Cuando antes los veraneantes limeños querían disfrutar de la playa solo tenían dos opciones: balneario Cantolao, en La Punta y la playa Herradura. Luego de la formación y construcción de lo que hoy por hoy se conoce como Costa Verde, los ciudadanos pudieron disfrutar de distintas playas con su familia y amigos todos los veranos. Ahora ¿Quién tuvo la idea de otorgar el circuito de playas? Te lo contamos en la siguiente nota.
Historia de la Costa Verde
Cuando está por terminar un año y comienza uno nuevo, el lugar más concurrido por todos son las playas. Cada ciudadano tiene una alternativa distinta de acuerdo a sus condiciones y posibilidades económicas, pero finalmente logran su cometido: disfrutar un día de sol cerca al mar y las brisas que relajan.
Una gran cantidad de público se moviliza a la Costa Verde, gran porcentaje de habitantes en Lima, principalmente de aquellos distritos ubicados en el centro de la ciudad. Una creación histórica que con su construcción dio un giro a las costumbres veraniegas de la ciudad. Sin embargo, antes de esto, la capital peruana era una ciudad que vivía de espaldas al mar por la ausencia de playas.
Aunque el gobierno de José Pardo tuvo alguna iniciativa, fue el presidente Augusto B. Leguía, quien tuvo la voluntad de construir una vía que conectase La Punta con Chorrillos, al sur, hasta la zona de La Chira, por la que subiría hasta la carretera Panamericana.
María Delfina Álvarez Calderón, historiadora, conoce a detalle los inicios de este emblemático espacio capitalino, ya que buena parte de esta pudo presenciarla en primera persona. El 28 de octubre de 1928 se inauguró el primer tramo de la avenida Costanera, la cual terminaba a la latura de la avenida Brasil. “El origen de esta idea nació con Leguía, quien consideraba que Lima debía mirar hacia el mar, y que era una vía indispensable para establecer las carreteras porque en su época llegaron los primeros carros al Perú”, comentó.
“Ese malecón tenía una vereda muy ancha en donde se paseaba la gente. Ahí una se encontraba con un montón de amigos y conversábamos hasta la noche, todo era muy bonito. Yo tengo 89 años, así que esto no me lo han contado, yo lo he vivido”, cuenta la magíster en historia. Ahora, después de esa inauguración y con el final del Oncenio de Odría, este proyecto durmió en los nuevos gestores.
Aún así, la población limeña comenzó a aprovechar más su acceso a la costa. “Era costumbre para muchas personas de todas las condiciones sociales ir a pie o ir en auto –dejarlo estacionado– para bajar a caminar, así se convirtió en un punto de encuentro amical, familiar y hasta romántico para conversar al aire libre”, resalta María Delfina.
Sin embargo, el mar seguía demostrando su bravura y generaba algunos desmanes en la obra. Esto fue así hasta Hasta que llegó un joven arquitecto e ingeniero para venderle a Lima la visión de que se podía construir playas, vías y bajadas, y hasta hoteles, ahí donde solo había piedras, agua y acantilados escarpados. Su nombre era Ernesto Aramburú Menchaca (Lima, 1920-2010), quien fue alcalde de Miraflores en 1970.
Él siempre impulsó la idea de que en Lima se debía emprender cambios revolucionarios para la gestión de la ciudad. Así lo hizo con proyectos de largo aliento como la Vía Expresa del Paseo de la República, o de la ‘Costa Verde’, como bautizó a su sueño de generar una vía y playas que conecten Miraflores, Barranco, San Isidro, Magdalena, San Miguel y Chorrillos.
“Él [Aramburú] fue el que concibió la Costa Verde porque pensó en que debía ser frente al mar y que debía ser verde, para lo que sembró unos viveros que aprovechó para ir estableciendo la Costa Verde”, relata María Delfina.
El agregado de “Verde” al nombre era por la idea de forestar la pared del abismo con plantas de un vivero que él mismo gestionó. Por otro lado, ganarle metros al mar no era sencillo. La familia Boza ya lo había intentando en el gobierno de Leguía y perdió fortunas al colocar diques de contención a la altura de La Perla con el afán de detener la furia del Pacífico.
Pero el trabajo de Aramburú estaba premeditado con mejor tecnología y estudios, los cuales rindieron frutos gracias a la colocación de espigones que entraban en el mar y que contribuyeron a domesticar las olas y promover el ‘enarenamiento’ de la costa.
Las toneladas de desmonte de tierra que se extraían a diario de la excavación de la Vía Expresa ayudó también a que en pocos años se contase con las playas y la vía que hoy conocemos. Así nacieron Makaha, Redondo o La Pampilla (en Miraflores); y Las Sombrillas, Los Yuyos, Los Pavos, Barranquito o Las Cascadas (en Barranco), Agua Dulce (Chorrillos), entre otras.
Este nuevo progreso cambió nuevamente la forma de percibir la costa limeña. Ya no era solo un centro para el entretenimiento familiar, también se convirtió en el espacio ideal para que se instalaran otros servicios y negocios. “Además de ordenar la pista para que la gente se transportara a las playas, ampliando la avenida, se pensó en otros fines, se instalaron clubes náuticos o centros para hacer tabla, restaurantes y otros centros de esparcimiento”.
Como es natural, esto atrajo un fuerte flujo de visitantes que descubrieron la maravilla de bañarse en el mar de su propia ciudad, con alternativas para vivir un momento de esparcimiento social. El paso de las décadas la convirtió en el lugar donde se puede ir a pasear, bañarse, correr tabla, comer o hasta vivir una tarde romántica.