Por mucho tiempo en la historia del Perú, varias profesiones u oficios, por no decir casi todos, estaba solo reservados para el género masculino. Era lo ‘normal’ en los primeros años del siglo XX.
Uno de esas labores era la de periodista. Más aun en tiempos en los que los temas de economía y la política ocupaban todas las páginas de los diarios de la época y esos eran tópicos ‘prohibidos’ para las mujeres.
Pero cada sociedad y cada circunstancia requiere de un poco de rebeldía para que las cosa cambien. Aunque la inspiración para estos tengan que llegar desde la injusticia.
Tal como le ocurrió a Ángela Ramos Relayze, quien un hecho particular le cambió la vida para siempre y pasaría a la historia como la primera mujer reportera de este país. Esta es su historia.
Chalaca de pura cepa
Hija de Francisco Ramos y Rosa Relayse, la inquieta Ángela nació un 6 de junio de 1896, en el Callao, y desde muy niña era una ávida lectora. Actividad que disfrutaba mucho y que fue incentivada por su padre, quien era el encargado de llevarle los libros que no demoraba en terminar de leer. Tal vez esta situación se vio reflejada tras la muerte de su padre, quien luego sacaría a relucir toda su personalidad y sensibilidad para dedicarse al periodismo.
Desde la etapa escolar demostró que haber leído desde tan chica le había ayudado a tener una visión más aguda de la realidad y a plasmar su manera de pensar en sus poemas.
A pesar de tener talento para la enseñanza, una profesión ‘normal’ para una mujer en aquellas épocas, no terminó por dedicarse enteramente a eso ya que consideraba que tenía “dificultades vocales”.
Interesada también en el ballet y teatro, se permitió ser crítica de arte y a escribir un par de piezas teatros con singular éxito: ‘Por un marido’ y ‘La discípula’.
Nace una periodista
Al culminar sus estudios, halló trabajo en la Pacific Steamship Navigation Company, donde trabajaba su amado padre y de donde también fue despedido para recibir una miserable indemnización y evitar, de esa manera, pagar la jubilación entera.
A pesar de muchas veces ir a trabar los domingos por la mañana (hoy se diría que se puso la camiseta), este acto de injusticia contra su progenitor la marcó para siempre y sería el disparador oficial de su rebeldía.
Con la ira contenida aun, luego se presentó ante sus jefes para solicitar mejoras en los sueldos para los trabajadores de la empresa vaporina.
La respuesta fue negativa y eso la indignó tanto que se animó a escribir una dura carta de protesta a la que título “El sufrimiento de la mujer que trabaja” (1918). Por su camino se cruzó otra histórica miembro del movimiento feminista en el Perú como Zoila Aurora Cáceres (la misma hija de Andrés Avelino), quien leyó la misiva y la animó a seguir por ese camino.
Tras ese encuentro cambiaría todo en la vida de Ángela, pues fue Cáceres quien le presentó a Oscar Miró Quesada, entonces director del diario ‘El Comercio’ y le publicó la carta.
“Envié una carta al periódico y Racso (Óscar Miró Quesada), quien leyó la carta, me invitó a seguir escribiendo, porque según él yo tenía condiciones” explicó Ángela. Así como comenzó a ganarse la vida escribiendo.
Para 1919, reemplazó como redactora de la Empresa de Teatros y Cinemas, una importante compañía de exhibición cinematográfica, a nada más y nada menos que Abraham Valdelomar.
Su trabajo consistía en escribir sinopsis de las películas que se proyectaban en las salas propiedad de esa empresa. Así se mantuvo por cuatro años.
Eso le daría una experiencia que luego plasmaría en otras publicaciones como de renombre como “Amauta”, “Variedades”, “Mundial”, “La Prensa”, “La República”, “La Crónica”, “El Tiempo”, “La Noche”, en el semanario “Cascabel” y, por su puesto, en “El Comercio”.
Tras escribir varias obras de teatro y hasta una película ‘El Carnaval del amor’ (1930), finalmente decidió únicamente al periodismo.
La pluma defensora
Desde su pequeña trinchera como periodista, Ángela Ramos se decidió a defender las causas nobles y justas de la vida.
“Al principio, escribía de todo. Pero desde que decidí mi vocación preferí ocuparme de la gente de prisión. Como amo tanto la libertad, supongo que el preso es quien más sufre”, dijo por aquel tiempo.
Así fue como comenzó una campaña para la polémica Ley de Vagancia, ya que consideraba que esta se aprovechaba de los más pobres de la ciudad.
También mostró interés por la calidad del periodismo y el respeto hacia los niños que sufrían violencia por parte de sus padres.
Terminó presa
En busca de esa justicia que la parecía esquiva por todos lados, es que en 1931 por recomendación de José Carlos Mariátegui se une al Comité Central del Partido Comunista Peruano.
Desde ahí participa en todo tipo de marchas agitaciones, propagandas, mítines. A pesar de eso se declaraba ella misma una pésima marxista.
Pero al parecer disfrutaba ese papel de agitadora social, el mismo que la llevó a prisión un par de veces. La primera bajo el gobierno de Augusto B. Leguía y luego con Luis Sánchez Cerro.
“He estado presa en dos oportunidades. Una vez cuando Sánchez Cerro estaba en el poder. En esa ocasión, Zoila Aurora Cáceres fue a pedir por mí y Sánchez Cerro le respondió: ‘¿Ángela Ramos? He hecho todo lo posible por ser amigo de ella y me ha rechazado’. Luego se rectificó y dijo que no había venido a visitarme ni pensaba venir nunca. ‘No me pida usted por ella, porque la quisiera ver colgada en los alambres del tranvía’”, declaró Ramos en una oportunidad.
A pesar de también ser una heroína del feminismo peruano, ella solo se consideraba femenina y no feminista pues esto, en el antiguo sentido, significaba ser enemiga de los hombres. “Y no, pues. Lo más agradable que podría haber dado Dios sobre la tierra son los varones. Yo los considero así, como amigos, amantes, hermanos y bohemios”. Una adelantada a su época sin dudas.
Luego de una vida llena de lucha social, y agitaciones miles, Ángela Ramos dejaría este mundo en 1988 con 92 años, asegurándole a Diana Miloslavich, líder feminista, que la lucha femenina estaba “recién por empezar”. Y vaya que ya comenzó.