Este mes arrancó con un feriado.
Ni cuenta me di, soy publicista.
Ser publicista y estar en actividad tiene que ver con festejar teniendo trabajo y no es hacer apología de esta profesión ni de victimizarse, ¡nada de eso!, no estaría 33 años ininterrumpidos “sobre la faja” si me considerara una víctima.
Pero pondero, y lo haré hasta el final de mis días, a mis colegas, y ratifico a los buenos publicitarios ante la humanidad entera como los más grandes trabajadores que conozco.
Esta humilde columna, que tengo el privilegio de escribir, quizá y ojalá la que muchos quisieran tener, me permite decir cosas en nombre de mi gremio que, para los que lo desconocen, pueden ser reveladoras:
- La publicidad no es tan glamorosa como parece. Pero está llena de gente llamativa con un gran sentido del espectáculo.
- Los tiempos de la publicidad son muy tiranos. Pero se compensan con los tiempos que el equipo usa para reír, para poner apodos, para contar anécdotas desopilantes de la profesión y, ¿por qué no?, hasta para enamorarse.
- La publicidad genera niveles altísimos de ansiedad. Pero, también, genera amigos para toda la vida, manos que se extienden para sacarte de esos pozos de falta de inspiración y una red de contención tan sólida que es capaz de sostener cualquier frustración.
- La publicidad es humo. Sí, no me baño con la publicidad, no me alimento con publicidad. Pero cuando ese humo es blanco y todos estamos de acuerdo con una decisión bien tomada que, sabemos, nos dará felicidad y grandes satisfacciones profesionales, créanme, ese humo es el más lindo del mundo.
Concluyendo, queridos amigos, así como se dice de la vida misma: la publicidad es fantástica y vale la pena ser vivida.