La fundación de la antigua “Ciudad de los reyes”, que luego adoptó el nombre de Lima, fue uno de los ejes de la migración entre las provincias que llegaban a la capital de la República del Perú para instalarse con sus negocios y familias.
Las calles y jirones aún conservan detalles de las vivencias de estos antiguos habitantes. Al ser un territorio atractivo para emerger, extranjeros la vieron como una oportunidad para iniciar una nueva vida.
Bajo esa premisa, y el sueño de ver más allá de lo que conocía, un hombre de nacionalidad italiana, de nombre José Rocataglia, dejó Europa para enrumbarse en una aventura solitaria, con la finalidad de mejorar su economía.
A inicios del siglo XX, este misterioso foráneo llegó al país sin un centavo en los bolsillos. Su anhelo de dejar la condición de pobreza que lo perseguía causó que rápidamente se adaptara a la capital y trabajara sin cesar.
Su apellido se hizo popular. Muchos lo describían como un hombre honrado, trabajador, pero avaro. Confiando en su capacidad, en un corto tiempo hizo una fortuna y adquirió un fundo en lo que hoy se conoce como el distrito del Rímac.
Lo que parecía ser una historia de esfuerzo y dedicación, llegó a su fin con un trágico final que parecía ser un crimen perfecto.
Conocía a sus asesinos
En el año 1908, en Lima se esparció velozmente la noticia del misterioso asesinato del italiano José Rocataglia. Su cuerpo sin vida fue encontrado con evidentes señales de haber sido apuñalado y arrojado en las afueras de la ciudad.
Las primeras hipótesis que tejieron las autoridades de la época anunciaban que había sido un hecho perpetrado por bandoleros, quienes pudieron haberlo matado para despojarlo de sus pertenencias.
Aunque las pistas señalaban a que este grupo de individuos fueron los autores de la aterradora escena, al poco tiempo se descubrió quiénes planificaron su muerte.
Por el dinero y poder
Al ser un hombre descrito como solitario y huraño, poco se sabía sobre su vida personal. Muchos que siguieron el caso quedaron sorprendidos al conocer que su llegada a Perú no lo hizo solo. Él se encontraba en el país junto a su hermana, Luisa, y sus dos hijos.
Un giro inesperado en la historia determinó que había algo inconcluso que no permitía a las autoridades poner un punto final. Se descubrió que la hermana de José fue quien planificó el asesinato.
Para que él no sospechara de sus intenciones, envió a sus hijos a que convivieran con su tío por un tiempo, y de esta manera, ganarse su confianza.
Los celos de verlo prosperar y el deseo de tomar posesión de su fortuna fueron las motivaciones para que la mujer contratara a un asesino a sueldo para que se encargara de ejecutar su macabro plan.
Al conocerse la responsabilidad de cada uno, los sobrinos del empresario italiano lograron obtener un perdón y huyeron al extranjero. Por otro lado, Luisa fue apresada en la cárcel de Santo Tomas.
No fue el único asesinato
La pesadilla no acabó. Días más tarde, quienes impartían el orden en Lima, que investigaron el caso, hallaron otra pieza del caso que petrificó a los ciudadanos.
José había conocido a una joven, de quien se enamoró. Ella quedó embarazada y mantuvo su estado oculto. Luisa, al enterarse de esto, la envenenó, acabando con su vida al instante.
La razón de su actuar no tenía mayor explicación para ella. No quería compartir la fortuna, ni mucho menos la herencia del italiano. Su deseo de poder y avaricia provocó que destruyera la felicidad de su hermano, la mujer que amaba y el hijo que llevaba en su vientre.