El gaslighting, un fenómeno psicológico-emocional que usa la seducción como arma de manipulación y confusión, tiene su libro. Se llama Gaslight, el juego macabro de la seducción (Editorial Akadia), y lo escribió Maria De Cicco.
Se trata de un libro autorreferencial a través del cual la autora cuenta la historia que vivió con el actor turco Ergun Demir. Su objetivo: dar a conocer este fenómeno tan desconocido como dañiño.
A través de la voz de Lucía, su personaje, María se esconde en primera persona detrás de una mujer que fue víctima de abuso para contarnos el desamor, el maltrato y la tortura psicológica que sufre y padece cualquier persona que tiene la desgracia de caer en manos de un psicópata integrado.
Su historia de desamor con el popular actor, Ergun Demir, se transforma en protagonista, juez y testigo, de todo el horror que en aquel momento no supo ver.
LA ELEGIDA, LA VÍCTIMA. ¿Un amor de novela?, puede ser. Porque así nacen estos amores o, mejor dicho, estos falsos amores que llegan a nuestras vidas disfrazados de "ángeles salvadores" (con la única intención de esconder la monstruosidad que los constituye). Y parece que algo bastante parecido a esto le pasó a María (o Lucía), cuando conoció a este personaje en un hotel de la Provincia de Córdoba.
Famoso y galán de telenovela. Simpático, educado, entrador. Ergun, que está acostumbrado a seducir de una y mil maneras, se acerca a saludarla y, sin darle tiempo a nada, logra que ella caiga en sus redes. La intención más importante del depredador se cumple y estalla frente a sus ojos a los pocos minutos: sentirse premiada por haber sido "elegida" se transforma en su peor condena.
El orgullo, la ansiedad y las ilusiones comienzan a crecer. A salir a la superficie como si fueran flores que intentan emerger de la maleza que las rodea. El "bombardeo amoroso" (práctica y característica principal en la personalidad de cualquier psicópata narcisista) comienza a entusiasmarla, a excitarla, a confundirla. Ella (como casi todas las mujeres que han pasado por estas situaciones) siente que jamás en su vida conoció ni volverá a conocer a un hombre "así".
A través de este libro, y en conjunto con su trabajo como presidenta de la Asociación Çaymathé contra la Violencia de Género, la autora lucha por crear conciencia acerca de la importancia de reconocer los signos de este tipo de abuso y buscar ayuda profesional, creando una red de contención de víctimas.
El nombre del fenómeno proviene de la película de 1944 protagonizada por Ingrid Bergman y Charles Boyer llamada Luz de gas en la que el protagonista masculino intenta convencer a su esposa de que enloqueció, manipulando pequeños objetos de su entorno e insistiendo en que ella está equivocada o padeciendo pérdidas de memoria cuando ella menciona estos cambios.
SIN SALIDA. Llamadas, cartas de amor y mensajes. Promesas, salidas, viajes… Un hombre que (a los pocos días de conocerla) le dice que tiene ganas de convivir con ella irrumpe en su vida con la fuerza de lo irreparable. Resistirse es inútil. Pensar que todo eso puede llegar a ser cierto, se encarga de esmerilar cualquier verdad.
María ya no tiene escapatoria. Lucía ya no puede ni quiere salvarse pero, lo más triste de todo, es que él lo sabe mejor que nadie. Y como lo sabe mejor que nadie, es que su plan comienza a cobrar sentido. Porque de eso viven; de eso se alimentan. De los demás. Siempre de los demás. De la energía y de la luz que los otros proyectan y que ellos utilizan como faro para sobrevivir a su propia oscuridad. A su propio vacío.
Imagino que a esta altura muchas de ustedes se estarán preguntando cómo sigue y termina –verdaderamente- esta ¿novela? y yo las entiendo teniendo en cuenta la enmarañada psiquis de este tipo de personajes. Las cosas (por suerte o por desgracia) a veces no son tan fáciles de explicar, pero la historia sigue más o menos así…
Él finalmente logra instalarse en su casa (porque en Argentina estaba de paso) y, mientras le hace creer que es príncipe encantado, lo único que pretende es ahorrarse la estadía, el hospedaje y la comida que nunca pagó ni estuvo dispuesto a pagar.
