Pedro Salinas, coautor del libro que destapó el mayor escándalo de abusos del Sodalicio, quiso reclutar al padre de Lucía Zegarra-Ballón cuando estuvo vinculado a este grupo religioso fundado por el pederasta Luis Figari. Luego de que la psicóloga expusiera ante el Papa Francisco el sometimiento que vivió en una congregación de Chaclacayo (Lima), tuvo un acercamiento al periodista quien, además, es allegado al papá de su novia.
“Lo hemos conversado un poco desde la risa, pero a la vez desde una intriga por reconocer que ya son muchas las coincidencias, sospechando que hay cosas que se están moviendo de una forma muy particular”, dice en este segundo diálogo con Infobae Perú, donde aborda su percepción de la espiritualidad y sienta posición frente al asedio contra Paola Ugaz, coautora de “Mitad monjes, mitad soldados”.
-En una entrevista previa me dijiste: “Tengo una novia y una expresión de género que no calza con el binario, justo lo que la Iglesia reprueba”. Además, has escrito: “Soy la que ha matado a dios para hacerse Übermensch”. Es probable que con esto sigas incomodando más a los católicos.
He tomado la decisión de no corregir las etiquetas que me han atribuido desde que salió el documental, porque sé muy bien quién soy y tengo la libertad de seguir transformándome. Lo que hago es apropiarme de esas etiquetas y reivindicarlas, más allá de si se ajusten a mi realidad o no. También es curioso reconocer que es mi existencia lo que genera incomodidad en los católicos, porque, si te pones a pensar, son aspectos meramente identitarios.
Los grupos ultraconservadores que me han criticado a mí y a otres participantes, se han referido mayoritariamente a rasgos de ese tipo, no han hecho el esfuerzo de construir argumentos y, mucho menos, les ha importado ser coherentes. Lo que no notan es que se pintan de pies a cabeza en todo lo que dicen y lo que callan. Hay une escritore y activista, Alok Vaid Menon, que sostiene que vivimos en una cultura donde las personas están permanentemente escapando de su dolor y en una cultura de adicción que enseña a la gente que tiene que adormecer ese dolor (y la religión católica tiene vertientes preocupantes en tanto foco de conductas adictivas).
Dice que justamente la transfobia es eso, un ritual de afrontamiento masivo para que las personas adormezcan sus emociones, en el que es más fácil apuntar a destruir a otra persona en base a información absolutamente falsa, que hacer un reconocimiento del propio dolor. O identificar y reconocer que a uno le enseñaron a destruirse a sí mismo primero y lo obligaron a interpretar esa destrucción como “amor”.
Las personas trans, lo queer y no normativo, las personas que viven auténticamente y en libertad, quienes sí miran su dolor, lo sanan y se dejan acompañar por toda la gama de emociones que todos sin excepción experimentamos, siempre vamos a ser una amenaza para las personas católicas y conservadoras en general, porque representamos la posibilidad. Les enseñamos que no era obligatorio anularse. Y eso es insoportable para ellos, pero prefieren aferrarse al trauma, a la ilusoria seguridad que brinda el catolicismo y las posturas políticas acordes. Ojalá haya quienes se sientan incómodos con lo que yo represento y se hagan cargo de esa incomodidad como lo que es: un reflejo de su propio trauma.
- ¿Cómo coincidiste con tu novia?
A Alexia la conocí en la universidad, justo en el periodo en el que yo me deslindé por completo del movimiento católico al que pertenecí, pues salí de la casa de formación, pero permanecí como laica durante dos años más acudiendo a ese lugar. De hecho, conocer la forma en la que Alexia experimentaba su espiritualidad católica, para mí fue muy especial. Ella no tenía la necesidad de que figuras de autoridad validaran o condicionaran su vínculo con lo que teníamos establecido como dios.
