercedes, La Gatita, que falleció hace ocho años.
En la última década del siglo pasado hubo celebración doble: con Beatriz, una chilena de la misma edad de Gaby, y con Mara, también chilena, fallecida en 2016. Con Ninfa, de 43 años, se casó en octubre del 2004; y con Melisa, la menor de todas —tiene 40—, en diciembre del 2005. A Badani le gusta decir que Ninfa y Melisa fueron, antes de todo, “esclavas alternativas” que se integraron a la familia tras el deceso de La Gatita y Mara.
Hay un blog en el que las esposas cuentan cómo conocieron al gurú y por qué decidieron seguir a su lado. En algunas líneas se lee: “Fue más que un enamoramiento, él le dio sentido a mi vida”, “No crean que esta rareza nos ocurrió tan solo a nosotras seis […] en todos estos años, ha habido muchas mujeres que se le han acercado con el mismo pedido”, “Él calmó mi sed de conocimiento, me cautivó su voluntad de hierro”, “Él ha hecho que me desarrolle plenamente como mujer, no solo en lo sexual, sino también en lo intelectual y espiritual”, “Ahora solo quiero ser lo que él desee o necesite, eso me hace feliz”, “Él me devolvió mis sueños y los hizo realidad; me hizo florecer”.
Por estas cosas, las han llamado locas o mantenidas, o ubicado en contra del feminismo, aunque ellas ya no se esfuerzan en discutirlo. Ha sido su decisión, replican, y no intentan convencer a nadie de la vida poliginia. Cada una tiene un rol en casa, un horario, una tarea asignada en el día. Son como mejores amigas.
“Gaby es la que se encarga de dirigir la orquesta, como digo. Si quieres fechas, consulta con ella, que sabe milimétricamente todo”, dice Badani y Gaby sonríe como quien dice ya estoy acostumbrada. “Saluda, saluda para que te conozcan”.
Infancia católica y juventud atea
Badani es el apellido materno de Ricardo Ruiloba, hijo de Luis María Ruiloba y Teresa Badani. El matrimonio se quebró cuando él tenía tres años y es probable que eso haya producido un cataclismo en la casa, al punto de sepultar el Ruiloba para siempre. No habla mucho de su infancia, pero creció en una familia católica a rajatabla. De chico devoraba clásicos; libros de filosofía, física o matemática; estudiaba la Biblia. Sus amigos del colegio Champagnat de los Hermanos Maristas imaginaban que su único destino sería vestir una sotana. Obtuvo medallas y diplomas de Ciencias y Letras de primaria a secundaria, integró la Comisión de Música y Liturgia del Arzobispado Peruano y organizó —calcula— unos 127 grupos parroquiales.
“Hasta que leí este versículo que dice: Dios ha creado a algunos para condenación / para mayor honra y gloria de su nombre. Para mí, si Dios crea gente para someterla a un tormento eterno por una falta temporal, es un demonio sádico. Dije: no, Yahvé es un demonio, no quiero saber de él. Y pum. Cerré mi biblia, chau”.
Ejecuta un chasquido y sigue:
“Yo no soy un desertor. La palabra es abjurar, porque no dejé la batalla: le presenté batalla a la Iglesia. Renuncié con una carta al Arzobispado y copia a todos esos grupos”.
Entonces, empezó a leer la biblia de los mormones, de los Testigos de Jehová y de los Evangélicos. Después probó con el esoterismo —aprendió a leer el Tarot— y el taoísmo, hasta que un amigo le comentó que un gurú de la India había llegado al Perú, y fue a buscarlo.
“Parecía un loquito. Esos que andan con camisones blancos, todo barbón”, recuerda Badani. “Me habló en un inglés muy pobre. Me dijo que me iban a pasar cinco cosas y, en efecto, pasaron. Me dijo, también, que todavía no estaba preparado. Un año más tarde, yo estaba pasando por el mismo hotel, y él me esperaba. Le dije que me haga iniciación y ahora sí lo hizo. Desde ahí estoy en el camino Shaeva Tamntrika Vaamaachaar. Shaeva, porque adoramos al señor Shiva. Tamntrika, porque seguimos los Tamntra, las normas que conducen al camino. Y Vaamaachaara porque no somos acéticos”.
Por disposición de ese gurú, Ricardo Badani tiene, a la fecha, uno de los rangos más altos en el tantrismo, una religión milenaria que, representada por las deidades Shiva y Shaktii (él y ella), ve el sexo como un lazo con lo divino y como la plenitud del conocimiento espiritual. Badani hace el amor todos los días para adorar a Dios, y sus esposas secundan ese fervor por elección propia. Cada una tiene un día asignado para pasar la noche en su alcoba, pero si otra desea unirse, hay plena libertad de irrumpir para consumar la adoración.
