No hay que ser un conspicuo observador de las situaciones cotidianas de la vida para darse cuenta, sobre todo si viven en la capital, que en la capital del Perú hay muchas calles con nombres de varias personas. Están por toda Lima Metropolitana.
Sin embargo, de todas estas, hay una por la que cualquiera que viva en esta ciudad ha tenido que pasar al menos una vez en la vida. Sin importar cuál sea el destino final. Esta avenida es de pase obligatorio. Estamos hablando de la avenida Javier Prado, una de las más grandes de la ‘Tres veces coronada Villa’.
Es tan grande que tiene 135 cuadras (divididas en Este y Oeste) y recorre los distritos de Magdalena del Mar, San Isidro, La Victoria, San Borja, Santiago de Surco, La Molina y Ate Vitarte. A pesar de eso, la más extensa de Lima es la avenida Universitaria con 16 kilómetros de longitud.
Pero, ¿quién fue Javier Prado? Es la pregunta que muchos se hacen y que vamos a descubrir en las siguientes líneas.
La buena familia
Nacido un tres de diciembre de 1871 Javier Prado y Ugarteche fue hijo de Mariano Ignacio Prado (presidente peruano durante la Guerra del Pacifico) y de Magdalena Ugarteche.
Pero su padre no fue el único que alcanzó renombre en su familia, pues sus hermanos también estuvieron involucrados en la vida política peruana y en su historia.
Por ejemplo, uno de ellos, Manuel Prado y Ugarteche, llegó a ser presidente del Perú hasta dos veces. Otro, Mariano Ignacio Prado y Ugarteche, fue un empresario y reconocido académico. Jorge Prado fue fundador del Banco Popular y Leoncio Prado (medio hermano por parte de padre) sería uno de los héroes más connotados de la cruenta guerra con Chile.
Ante ese panorama, Javier no se quiso quedar atrás y con tan solo 15 años entró a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
De esa casa de estudios se graduó con su famosa tesis “El método positivo en el Derecho Penal”. Para sus biógrafos, este sería el primera paso que daría el todavía joven Javier para demostrar su interés en la filosofía.
‘El Maestro de la juventud’
Justamente este acercamiento a filosofía lo llevó, casi por inercia, a convertirse en profesor luego de terminar sus estudios universitarios en 1892.
Al principio de su carrera como docente fue nombrado como auxiliar de Literatura Castellana. Seis años después logró se convirtió catedrático del curso de Filosofía moderna. Esto le abrió otros campos de estudio como la historia
Pero, a pesar que la enseñanza se había convertido en una de sus pasiones, sus ambiciones profesionales siguieron creciendo hasta llegar a ser decano de la Facultad de Letras. Además, ya desde 1915, también se convertiría en rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Entre sus logros al mando de la casa de estudios más antigua de América está la fundación de museo nacional de Arqueología y Antropología. De igual manera el de Historia Natural, que en la actualidad lleva su nombre.
Eso no fue todo, pues Javier Prado y Ugarteche fue uno los fundadores de Instituto Histórico del Perú y director de la Academia Peruana de la Lengua.
Debido a estos logros, la sociedad limeña de esos primeros años del siglo XX lo comenzó a llamar como el “maestro de la juventud”.
Político de sangre
Tal como su padre y uno de sus hermanos, Manuel, el buen Javier se interesó en la política y llegó a ser senador por Lima y fue el responsable de la sección diplomática de su cámara.
En 1905, y siendo miembro del Partido Civil, fue designado como ministro plenipotenciario en Argentina y en 1906 como ministro de Relaciones Exteriores.
Durante el primer gobierno de Augusto B. Leguía (en 1910) fue presidente del Consejo de Ministros. Dicho gabinete estaba conformado por Melitón F. Porras Osores (Relaciones Exteriores); el general Pedro E. Muñiz (Guerra y Marina); Germán Schreiber Waddington (Hacienda); Antonio Flores (Justicia e Instrucción); y Julio Ego-Aguirre (Fomento).
Misteriosa muerte
Cuando se encontraba en su mejor momento en la política, y no descartaba una posible postulación a la presidencia de la república Javier Prado murió de manera imprevista un 25 de junio de 1921, cuando solo tenía 49 años.
Nadie encontró una explicación certera de lo que le pudo haber ocurrido, pero según algunas crónicas de la época, relatan que el mayordomo japonés que le llevaba los desayunos todas las mañanas llegó a su casa y lo encontró rígido en la cama.
Eran casi las siete de la mañana y el criado salió en busca de Rosa, la hermana de Javier, pero esta se había ido a misa.
Entonces al ciudadano japonés no le quedo más opción que llamar él mismo al doctor Augusto Pérez Araníbar, quien llegó lo más rápido que pudo pero solo para certificar la muerte de Javier.
Tras enterarse de la fatal noticia, Mariano Ignacio, otro de sus hermanos, fue raudo a la casa y la impresión fue tan fuerte que tuvo que ser atendido por el mismo doctor Araníbar. Muy pronto todo Lima se enteraría del lamentable suceso. Años más tarde, y a manera de homenaje, se nombró una avenida en su honor.