Ella encarna lo que tanto se promueve dentro de la Iglesia: aproximarse como una niña, desde la capacidad de sorpresa, la sencillez y la honestidad. Su compañía y testimonio para mí fueron muy sanadores, sobretodo en ese momento de duelo. Fue muy loco encontrarnos. Nos fuimos casi sin conocernos a Selvámonos, en Oxapampa, y fue muy gracioso porque cayó feriado y las dos estuvimos preocupadas por encontrar una iglesia a la que pudiésemos ir a misa.
Yo le regalé un Kempis ―que espero usemos pronto para prender alguna fogata—, junto con el que me regaló a mí la monja que fue mi guía espiritual. Desde que Alexia y yo nos hemos encontrado, nos hemos acompañado de una forma muy respetuosa y linda. Compartir una postura política que se materialice en nuestras luchas individuales y colectivas, ha sido y sigue siendo muy importante para nosotras.
-Me decías que, cuando Pedro Salinas era sodálite, buscó reclutar a tu padre...
Sí, darnos cuenta de eso fue gracioso. Mi papá ya me había hablado de que, siendo muy joven, tuvo contacto con un grupo de sodálites que quisieron reclutarlo. De hecho, la primera vez que me lo contó, fue para evitar que yo entre a la casa de formación. Él, muy atinadamente, me dijo que tanto el Sodalicio como la congregación que me reclutó a mí, tenían rasgos muy parecidos. Luego, Pedro me contó que él mismo había citado a mi papá en Manolo, en Arequipa, para tomar un jugo de papaya y ahí fue cuando mi papá le dijo directamente y, según Pedro de forma muy elegante, que no gracias.
- ¿Quizá, en alguna conversación, tu padre haya expresado la suerte de no ingresar a esa congregación que abusó sistemáticamente a sus víctimas?
No lo sé. Creo que no es algo en lo que él piense mucho. Se salvó y estoy segura, porque lo he visto, de que él mantiene una eterna gratitud acorde a sus creencias. Pero tengo la sospecha de que muchas personas católicas no dedican mucho pensamiento a la gravedad de lo que sucede en ese tipo de instituciones y no lo ven como una cuestión colectiva que les atañe. Mi papá tiene muy clara la vivencia de su fe y, de cierto modo, no permite que interfieran con eso. Y ojalá todas las personas tuviesen esa capacidad, pero a la vez, pienso que si hay quienes podrían ejercer presión para que esos grupos no existan, están dentro de la misma iglesia, entre los propios creyentes.
Es muy paradójico que gente cristiana dedique sus recursos a financiar y promover grupos como “Con mis hijos no te metas” y que a la vez no muevan un dedo para erradicar la pederastia, violencia sexual, física y psicológica tan propia de sus instituciones. No digo que sea el caso de todos, porque además mi papá ni loco dedicaría parte de sí a algo tan absurdo, pero creo que es la gran mayoría, quienes cierran los ojos a esa realidad. Y, tengo que decirlo, esa negligencia, como sostiene la dinámica violenta, es a su vez violencia.
- Pedro también es amigo del papá de tu novia. ¿Has conversado con ella sobre el tema?
Sí, porque han ido atándose muchos cabos últimamente. Pedro ha sido la primera intersección que hemos tenido ella y yo a nivel familiar, y eso nos ha causado gracia. La familia de Alexia es de Lima y la mía de Arequipa, nunca hubiésemos pensado que habría algún punto de encuentro. Y encontrar a Pedro en este momento y bajo estas circunstancias de documental y proceso legal ha sido curioso, por decir lo menos.
- Tú y Pedro son sobrevivientes de esa institución desde la cual hay perseguimiento. ¿Cómo ves esa acción para intentar silenciar?
Es, sencillamente, la continuación del abuso inicial, que constituye su manera de operar. Y las instituciones que deberían velar por proteger, contribuyen activamente a que estos hechos sucedan. Es increíble que incluso en las instancias judiciales no se tenga todavía herramientas para poder notar eso a tiempo para prevenir la revictimización, pareciera incluso que no se quiere abordar este problema. Estas situaciones demuestran que nuestro sistema no está roto, sino que funciona muy bien para mantener determinado orden social. No se está viendo la trascendencia de todo lo que implica la persecución a quien sobrevive la violencia y toma el valor de denunciarla.