Ninfa y Melisa fueron las últimas en integrarse a la rutina en lugar de Mercedes —La Gatita— y Mara, las exesposas fallecidas en 2014 y 2016 por cáncer y leucemia, respectivamente.
“La doctora dijo que La Gatita necesitaba radioterapia, pero ella se negó. Usamos un método naturista. Le reduje todos los alimentos que producen la multiplicación de células. Ella, que bailaba la danza del vientre, se enflaqueció como si hubiera escapado de un campo de concentración. Mara decía que se sacó la lotería. Fue una empresaria de éxito, una de las fuertes, pero en su familia esa enfermedad era generacional. A ella le tocó. Falleció de una leucemia galopante en el hospital”.
Acusado y expulsado de Chile
A inicios de los 90, Badani se marchó a Chile con cuatro esposas, dos de las cuales todavía integran la familia. En ese país devino en asesor informático de Apple, pero antes ya había trabajado en una petrolera y en su microempresa de software para PCs. Vivían en un rancho a dos horas al sur de Santiago —que luego vendió para adquirir esta casa señorial en el pasaje Los Plátanos— hasta abril de 1996, cuando efectivos de la División de Delitos Sexuales irrumpieron en la vivienda y los acusaron de integrar una secta sadomasoquista.
Todo quedó registrado en videos. A ellas las golpearon para que se declaren como víctimas de trata. A él lo esposaron y lo ataron a una silla. Badani recuerda que, mientras a otro de los intervenidos le contraían los testículos, se dirigió a uno de los policías y se jugó una última carta: “Puedes hacer lo que quieras, ahora mismo —le dijo—. Pero si las tocas, olvídate que existes y de tu familia”. El efectivo no hizo nada más. El gurú se jacta de ese juego psicológico. Fueron deportados sin cargos.
“Para Chile, yo era el secuestrador que enviaba chicas a los países árabes —recuerda ahora, más de dos décadas después—. Éramos satanistas que organizábamos misas negras. Y todo porque usaron de prueba un cuadro pintado por un amigo. ¿Quieres verlo?”.
Badani pide a Gaby traer el cuadro y ella, por su puesto, obedece. En el cuadro hay una mujer desnuda que sostiene, sobre sus senos, una calavera.
“Es la representación de Eros y Tánatos, el amor o la muerte. Después, usaron de prueba esta foto que nos tomamos en el desierto de Ica. ¿Ves algo malo? No. El Gobierno chileno armó una mentira. Nos deportaron, como dice Sofocleto en el Manual del perfecto deportado, porque no tenían nada contra nosotros. Hasta la fecha estamos esperando que la CIDH se pronuncie. Llevamos 27 años reclamando”.
A poco de la deportación, su hermano Bernardo, tres años mayor, le envió una carta. El gurú y su familia habían aparecido en primera plana de los diarios sensacionalistas del país. Fue un escándalo familiar protagonizado por ese chico al que imaginaban devenido en cura.
“Mi hermano me decía que había enlodado el apellido y que ellas no tienen derecho a llamarse de Badani. Su carta termina así: Ojalá no fueras mi hermano. Ese fue su error más grande. Ojalá es insha’Allah, es decir, que dios lo quiera. Mi respuesta fueron tres líneas. No eres mi hermano. No eres mi hermano. No eres mi hermano. Nosotros juramos repitiendo tres veces. Ese día, murió para mí”.
Por lo demás, dos años después, el 7 de septiembre de 1998, Badani estrenó Las noches de Badani, un programa de educación sexual sin tapujos que se emitía de lunes a viernes por ATV, cerca de la medianoche. Las esposas participaron en la producción. Según sus registros, hizo un rating promedio de 18 puntos y un encendido total de 31, pero no bastó para evitar que lo levantaran del aire al mes siguiente “por atentar contra la moral pública”. Salpicó a la radio, aunque la falta de avisaje limitó la continuidad. La familia incursionó en la venta de lencería femenina, pero la Boutique Badani acabó cerrada por hostigamiento de la conservadora Municipalidad de Miraflores.
Badani, entonces, se dedicó a escribir o pulir lo que había escrito. En 2008, Planeta publicó ‘Secretos Sexuales’, que junto con ‘Sobre la libertad y la filosofía’ y ‘En aspas de molino’, conforman su trilogía sobre sexualidad y conocimiento; y dos años después, con gestiones propias, lanzó la revista ‘Sexualidad de bolsillo’.
