La figura del padre atraviesa la historia de la literatura desde su origen. Es central en la Biblia, en los clásicos griegos, en la obra de Shakespeare. Más acá en el tiempo, son tantos los libros que se han escrito sobre las tensiones y los vaivenes de esa relación que ya ese corpus conforma un subgénero con nombre propio: literatura del padre.
Si hacemos un repaso más o menos exhaustivo de los títulos que conforman esa biblioteca, empezando por el referente obligado del tema, la Carta al padre de Franz Kafka, pasando por los a esta altura clásicos La invención de la soledad de Paul Auster o Patrimonio de Philip Roth, y siguiendo con La muerte del padre de Karl Ove Knausgard, El africano de J. M. G. Le Clézio o, en nuestro idioma, El olvido que seremos del colombiano Héctor Abad Faciolince, Tiempo de vida del español Marcos Giralt Torrente o Mi libro enterrado del argentino Mauro Libertella, lo que tarde o temprano nos llama la atención es que podríamos seguir con la lista y la lectura de notas o recomendaciones y no aparecen, o lo hacen en forma muy excepcional, libros escritos por mujeres.
¿Por qué? Las razones de esta postergación el espacio de esta nota, pero sí podemos preguntarnos por qué en este tema puntual y del cual no hay a priori posibilidades de quedar excluidas, no se mencionan libros escritos por mujeres, como si la relación padre-hija fuera siempre idílica o tan anodina que no tuvieran nada que decir sobre ella, o como si la lógica freudiana que atraviesa gran parte de esa vasta literatura masculina en la que hay que "matar al padre" para poder construirse y abrirse paso lo abarcara todo y las dejara afuera.
Pero si profundizamos un poco la búsqueda, pronto descubrimos que la cosa no es tan así, que ellas sí tienen cosas para decir sobre sus padres, sí han escrito y mucho sobre esa relación que puede ser tensa, opaca, fría, cruel, feliz o desgraciada y que, una vez más, hay un largo camino por recorrer cuando de literatura hablamos.
EL DUELO. Silvia Itkin, editora y autora del libro Nunca terminamos de conocernos (La Parte Maldita), que incluye el cuento Qué cosa el silencio en el que tres hermanos se encuentran en la guardia del hospital donde agoniza su padre, arriesga: "Se escribe siempre después, rara vez durante y, si así fuera, el reposo posterior de esos textos los carga de tiempo, es decir: distancia, perspectiva. El conflicto, si aparece, vuelve en forma de recuerdo, quizá atenuado por el dolor o la compasión, o por esa inversión brutal de tamaños que da la muerte del padre (o madre): ellos disminuidos hasta la desaparición física; nosotros, grandes. No me parece posible escribir antes porque es una relación que pide pausa y repaso en el tiempo. La familia siempre está anudada por algo. La muerte desanuda, desprende y viéndolos irse es cuando podemos pensar (narrar) fuera del dominio de los sentimientos y de los protocolos establecidos en el origen de esa familia".
"¿Por qué una mujer escribe sobre su padre? Si yo pudiera responder a esa pregunta sólo podría hacerlo en primera persona y para referirme a mi padre, a lo que tuvimos y lo que no durante la vida que compartimos. Hay algo imposible de universalizar, algo intestimoniable y al mismo tiempo común en esto. Todos tenemos, mal o bien, un padre", dice la licenciada en Letras y poeta Julieta Lopérgolo, autora de Para que exista esa isla (Postales japonesas), libro donde la despedida del padre genera preguntas y recuerdos, y donde las palabras intentan ordenar o nombrar lo innombrable: "Un día internaron a mi papá y yo estaba lejos, en Montevideo. Viajé para verlo, pero antes de llegar a Rosario lo internaron en terapia intensiva. Estuvo nueve días, los últimos, dormido. Mis hermanos y yo lo visitamos unos minutos, los que nos dejaban. Yo dormía poco y escribía mucho. Tiempo después me di cuenta de que gran parte del sentimiento que me empujaba a escribir era una gratitud enorme. Mi padre, que me impulsó toda la vida para que hiciera lo que yo quisiese, aun en esos momentos tan tristes me impulsaba, además, a escribir, algo que yo había abandonado y no sabía por qué. No diría que escribí para consolarme. Tuve un hermoso ataque de escritura, uno que me daba fuerzas y al mismo tiempo me arrasaba de un modo desconocido. Lo cierto es que una tarde en la unidad de terapia intensiva le conté a mi papá que estaba escribiendo. Estaba convencida de que él me escuchaba. La mañana siguiente a mi llegada me había apretado la mano con fuerza mientras yo lloraba como una descosida. A partir de ahí empecé a hablarle. Hasta el final le hablé". El momento de la despedida como catalizador y como bisagra. El dolor sacude y la escritura aparece como herramienta para socorrer y nombrar, para homenajear o recordar, y a veces también como exorcismo.
