Las pulgas son ectoparásitos que se alimentan de la sangre de los animales de compañía y de los humanos, y que pueden ingresar de diferentes maneras a los hogares: desde el pelaje de un perro o un gato hasta por la ropa de sus habitantes instalándose luego en muebles, alfombras, y en lugares oscuros y cálidos, en general.
Una sola pulga adulta tiene la capacidad de poner hasta 50 huevos diarios que posteriormente se transforman en larvas y, en menos de ocho semanas, hay otras 50 nuevas pulgas listas para alimentarse. Los gatos, con frecuencia, al tener mayor acceso al entorno con libertad, están expuestos de manera continua a las pulgas cuando exploran y cuando cazan.
Como la mayoría de los gatos no son alérgicos a la saliva de la pulga, como ocurre en la mayoría de los perros, sus tutores no reparan en que los animales pueden estar totalmente infestados por estos insectos y no mostrar signos incipientes de picazón. Estos signos alertarían para revisarlos y detectar la presencia de pulgas. De esa forma los gatos convivientes se transforman en verdaderos “bancos de pulgas” que transmiten la infestación a su entorno y los animales que los rodean.
Es menester aclarar que las pulgas no solo chupan sangre y generan molestias irritativas por su urticante saliva. Las pulgas pueden transmitir, a través de la inyección con su rostelo, graves enfermedades de la sangre a sus víctimas. Está demostrado que los animales de compañía que viven en zonas más favorecidas económicamente presentan una reducción del 50% en las probabilidades de infestarse con pulgas.
Se supone que esta circunstancia está relacionada con la capacidad de afrontar económicamente los diferentes métodos de control de las infestaciones por pulgas. Las mayoría de las veces el tratamiento contra las pulgas se lleva a cabo de manera incompleta, desdeñando el combate ambiental o circunscribiéndolo a meros comprimidos de suministro periódico que no repelen a estos insectos sino que para actuar el animal debe ser picado sometiéndolo al eventual riesgo de contagio de enfermedades transmisibles por vectores.
El combate sobre el medio ambiente es tanto o más importante que el combate sobre el animal. Hay que realizarlo concienzudamente con productos adecuados, y ante la duda recurrir al consejo de su profesional veterinario de confianza.
La erradicación sobre el animal puede hacerse usando pipetas en forma rutinaria y continuada cada 30 días, en invierno y en verano. También existen comprimidos y “bocaditos” que se suministran cada diferentes lapsos que son cómodos pero no repelen y que actúan en la sangre del gato determinando que la pulga tenga que picar para morir, no impidiendo las enfermedades que la pulga puede transmitir por inoculación.
La recomendación adecuada implica aplicar métodos recomendados por profesionales veterinarios priorizando el concepto de repelencia garantizado solamente por el uso adecuado y periódico de las pipetas y los collares, sin descuidar el tratamiento ambiental.
Las pipetas tiene el llamado efecto “antifeeding” que en realidad sería como un efecto repelente y que impide a la pulga picar por que la mata antes de que pueda hacerlo. Algunas pipetas tiene la acción adicional sobre garrapatas y mosquitos.
Muchos estudios, aseguran que la edad del animal se relaciona significativamente con la posibilidad de tener pulgas. Los animales más jóvenes generan una mayor atracción a ellas que los viejos. A su vez, los animales castrados se asocian con un riesgo más reducido en comparación con los que permanecen enteros, sugiriendo que existen estas diferencias debido a la disminución del espíritu de vagabundeo, en los castrados.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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