De UCI (2016) me traje a casa nuevos significados a ciertas palabras: solera, corrugado, filtro, estoma, aspirador, ventilador, etc. La palabra ‘fenestrada’ seguro ya la conocía, pero fue entonces que la entendí: llevo una cánula fenestrada de traqueostomía.
Luego, desde el 2019, en mi proceso legal, aprendí términos jurídicos interesantes. Amicus curariae (amigo del tribunal) es mi favorito. Es como un ‘amigo’ del juez que le entrega una carta con sus argumentos y ‘consejos’ sobre el caso.
Hasta diciembre del año pasado, podía obturarme: descansada y sin secreciones, me colocaban una tapita en la tráqueo y salía mi voz, podía hablar, algunos días con mayor esfuerzo que otros. El 8 de ese mes, contraje covid y me quitó no solo la voz, sino también los pequeños paseos, las visitas de gente querida y las ganas. Luego de dos semanas, cuando pude sentarme en mi silla, muchas de mis plantas estaban muertas. Me recordó la vez que entré a esta casa luego de UCI: mis cosas no eran, no eran.
El 23 de enero me comunican que el juez de primaria instancia que falló a mi favor había sido cambiado por la jueza Silvia Núñez Rivas. Al día de hoy, la mayoría de personas que me apoyan desde el 2019 cuando inicié este blog y las que se fueron sumando en el camino, ya conocen lo sucedido. Pero yo les quiero contar lo que me pasó entre ese 23 de enero y el 2 de febrero cuando se hizo público.
Hoy, a dos meses del asesinato de personas del sur del país por parte de las fuerzas policiales y militares ordenadas por el Estado, el dolor de mi propio duelo se pierde. No calza. Fui incapaz de contar el rechazo de la nueva jueza a nadie. No tenía valor de pedirle a la Defensoría que haga algo. Ellos tenían bastante con las masacres difundidas por medios de prensa en redes, por prensa internacional, por los mismos manifestantes agredidos, por abogados, brigadistas, etc. Por mí misma. Por todo el mundo menos por la prensa nacional.
Todas las formas de morir que me sugieren en redes, TODAS yo las he considerado desde que salí de UCI (2016). Desaparecieron cuando un juez me dijo que tengo razón, cuando la Corte Suprema de mi país mandó a realizar un protocolo de eutanasia y el especialista que lo realice quedaba despenalizado. Se fue el miedo. En diciembre el covid me dio una señal: ya era hora pero no tenía protocolo.
Entonces otra vez. Mis ojos clavados en este techo. La mente trabaja las mil opciones de hacerlo clandestino. Me encontraba en el mismo lugar de esos 2016 a 2019: buscar la muerte digna. Revisar nuevamente videos e historias de los casos clandestinos en el extranjero. ¿Cómo hago? Era el mismo punto muerto de no sufrir por mi enfermedad sino por las leyes de mi país.
La sentencia de la nueva jueza Sílvia Núñez Rivas, tiene el mismo argumento de los mensajes de odio en redes pero formulado en términos jurídicos. Esto, en medio del atropello de los DDHH que estamos presenciando en el país, me colocó en la realidad: en Perú no lo vas a lograr.
Un pedazo de cordura e instinto me hizo comenzar a repartir algunas de mis plantas. Seguir funcionando. Dejar este techo. Hablar con mi psiquiatra. La medicación comenzó a hacer efecto. Dosificar las redes y leer los libros pendientes. Aceptar un poquito las visitas bonitas. ‘La amistad es un puerto seguro’. Raparme el pelo para aligerar la cabeza. Seguir leyendo. Volví a Emmanuel Carrère y ‘De vidas ajenas’, necesitaba reconciliarme con perfiles de buenos jueces.
Un nuevo término jurídico entró en mi vida: ‘abstención por decoro’. La jueza Núñez Rivas solo tenía que tramitar lo indicado por la Corte Suprema y exigir el protocolo de eutanasia. Pero la ley le permitió proceder de acuerdo a sus creencias personales y lo rechazó. Esto se hizo público hace unos días y vino una avalancha de apoyo, amistad y cariño. Cometí el error de no haberle contado antes a Paula Siverino y ahí estuvo mi amicus curariae, salvándome otra vez. Solo entre nosotras quedan esos audios de amor y ‘no se termina hasta que se termina’. Estoy agradecida con Josefina Miró Quesada que luchó hasta el final, con mil cosas por hacer, dándose un tiempo siempre para mí.
Sé que ahora una nueva jueza ya ordenó se ejecute el protocolo. Han sido semanas con la cabeza pegada en el techo, la espalda quema en este colchón de plástico, quema tanto que duele existir. Y mientras escribo este texto me saltan los mensajes de despedida. También periodistas a los que les tengo que explicar que ya no puedo hablar. Entro a redes y además de los comentarios de odio, están los bien intencionados junto a una palomita ‘vuela alto, Ana’. Me están despidiendo.
Pues bien, hasta aquí llega mi relato. Ningún derecho humano puede darse por sentado. Yo estoy agradecida por todo lo aprendido y por lo logrado. Gracias a este camino, he viajado por todo el mundo, he hablado en otros idiomas y hasta he bailado en bosques y mares. Como siempre decimos con Paula: pase lo que pase, ya ganamos. Llegamos bastante lejos, más de lo esperado. Ya gané.