Luego llegó un período de reserva, hasta que en 2015 abrió Amrita, una marca de productos artesanales libres de químicos en la que —dice— las accionistas son sus esposas y él es empleado. A la par, empezó a trasmitir, todas las noches, por Facebook, Instagram, TikTok y YouTube, donde encontró una audiencia que no lo conocía o que lo recordaba por Noches de Badani o que terminó enganchada por su rigor cuando aborda el sexo, el placer, las relaciones de pareja, el tantra.
Amrita
Es un orador en efervescencia. No fuma. No consume drogas. El yoga lo mantiene atlético. Algunos domingos organiza el almuerzo para sus suegras y en esas reuniones, a veces, puede aparecer Melisa, Ninfa, cualquiera de ellas, ataviada en un bedlah para bailar la danza del vientre. Hace un rato, Elsa entró a la cocina a preparar el almuerzo. Han sido días agotadores en los que ha tocado despachar granola, bizcochos saludables, un lote del yogurt natural por el que la marca fue reconocida en 2019.
Amrita significa néctar de los dioses y fue idea de Ninfa, que tenía el proyecto diseñado desde la universidad. Los primeros productos —20— se ofrecieron a los vecinos y se vendieron con éxito. Entonces, la familia mandó a diseñar una marmita de 320 litros y ahora producen siete sabores de yogurt, además de panes, galletas, mantequilla de maní y mermeladas artesanales.
La parte trasera de la casa se destinó a esta nueva empresa, que sostiene a la familia Badani junto con la venta de libros en Amazon y las asesorías personalizadas. Badani es ahora un septuagenario que supervisa la calidad de lácteos y postres, un hombre del siglo pasado que usa Android y se dispone, cada noche, ante un público mayormente conformado por millenials.
“En las cuatro plataformas hubo un bombardeo de mensajes, un nivel de cariño conmovedor —reconoce—. Los jóvenes nunca habían oído de mí. Les agrada que vea las cosas desde otra óptica”.
Y, en efecto, ve de otra manera: Badani es daltónico. Dice que ha escrito una carta a las feministas que arranca con tres palabras: “Mi querida rebelde”. Que tradujo uno de sus poemas al chino y le agregó melodía. Que ha decidido no tener hijos por precaución y por encargo de su gurú. Que ellas, claro está, tampoco desean la maternidad.
“Probablemente tengo más sexo que ustedes. Es más, varias de mis esposas ya pasaron la menopausia y siguen sexualmente activas. He estado el miércoles con Elsa, que tiene mi edad, y no te imaginas los gemidos. La sexualidad no tiene por qué apagarse. El hombre teme al climaterio. En el caso de la mujer, la menopausia es bien clara. Pero lo único que eso significa es el final de la fecundidad, no de la sexualidad. La sexualidad no tiene por qué morir, lo que muere es la confianza. Si el hombre dice no voy a funcionar, es la forma rápida de que no se le pare. Cuando la mujer dice ya no soy sexualmente atractiva, estropea su propia sexualidad y, por tanto, su lubricación”.
Su piel límpida, su pelo perfectamente peinado, ese aspecto de genio voraz cuando dice: climaterio, menopausia, lubricación.
La muerte, una vieja amiga
“Lo único que proyecto es seguir viviendo. Yo vivo al día, cada día de forma plena. Ese es el secreto. Si en este minuto me dices: Ricardo, por tu problema cardíaco de nacimiento te quedan quince minutos de vida, seguiría haciendo lo que estoy haciendo. Lo más que haría es llamar a las chicas y despedirme de todas. La muerte es una vieja amiga y le he visto la cara muy de cerca. No es tan fea como la pintan. La muerte viene, te abraza y te dice: es tiempo de descansar. Y si la abrazas, mueres en paz, sin caos”.
Su cadencia, su forma de nombrar las cosas, su elocuencia avasalladora.
“Agonía viene del griego agón, que quiere decir lucha desesperada o lucha perdida. Es una batalla que sé que no voy a ganar, pero sigo desesperado. Mara murió tranquila en el hospital. La Gatita, la artista de la familia, se fue en mis brazos. Simplemente me dijo estoy cansada, quiero dormir. Un mes antes comentó que estaba mejorando, pero que sentía que era imposible. La famosa mejoría de la muerte”.
Una mañana de 2014, Gaby se encargó de dar la noticia. No lloró. No se sobresaltó. “Solo me dijo: creo que La Gatita se nos fue —recuerda Badani—. Fui al cuarto y usé el sistema italiano. Llevé un espejo, se lo puse a la altura de la boca y ya no empañó el espejo”.
—¿Y entonces?
—Entonces, como ocurriría después con Mara, empezamos a cantar el mantra de la muerte.