En este caso, empezó por José Enrique Escardó y siguió con Pedro, con Paola Ugaz, y tantos otros sobrevivientes del Sodalicio, imagínate cuántos habrá de otras congregaciones y, en la misma línea, mujeres y disidencias que deciden denunciar las violencias que han vivido o inclusive las personas que por humanidad deciden comprarse algún pleito de esa calaña y hacer frente a la impunidad a la que tanto nos hemos acostumbrado. Es gravísimo desde donde se vea. No solamente desde el derecho y las leyes, porque realmente es un atentado contra los derechos humanos más fundamentales. Es también una vulneración a la democracia. Pero sobre todas las cosas, es un acto inhumano.
- Paola Ugaz, coautora del libro sobre el Sodalicio, sobrelleva una persecución desde Fiscalía y la institución. Le han iniciado un nuevo proceso.
Es difícil encontrar las palabras pertinentes para un caso que se ha complejizado tanto. Creo que es preciso empezar con lo sencillo. La cultura de la violación está sostenida por la cultura del silencio y en esa línea el silencio es violencia. Si a nivel colectivo, la norma fuese que las personas no toleraran la violencia y se manifestaran —del modo que puedan—, no habría impunidad ni continuidad de esa violencia. Es muy triste ver cómo una persona que rompió con la norma, rompió el silencio y se compró un pleito gratuitamente, invirtiendo tiempo, energía, esfuerzos y trabajo para denunciar las atrocidades que han sucedido en el Sodalicio y que deberían conmovernos a todos, esté recibiendo lo que está recibiendo.
¿Qué beneficio personal piensa la gente que trae denunciar estos hechos? Literalmente, quienes han denunciado, Paola incluida, nos han hecho un favor como sociedad, al visibilizar y advertir lo que ha sucedido y puede suceder con tantas personas que entran en contacto con esa institución. Solo mediante esa visibilización es que eventualmente podríamos generar procesos preventivos y, ojalá a futuro, procesos de promoción, en términos de salud pública. El Sodalicio sigue existiendo, tiene colegios. Hay niños y niñas en contacto con ellos. Y lo repito, no hay mayor prueba de la violencia de una institución o una persona, que su elección por seguir violentando. Por otro lado, como psicóloga, me apena que la práctica psicológica esté tan frecuentemente despolitizada.
Si eres profesional de la salud y esta situación no te indigna, hay algún vacío en tu práctica profesional. La instrumentalización de la justicia, el hostigamiento y persecución, son formas de violencia con un componente psicológico muy importante. Por un lado, por el potencial que tienen de generar daño psíquico severo y, por otro lado, por el nivel de manipulación que implican. Estamos hablando de diarios cuya función es informar objetivamente, pero por algún motivo, quien tendría que hacerse responsable de lo que se publica ahí, no tiene dirección a donde se le pueda notificar alguna denuncia. Ergo, no hay responsables en caso de que el objetivo del diario sea desinformar y mentir, ni hay responsables de las consecuencias que puedan generar sus publicaciones en las personas a las que afecten.
También estamos hablando de pruebas que no sé por dónde podrían pensarse fidedignas. Y, coincidentemente, denunciantes vinculados a la institución que fue primeramente denunciada por Paola Ugaz. ¿No se hace evidente el ánimo de vendetta? ¿No lo es más aún, cuando se ha visto que ya sucedió con otras personas que también denunciaron a la institución, como José Enrique Escardó, Pedro Salinas, Daniel Yovera? ¿A partir de qué momento podemos hablar de un modus operandi sumamente violento?
Hay personas que dicen “quien nada debe, nada teme”, y ojalá fuera tan fácil. El imaginario ya está creado. Los procesos de justicia no siempre son de confiar, más aún si entran en juego cuestiones de poder. Por algo se habla de “verdades judiciales” y “verdades históricas”. Nadie va a poder revertir en su totalidad el daño que le han generado a Paola y creo que también lo digo identificándome con el lugar que ella ha ocupado en ese tema y los lugares que he ocupado yo en dolorosos procesos. Lo que nadie puede quitar, es poder irse a dormir en la noche con la conciencia tranquila de saberse no solo inocente, sino a pie de lucha.
