"Nos volveremos a ver pronto, Baleno". Nadie tomó en serio esas palabras que María Soledad Rosas (24) expresó llorando sobre el cajón de su novio, Eduardo Baleno Massari. El 28 de marzo de 1998, el italiano de 38 años, acusado de integrar un grupo rebelde que había cometido varios atentados, se ahorcó con una sábana en su celda de la cárcel de Valette, en Turín. Soledad también estaba detenida por la misma causa pero, gracias a la intercesión del padre Luigi Ciotti pudo asistir al funeral.
Casi cuatro meses después, el domingo 11 de julio del mismo año, a la madrugada, mientras cumplía arresto domiciliario en una comunidad para drogadictos y enfermos de SIDA, Soledad cortó en tiras una sábana, armó una trenza y la ató al caño de la ducha del baño, subió a un banquito, se enroscó la tela en el cuello y se dejó caer. La altura no era suficiente, y se puso de rodillas hasta morir. Así la encontraron en la habitación que ocupaba en la comunidad Sotto i Ponti, en el pueblo de Podio de Benevagienna.
Así terminó la vida de esta chica nacida en Buenos Aires, hija de una familia de clase media, que la adoraba y que como premio por haber terminado la licenciatura en Administración hotelera con buenas notas le había regalado un pasaje de ida y vuelta a Europa. Regresó en una urna plateada luego de que su cuerpo fuera incinerado. La cremación fue un pedido expreso que Soledad había dejado por escrito en una carta a su marido legal, Luca Bruno.
Hoy, veinte años después, la película Soledad, dirigida por Agustina Macri y protagonizada por Vera Spinetta, está inspirada en su historia y a su vez, tomada del libro Amor y anarquía, la vida urgente de Soledad Rosas, de Martín Caparrós (Planeta).
"Lo que más me atraía de su historia era cómo, en estos tiempos que corren, alguien podía morir por amor, por una causa o por ambas cosas. Me parecía un anacronismo tremendo y quería saber de qué se trataba", comentó el escritor y periodista Martín Caparrós quien decidió investigar su vida y su tragedia.
DE ARGENTINA A ITALIA. María Soledad Rosas hizo el primario y secundario en el Río de la Plata, un colegio de monjas de Barrio Norte, y estudió Hotelería en la Universidad de Belgrano. Su hobby era andar a caballo en Pilar, donde su familia tenía una quinta. Desde potrillo había criado ahí a Dos y medio, su caballo preferido. Hablaba cinco idiomas: inglés, francés, italiano, alemán y portugués, y nunca había militado en un partido político. Era una chica de sonrisa fácil. Paseaba perros para ganarse su propio dinero mientras estudiaba en la facultad.
A fines de 1996, sus padres –Luis, descendiente de Juan Manuel de Rosas y Marta Rey (aún viven)– decidieron premiar a Solita con un viaje a Europa. Ése sería el mejor regalo para ella. Su novio argentino se opuso, entonces Soledad cortó la relación y partió en compañía de una amiga. Primero fue a Brasil. Más tarde, Italia, donde conoció a Baleno, a principios de 1997.
Baleno era squatter (anarquistas y subversivos que se oponen a la sociedad de consumo y usurpan edificios) y convenció a Soledad de convivir con él. Según su mamá, ella se enamoró de la persona equivocada: el extremista ecológico Edoardo Massari, alias Baleno, que, según su mamá, fue el responsable de "lavarle la cabeza, la obligó a raparse y la llevó a vivir en casas desocupadas". El amor por él la hizo perder tanto el rumbo que, para obtener la ciudadanía italiana, se casó con el anarquista Luca Bruno. Todo por amor.
ACUSADOS. El 5 de marzo de aquel año ambos fueron detenidos por escuadrones especiales de la policía italiana, quienes irrumpieron en la casa que ocupaban en la ciudad de Collegno y los arrestaron junto a Silvano Pelissero, otro squatter. Los arrestos formaron parte de una redada mucho más amplia, tendiente a apresar a los responsables de una serie de atentados con bombas en el valle de Susa, no lejos de Turín, con la intención de dañar la construcción del sistema ferroviario de trenes de alta velocidad.
Esos golpes, según la policía, fueron planeados y ejecutados por el grupo terrorista Lobos Grises, organización a la cual, sospechaban, pertenecía Baleno. Los detenidos negaron pertenecer a la organización y haber participado en esos atentados. No les creyeron y los acusaron, además, de haber incendiado el edificio del municipio de Caprie el 16 de enero de 1997 y de haber arrojado una bomba incendiaria contra un automóvil en Turín.
En un principio el fiscal turinés, Maurizio Laudi, juntó pruebas e involucró a Soledad en el incendio del municipio de Caprie y la acusó de haber arrojado la bomba molotov.
Pero, finalmente, Laudi tuvo que reconocer que el rol de Soledad era sólo marginal, por lo que le concedió el arresto domiciliario. Baleno, en cambio, fue a parar a la cárcel turinesa de Vallette con un régimen de máxima vigilancia por ser considerado peligroso. Paradójicamente, su peligrosidad contrastaba con la vida que llevaba: arreglaba bicicletas y fabricaba petardos.
Cuando la interrogaron, Soledad negó siempre todos los cargos. Su abogado argumentó, y al parecer demostró, que la joven había llegado a Turín mucho después de los atentados. Estaría comprobado que, entre marzo y junio de 1997, recién llegada a Italia con su diploma, Sole trabajó en un hotel de Novara. Los atentados en el valle de Susa son anteriores a esa fecha.
Luego del suicidio de Sole los squatters la consideraron una heroína, una suerte de Pasionaria (en alusión a una combativa anarquista española) y en protesta por su muerte provocaron desmanes en Turín.
Hoy, veinte años después, su historia sigue generando dudas y preguntas… ¿Es posible en tiempos modernos morir por una causa, morir por un amor?
Fotos: Archivo Atlántida
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