Aunque muchos tiempo después, los caminos de Alejandro Toledo y Alberto Fujimori vuelven a cruzarse. La última vez que se vieron las caras fue enfrentándose políticamente en las elecciones generales de 2000. Esta vez no disputan la presidencia de la república del Perú como hace veintitrés años, pero sus destinos coinciden ahora en el penal de Barbadillo de Ate, en Lima, donde están privados de su libertad.
Sobre Toledo no pesa aún una sentencia por corrupción, pero sí -según las investigaciones fiscales- graves cargos en su contra, que se resumen al cobro de sobornos por al menos 35 millones de dólares entregados por la constructora Odebrecht.
Las serias imputaciones llevaron a Toledo a que se le imponga una prisión preventiva de 18 meses por el sonado caso Interoceánica, razón por la que fue internado en Barbadillo. Este mismo recinto alberga a Fujimori, quien sí está sentenciado, pero por crímenes de lesa humanidad ocurridos hace más de tres décadas (matanzas de Barrios Altos y La Cantuta).
La rivalidad entre ambos expresidentes empezó a fines de los años 90, cuando la figura política de Toledo apareció como una opción que podía no solo competir de tú a tú con Fujimori, sino también contrarrestar ese gobierno de fuertes tintes autoritarios que hostigaba al país.
En ese entonces, Toledo, ya siendo esposo de Eliane Karp, se presentó como un político que venía del mundo andino y rural, que se sentía tan desplazado por otros gobiernos centrales, y con quien podían sentirse identificados.
Los comicios electorales de 2000 los enfrentó en una dura campaña. Toledo se mostró como la cara de la oposición contra Fujimori, quien ya venía con serios cuestionamientos por presunta corrupción y violaciones de derechos humanos, tras 10 largos años de gobierno.
Pese a los esfuerzos denodados de Toledo por hacerse con la presidencia de la república, Fujimori se alzó como ganador. Su derrota conllevaba que este último continúe su mandato por tercer periodo consecutivo. Sin embargo, los cuestionamientos de un presunto fraude electoral tomaron fuerza.
A mediados del 2000, con un apoyo casi unánime de toda la oposición, Toledo llamó a los partidos políticos y ciudadanía en general a una gran movilización social en Lima, recordada como la “Marcha de los cuatro suyos”. A esta se le acuñó este nombre por hacer alusión a las regiones del Imperio Inca.
Esto marcó el inicio del fin de la dictadura de Fujimori. Un video en el que se veía claramente a Vladimiro Montesinos, su hombre de confianza y jefe del Servicio Nacional de Inteligencia (SIN), entregando miles de dólares al entonces legislador Alberto Kouri para que se pasara a las filas del fujimorismo, arrinconó al expresidente.
Después de esas imágenes, a las que se llamó “los vladivideos”, aparecieron muchas más que terminaron de ocasionar la renuncia abrupta de Fujimori, tras autoexiliarse en Japón.
Ocho meses después del gobierno de transición de Valentín Panigua, Toledo se convirtió en presidente de la república del Perú, con un aura de ser el líder idóneo de los más olvidados del interior del país. No podía ser de otra manera, pues -según contó él públicamente- fue lustrabotas y canillita de niño.
Otro expresidente
El penal de Barbadillo también tiene en sus instalaciones al expresidente Pedro Castillo, quien cumple -similar a Toledo- una prisión preventiva, pero por delitos vinculados a su fallido golpe de estado del 7 de diciembre de 2022, tras pronunciar un mensaje a la nación que disolvía el Congreso de la República de manera inconstitucional.
Cada uno de los tres exmandatarios tienen un espacio designado en este recinto, por lo que cabe señalar que no podrán verse, pues estarán separados por las paredes divisorias del propio penal.