- ¿Temes que, en algún momento, todo este efecto mediático a raíz de tu denuncia devenga en algo similar?
Creo que he asumido mi responsabilidad de mitigar el riesgo, de acuerdo a mi contexto actual. Es nefasto que sea yo quien tenga que hacer malabares para preservarse. Es nefasto que se pida a una víctima o sobreviviente que, además de sobrevivir, tenga que dedicar energía a elaborar una estrategia para que no siga siendo sometida a violencia cuando decida denunciar. Pero si lo he hecho, ha sido porque sí, sí temo que en algún momento hagan alguna artimaña, porque las instituciones y personas violentas siempre encuentran modos de adaptar y transformar sus violencias. Y porque ya tengo experiencia en el tema.
- Entiendo que no mencionas a la congregación de la que fuiste víctima justamente para preservarte. ¿Te vienes asesorando legalmente en caso haya algún panorama adverso?
Lo que puedo decirte al respecto es que en base a experiencias dolorosas que he tenido que atravesar o acompañar, he aprendido mucho sobre leyes y el sistema judicial. Como psicóloga, me deja atónita. Hasta he barajado la idea de estudiar una segunda carrera, pero por ahora me basta tener cerca a personas como Josefina Miró Quesada o Ana María Vidal, dos abogadas feministas cuya labor es hermosa e importantísima. No solamente son brillantes a nivel intelectual, sino que tienen una ética impecable y unos valores muy firmes, que sostienen una empatía muy revolucionaria. Y eso es difícil de encontrar, te lo puedo asegurar. A la vez, es difícil que un sistema como el nuestro genere algo diferente, por eso es tan esperanzador encontrar a personas como las que he mencionado y he tenido la suerte de aprender muchísimo de ellas, no solo en cuestiones legales.
- ¿Sigue habiendo silencio desde el victimario? ¿Hasta ahora nadie te ha contactado para pedir perdón?
No, no lo van a hacer, eso siempre lo he tenido claro. Es lo mismo que te he mencionado de Pedro, la clásica elección de instituciones y/o personas violentas que a la vez es la mayor prueba de su violencia: seguir violentando. He sabido, por personas no religiosas que mantienen vínculos con ellos y que acuden a mí para denunciarlos, que se está manejando un discurso común al referirse a mí. Qué sorpresa, ¿no? Entiendo que mantenerse en ese lugar implica de todos modos deshumanizarse, por el abuso. Y quien no puede ver su propia humanidad, tampoco puede ver la del resto. Yo los veo desde la compasión, deseándoles que en algún momento encuentren los recursos que necesitan para poder sanar y en consecuencia ser coherentes a sus discursos de caridad.
- ¿En qué momento rompiste vínculo con la Iglesia?
Ya habiendo terminado mi primer proceso de terapia. En mis siguientes procesos los objetivos ya no se dirigían a recuperarme, sino que más bien me fueron dando recursos para ir nombrando lo que me habían hecho. Reconocer el abuso toma tiempo, ojalá las personas pudiesen entender eso. Es muy doloroso identificar que una institución conformada por personas hacia quienes tenía un cariño genuino, me había dañado profunda y sistemáticamente.
Creo que, de cierto modo, en eso consiste terapia: en ir atando los cabos. Pero hay que tener fuerza para hacer el proceso de verdad, porque sí o sí va a implicar hacer duelos. Pasaron más de dos años de hacer mucha terapia, viajar mucho y fue también esencial haber estudiado psicología. Decidí vivir mi fe por mi lado y entender que el catolicismo poco tiene que ver con una espiritualidad honesta.
- ¿Cómo entiendes la espiritualidad?