LA AUSENCIA. Distinto es el caso de Rita Indiana, autora de Papi (Periférica), novela con la cual la música y escritora dominicana se hizo conocida. Papi trata sobre una niña que espera a su padre, un mafioso dominicano que vive en Nueva York y que de vez en cuando vuelve a la isla. En esas visitas el padre mima a su hija y le compra de todo, aunque ella tenga que aguantarle algunas cosas, como que siempre ande con una novia distinta, que desaparezca misteriosamente todo el tiempo y que no sea muy claro sobre sus negocios. La escritura rebosa spanglish, humor adolescente y cultura pop, la novela es puro ritmo y música verbal en la voz de una niña que no para de hablar de su padre descarado y a través del cual los lectores entrevemos cómo es la vida social y política del Caribe, aunque esto nunca se mencione directamente: "Mi papi tiene más carros que el tuyo, más carros que el diablo. Mi papi tiene tantos carros, tantos pianos, tantos botes, tantas metralletas, botas, chaquetas, chamarras, helipuertos, mi papi tiene tantas novias, mi papi tiene tantas botas, de vaquero con águilas y serpientes dibujadas en la piel (…) A veces papi prefiere comprar la tienda y quedarnos a dormir allí mismo, entre aires acondicionados, licuadoras, televisores y demás artículos para el hogar".
LA VALORACIÓN. Annie Ernaux es una escritora francesa cuyos libros están escritos en primera persona pero atravesados por el interés sociológico, lo que la diferencia de lo que suele entenderse como autobiografía o "literatura del yo". Sus libros combinan el uso de la memoria, las experiencias personales y el pensamiento íntimo con el retrato social. Es lo que sucede en El lugar, libro con el que obtuvo el premio Renaudot en 1984. El lugar es un libro sobre su padre y no es una novela, es lo que ella llama "relato auto-socio-biográfico". El padre de Annie Ernaux murió dos meses después de que ella aprobara el equivalente francés a las oposiciones de secundaria. Tenía 67 años y todavía trabajaba en un bar-tienda de Yvetot, un pequeño pueblo al norte de Francia. El libro es un retrato lleno de ternura hacia el padre y la cultura a la que pertenecía: un hombre que siempre se dedicó a trabajos físicos, cuyo lenguaje no era elevado ni culto y que no sonreía nunca en las fotos. Ernaux cuenta la primera y única vez que su papá la acompañó a la biblioteca, o que siempre la llevaba en bici al colegio. Annie Ernaux le da voz y cuerpo a un padre sin voz, un padre que perteneció a una clase social oprimida, un hombre que, a diferencia de ella, nunca pudo estudiar ni ser reconocido.
LA PREGUNTA. "¿Quién era mi padre? No simplemente quién era para mí, su hija, sino ¿quién era él realmente? En la época en que yo fui a vivir con él, hacía poco que había acabado de dar forma definitiva a la máscara que sería ya su rostro para lo que le quedaba de vida: la piel tirante, los ojos pequeños y hundidos como si estuvieran clavados en el interior de su cabeza, de tal forma que era imposible encontrar en ellos ningún indicio acerca de él. ¿Quién era? Todavía hoy no he dejado de preguntármelo. Por aquel entonces mi padre debía de quererme, pero nunca me lo dijo. Jamás le oí decirle esas palabras a nadie", se pregunta Xuela, la protagonista de Autobiografía de mi madre (Capital intelectual), novela de Jamaica Kincaid, escritora antillana. Xuela concluye que tanto su madre como su padre son un misterio: una a causa de la muerte, el otro a causa del laberinto de la vida; a una no la vio nunca, al otro lo ve constantemente pero no sabe quién es.
Podríamos seguir porque la lista es extensa y los registros, muy variados. La figura del padre, como dijimos, recorre la historia de la literatura desde el origen. Pero esa historia siempre se cuenta a medias.
Es evidente que la literatura escrita por mujeres sigue teniendo dificultades para imponerse al discurso masculino. Ellas también tienen padres que no saben dar afecto, padres que oprimen, que no hablan, que se van y no vuelven, o padres que fueron maravillosos pero lamentablemente un día ya no están. Y dejan registro de eso.
EL AUTOR: Mauricio Koch es corrector de textos en Editorial Atlántida y escritor. Publicó el libro de cuentos El lugar de las despedidas (La Parte Maldita), la novela Los silencios (Conejos) y Cuadernos de crianza (Paidós).
textos MAURICIO KOCH fotos 123RF
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