Una típica dreamer, hija de una ecuatoriana y un cubano que alguna vez coincidieron en Miami, se prometieron crear juntos una familia y acceder a una vida mejor. A su hija la llamaron Lissette Calveiro y en las últimas semanas la chica –hoy de 26 años– saltó a la fama del peor de los modos.
No lo hizo como una de las tantas hijas de inmigrantes que logran en los Estados Unidos todo eso que su tierra natal les negó, sino como el vivo ejemplo de hasta dónde puede llegar la locura de registrarlo todo, primero, y subirlo a las redes sociales, después. Convertirse, en definitiva, en una influencer, el grado máximo de poder en la nueva sociedad de las apariencias.
Lissette, como tantos otros millones de los llamados "nativos digitales" no puede pensar, actuar ni vivir como no sea en función de las imágenes. Para eso abrió alguna vez una cuenta en Instagram (@lissetecalv) y comenzó a subir allí su mundo entero, una existencia dedicada a las carteras, los bolsos, los viajes y el cambio de outfits. Parecía tener una vida de esas con las que muchos sueñan, hecha de destinos "exóticos" (llegó a subir selfies suyas con el fondo del desierto de Sahara), ropa esplendorosa y una sucesión de tragos, desayunos y fiestas con amigos.
DAME TU LIKE. Chicas como Lissette son –según Graciela Moreschi, médica psiquiatra especializada en adolescencia– emergentes de una sociedad que ha pasado "de capitalista a consumista y en la que los chicos que no tienen una identidad formada buscan construirla a fuerza de likes. Se trata de un problema grave, no sólo por lo que gastan, sino porque están denotando una patología de vacío. Son adictos, que, si no pueden sostener eso, se desarman", precisa.
Pero para ella –al principio, al menos– la cosa no iba mal. Con 10.000 seguidores en Instagram, Lissette se convirtió en lo que siempre había soñado: una influencer, una it girl, la clase de chica que marca tendencia y que, por eso mismo, entra en el radar de las marcas, que automáticamente comienzan a regalarles desde zapatos hasta vestidos, viajes o teléfonos celulares de ultimísima generación. Y como la moneda de cambio en el universo influencer no es otra que una manito con el pulgar apuntando al cielo (el benemérito like), Lissette llegó a la conclusión de que si quería hacer carrera como marcadora de tendencias, no podía sino mudarse de su Miami natal a New York y comenzar a darse (y a retratar) la gran vida. Y así lo hizo.
¿El problema? Que –más allá de todo el estilo que derrochaba del otro lado de la pantalla–, de este lado de la vida, la joven no contaba con los recursos necesarios para costear su vida de chica influyente en las redes. A menos, claro, que comenzara a endeudarse a ritmo de vértigo.
A TRAVÉS DEL ESPEJO. En el volátil mundo de los influencers, todo pende de un hilo de seda. Nada está garantizado y la hoy absoluta fidelidad de los followers puede volverse abandono en cuestión de horas. Lissette entendió rápidamente que para mantener y acrecentar el ejército de fanáticos que ya la seguía, no podía repetir equipos ni quedarse quieta. Comenzó entonces a "tarjetearlo todo" y a gastar de un modo absurdo.
Ella misma reconoció en una entrevista con The New York Times que una vez, para que sus seguidores no le perdieran ni el rastro ni la admiración, llegó a patinarse casi mil dólares en un sólo día. Todo para viajar a ver un concierto de Sia y volver a destino en menos de 24 horas. Llegó a hacer muchas otras locuras financieras con tal de cosechar unos cuantos likes que la mantuvieran en la cima de la nada.
Monica Cruppi es psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora de Vivir en la postmodernidad (Letra Viva). Para ella, un caso como el de Lisette y el de tantos otros millones de "locos por las selfies" sólo se entiende en el marco de una sociedad de consumo especialmente voraz con las imágenes.
"El consumo de objetos, servicios, etc. ocupa una parte importante de nuestro tiempo, convirtiéndose para algunos en una práctica cotidiana, que va más allá del principio de placer. Muchas veces está relacionado con el exhibicionismo y el narcisismo en las redes sociales. Hoy, la clave es "parecer para ser".
Instagram y Facebook son grandes vidrieras donde las personas van mostrando imágenes para lograr un impacto en el otro, a veces de admiración, aprobación y otras emociones que muchas veces son verdaderas "puestas en escena".
EL SHOW DEBE SEGUIR. Claro que a Lissette –que llegó a sumar 10 mil dólares de deuda con una sola tarjeta– la realidad la bajó de un hondazo y un día se vio de nuevo viviendo con sus padres, sin presupuesto ni para viajes ni para looks.
Comenzó, lo que nunca, a repetir outfits, contrató un asesor comercial que no la dejara descontrolar sus gastos, cambió las cenas por la comida casera, se animó a alquilar ropa para sus selfies y (mejor todavía) decidió hacer pública toda su experiencia.
Sabe de sobra que no está sola en esta locura, y que el delirio por sumar más likes ha convertido incluso a la muerte en un espectáculo. Ella decidió frenar a tiempo, reconoció que su vida era "una mentira" y hoy ya está de vuelta en la Gran Manzana, pero con un trabajo "normal", alquilando con una amiga y contando en Instagram lo que siempre supimos: que nunca es oro todo lo que brilla. Bien por Lissette.
Texto: QUENA STRAUSS
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