Las personas tenemos tres formas de aproximarnos a la realidad, no lo digo yo, es parte de la teoría de trauma en tanto a los centros de supervivencia que nos caracterizan. En orden de profundidad: lo racional, lo emocional y lo visceral (o intuición, en términos coloquiales). Tristemente, parte de la herencia colonial ha sido tener una especie de culto a la racionalidad, siendo el proceso más superficial que tenemos y limitando con eso la forma en la que experimentamos la vida. Otra herencia colonial ha sido su lógica dicotómica, jerárquica y categorial: por ejemplo, crear el binomio mente-cuerpo y jerarquizar a la mente por encima del cuerpo.
Lo mismo sucede en las categorías de género y raciales. Por eso se nos hace imposible abordar la violencia, porque tratamos los temas de raza y género bajo esas lógicas, como si pudiesen aislarse uno del otro. María Lugones, en sus artículos académicos, no traducía determinadas palabras, porque el español o el inglés y sus usos académicos, imponen sus lógicas coloniales que despojan de sus verdaderos significados a palabras de idiomas o dialectos que están libres de eso. Por eso el lenguaje es tan importante, por eso la academia española se resiste a incluir el lenguaje inclusivo, por eso se fuerza a personas quechuahablantes a hablar castellano o es obligatorio hablar inglés para acceder a oportunidades laborales o de educación.
Decir que el colonialismo ya terminó es un error garrafal, lo vivimos y encarnamos todo el tiempo. Hago toda esa introducción para decir que hablar de espiritualidad consiste en lo mismo, el lenguaje verbal y el idioma no dan para expresarlo algo tan trascendental de forma íntegra. Para mí, la espiritualidad incluye lo racional, lo emocional y lo visceral y a la vez lo supera. Pero, como lo incluye, implica también una responsabilidad sobre mis propias emociones y la forma en que las vivencio cotidianamente. Implica sanar, día a día, en relación a las personas que me rodean y el entorno que me rodea. Reconocer la disponibilidad de la magia, en términos de sincronicidades y aprendizajes. Y por supuesto, parte esencial de mi espiritualidad involucra honrar a mis ancestros y ancestras, por quienes he aparecido en este mundo y cuyo legado cargo en mis hombros. Todo esto es un camino de cara al espejo. De ir desmantelando mis propias corazas o mecanismos de defensa para reconectar con mi autenticidad y así poder servir a otres.
Si hay dos personas a quienes agradezco su ejemplo es a Alexia y a Ruro Caituiro. Alexia mantiene lo que mencioné antes sobre su vivencia espiritual honesta y sencilla. Y Ruro es una partera tradicional que, más allá de todos lo que ha construido, es un testimonio demasiado poderoso. Y lo que más admiro de ella es precisamente, su espiritualidad. Por ella he conocido la cosmovisión andina más de cerca y me ha hecho mucho más sentido que cualquier otro paradigma. La introducción que hice también me ayuda a visibilizar que la espiritualidad es también política, tiene que serlo. Sobre todo, desde el lugar de privilegio que yo ocupo. Y parte de eso es aproximarme con respeto a religiosidades que no me pertenecen. Y cierro diciéndote que no es que haya encontrado respuestas concretas, sigo en la búsqueda. Pero reconozco honestamente qué me hace sentido y qué no, y eso ya me ayuda a aterrizar y seguir.
- ¿Consideras que todas estas denuncias y cuestionamientos han provocado que más personas deserten de la Iglesia?
Sí debe ser uno de los varios factores que han devenido en eso. Pero, de todos modos, hay muchas otras cosas que han implicado el desarrollo de nuevas pedagogías en las instituciones educativas, la promoción de modelos de crianza respetuosos, la desestigmatización de la psicología y, por tanto, la mayor tendencia a que las personas hagan procesos terapéuticos. Incluso creo que tiene que ver con la colonización y el extractivismo cultural y religioso, que es tendencia también ahora. Porque se están revalorando prácticas ancestrales con mucho potencial de sanación. Ya es imposible a estas alturas de globalización ocultar que el catolicismo no es ni la única, ni la mejor opción. Y las personas, ojalá de forma genuina, están permitiéndose hacer búsquedas menos limitadas.