A las pocas semanas, y fingiendo tener inconvenientes bancarios con su país de origen (Turquía), le pide "prestadas" las tarjetas de crédito a María asegurándole que en cuanto pueda va a devolverle todo el dinero que, como se imaginarán, jamás aparece.
EL ENGAÑO. La engaña y le miente sistemáticamente. Le cuenta que firmó un contrato muy importante, sí, pero le aclara que de ese trabajo no va a ganar un peso porque, entre otras cosas, decidió donar todo su sueldo a los "inundados de Jujuy", pobrecito. Y de paso le pide que lo ayude. Que lo entienda. Que no lo juzgue (si él es tan sacrificado, tan solidario y tan bueno).
Las salidas, esas salidas que al principio siempre eran de a dos, de pronto se terminan como por arte de magia. El que era el hombre más compañero del mundo (pero que ya sabe que tiene techo y comida –asegurados- gracias a María) comienza a salir solo. Le dice que no quiere molestarla. Que mejor ella se quede en su casa, tranquila, que no salga.
Las noches románticas, aquellas que al principio parecían ser de cuento, se transforman en una pesadilla. Cada vez que María pretende dormir a su lado, él (y siempre manifestando que es sólo por cuestiones religiosas) la obliga a desvestirse y ponerse su propia ropa para transformarla en su ¿clon?
Cocinar juntos deja de ser una aventura, para transformarse en una amenaza: los filos de los "tocs" de este personaje quedan expuestos sobre la mesa y lastiman. María no puede tocar nada. Nada. Y si en algún momento apoya sus manos sobre algún alimento, él es capaz de lavarlo hasta diez veces (como si ella estuviera infectada por un virus mortal) asegurándole que lo hace sólo para cuidarla.
¿Parece increíble, no? Parece, pero es cierto. Y estoy segura de que sólo las mujeres que han sido víctimas de esta clase de monstruos (disfrazados de cordero) podrán entenderlo. Y no lo digo por estos ejemplos, no. Esto es sólo una muestra (de lo son capaces de ser y de hacer) y cada psicópata tiene sus propios vicios, sus artilugios, sus manejos… Pero el dolor, ese dolor que cala los huesos, siempre es el mismo y se replica en la vida de cada una de nosotras.
Entre los signos más comunes del gaslighting se encuentra la continua repetición de mentiras obvias por parte del abusador, la negación de sus dichos aún cuando la víctima cuenta con pruebas, la descalificación de su persona, la manipulación total de su rutina y actividades, y el aislamiento que genera de ésta con su entorno; entre otros.
EL FINAL DE LA HISTORIA. Son casi las tres de mañana. Estoy por cerrar estar nota, pero hay una frase de María (una de las tantas frases que tuve la "suerte" de escuchar antes de comenzar a escribir y describir su historia) que se astilla en mis oídos y no puedo dejar de contarles.
"Que me estafó el alma, eso siento. Yo me daba cuenta de que algo no estaba bien, pero no sabía cómo defenderme. Ni de qué. Yo creía en él", le contestó a uno de los periodistas que la entrevistaron antes de la presentación de su libro.
Y por eso me parece importante decir que, al margen de las particularidades de cada caso, sentir que tenemos el alma estafada es uno de los dolores más grandes que podemos llegar a sentir en la vida. Porque un alma estafada es siempre un alma rota, quebrada, vencida… Y que aunque la buena noticia sea que recuperarse y volver a reconstruirse (después de haber pasado por el peor de los infiernos) es posible, los costos, a veces, son demasiado altos.
Por eso, y porque estoy convencida de que todas somos capaces de protegernos, pero que a muy pocas nos enseñaron a querernos a tiempo y de verdad, es que la prevención (en este y en casi todos los casos) es lo único que puede salvarnos de nosotras y de los otros- Dejar de autoengañarnos. Tener el coraje de sacarle la careta al desamor, al ¿destino?, al ¿desamparo?, y entonces (a pesar del miedo que a todos nos provoca la soledad) animarnos a escapar de la misma cárcel que pudimos y supimos construir. Pararnos sobre los escombros y seguir, de eso se trata. Y de correr, claro. Lejos, bien lejos, correr.
Texto. Luciana Prodan. Fotos. Gentileza autora y Editorial Akadia.
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