Víctor Apaza Quispe: el último peruano que fue fusilado en el Perú que se convirtió en un santo ‘popular’

Luego de matar a su esposa en un arranque de celos, pidió clemencia por su vida, pero el gobierno del general Juan Velasco Alvarado no escuchó su pedido

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La tumba de Víctor Apaza Quispe se ha convertido en punto de peregrinación para miles de arequipeños (Exitosa Noticias)

En estos días pensar en la pena de muerte para ciertos delitos todavía causa cierto resquemor en algunos que consideran que un ser humano no puede decidir sobre la vida de otro. Además de otras cuestiones morales y teológicas.

Pues bien, hasta hace algunas décadas, este castigo en el Perú era legal para aquellos que cometían los crímenes más execrables que la sociedad pudiera imaginar.

Tal como ocurrió con el caso de Víctor Apaza Quispe, quien pasó a la historia por dos motivos. El primero fue convertirse en el último peruano en ser condenado a ser ejecutado. El otro, más extraño aún, es haberse vuelto en un personaje de culto y ser considerado por muchos como una especie de santo popular que ha concedido muchos milagros a sus fieles creyentes. Esta es su historia.

¿Quién era?

Víctor Apaza Quispe durante el juicio que terminaría con su fusilamiento  (Runa Chay Perú)
Víctor Apaza Quispe durante el juicio que terminaría con su fusilamiento (Runa Chay Perú)

Nacido un día cualquiera de 1932, Víctor Apaza Quispe fue un arequipeño que desde muy pequeño se inclinó a la más estricta vida religiosa.

Al saber hablar quechua, sacó provecho de esta habilidad y durante su juventud se trasladó hasta Puno en donde trabajó como pastor. Luego de algún tiempo decidió volver a su natal Arequipa y trabajar como sirviente para diversas personas.

Conforme pasaba el tiempo, más ferviente era su fe y obligaba a los que lo rodeaban a practicarla con la misma intensidad con la que él lo solía hacer. Es más, solía aplicar duros castigos a sus familiares que él creía que habían cometido pecados.

Según la crónica “Los extraños caminos de la santidad” de la periodista Ana María Portugal, era bastante común ver a Apaza Quispe en cuanta procesión saliera por las principales calles del distrito arequipeño de La Joya. Era, lo que hoy podríamos decir, todo un fundamentalista católico.

Todo por un sueño

Frontis de la cárcel Siglo XX, en Arequipa, donde fue fusilado Víctor Apaza Quispe. (DSan)
Frontis de la cárcel Siglo XX, en Arequipa, donde fue fusilado Víctor Apaza Quispe. (DSan)

Contra todo pronóstico, Apaza Quispe logró casarse con Agustina Belisario Capacoyla. Ambos compartían una casa en La Joya, hasta que el sujeto enloqueció y decidió matarla de una pedrada en la cabeza. Pero, ¿por qué?

La versión más conocida con el paso de los años es que un par de semanas antes del incidente, Apaza le había anunciado a su esposa que haría un corto viaje. Durante el mismo, el perturbado sujeto, obsesionado con el pecado ajeno, soñó que la madre de sus hijas lo había engañado con otro hombre.

Esta situación fue demasiado para él, que regresó antes de lo esperado, y sin más sacó a Agustina de la casa y la comenzó a agredir hasta matarla con una pedrada en la cabeza.

Dos días después del macabro hecho, Apaza Quispe denunció la desaparición de su esposa. A las autoridades les dijo que lo más probable es que se haya ido con otro sujeto. Hasta que la misma policía halló el cadáver de la mujer el 2 de febrero de 1969.

Sin embargo, el abogado defensor, César Villalba Treviños, dio otra versión totalmente diferente. Según el letrado, todo ocurrió durante una discusión de pareja y Agustina habría intentado golpear con una piedra a su esposo.

Con la finalidad de defenderse del ataque, Apaza Quispe cogió la mano de su cónyuge y terminó por golpearla a ella. Tras esta situación, la mujer perdió el equilibrio y su cabeza cae sobre las vías del tren, muriendo de manera instantánea.

Condenado y fusilado

El general Juan Velasco Alvarado esperó el fusilamiento de  Víctor Apaza Quispe para abolir la pena de muerte. (Caretas)
El general Juan Velasco Alvarado esperó el fusilamiento de Víctor Apaza Quispe para abolir la pena de muerte. (Caretas)

Luego de un largo proceso judicial que duró poco más de dos años, finalmente Víctor Apaza Quispe fue encontrado culpable de asesinato y fue condenado a morir fusilado. Dicha sentencia fue ejecutada el 17 de enero de 1971 en el interior de la prisión arequipeña Siglo XX.

Durante su el tiempo que estuvo esperando la suerte de su destino, se dedicó a la construcción de carritos de juguetes hechos de madera. Hasta el día de su ejecución había fabricado más de 300 camioncitos. Pidió clemencia a dictador Juan Velasco Alvarado gracias al capellán de la prisión, pero sus pedidos no fueron escuchados.

El día señalado para su final solo pidió una hostia como última cena, lloró un poco y al momento de ser fusilado pidió que le venden los ojos.

“No he mentido. No he engañado. ¿Por qué me matan ahora (…)? Yo nunca negué mi delito, dije la verdad”, fueron sus últimas palabras, según dio a conocer el diario Correo Arequipa. Al final, cuatro balazos disparados por efectivos de la Guardia Republicana, acabaron con su vida.

Sus restos fueron enterrados en un nicho del pabellón San Hilarión del cementerio general de La Apacheta, en el distrito de en José Luis Bustamante y Rivero, en Arequipa.

Tras la muerte del fanático religioso, tan solo cinco días después, el gobierno del general Juan Velasco Alvarado decidió abolir la pena de muerte del Perú.

De asesino a santo popular

La última morada de Víctor Apaza Quispe es testigo de miles de arreglos florales y regalos (Radio Yaraví)
La última morada de Víctor Apaza Quispe es testigo de miles de arreglos florales y regalos (Radio Yaraví)

A pesar de ser hallado culpable, hubo muchas voces que todavía creían en su inocencia. Tal vez eso explique la presencia de más de dos mil personas que acompañaron el cortejo fúnebre hasta su morada final.

Así fue que poco a poco, con el pasar de los años, los restos de Apaza Quispe se volvieron un lugar de veneración entre los pobladores arequipeños que comenzaron a visitar la tumba de manera frecuente. No dejaban solamente flores, sino también diversos regalos, cartas con deseos (al más puro estilo de Santa Rosa de Lima) y dedicarle sus más encendidas plegarias.

Y si bien este raro culto no es aprobado en ninguna de sus formas por las autoridades de la Iglesia Católica, lo cierto es que a pesar de que ya han pasado más de 50 años, gran parte de la población arequipeña le sigue presentando sus respetos y le piden toda clase de milagros.

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