Parados en la torreta del submarino UC3 Nautilus antes de sumergirse, Kim Wall (30) y Peter Madsen (46) miran el perfil de Copenhague y el muelle de Refshaleoen. Son casi las siete de la tarde del jueves 10 de agosto (el sol de verano en los países del norte ilumina hasta las diez de la noche). Hacen poco menos de 20 grados. Kim se siente como en casa. Después de haber trabajado como freelance en lugares remotos como Uganda, Haití y las Islas Marshall, este reportaje es entretenido, pero casi intrascendente para su prometedora carrera periodística.
Levanta la vista, entrecierra los ojos para ver mejor. Mientras, una cámara registra sus siluetas a lo lejos. Kim con su saco anaranjado, su pollera blanca y negra y el pelo con un rodete alto; él, el loco constructor de cohetes y submarinos, mira desinteresadamente para otro lado. Serán las últimas imágenes de Kim con vida. En estas fotos a ella se la intuye fresca, feliz.
El submarino empieza a deslizarse debajo del mar helado del Báltico. Kim piensa seguramente en su artículo y en la comida de esa noche, un par de horas más tarde, junto a su novio. Bajan la escalerilla de metal vertical. Con un golpe seco se cierra la escotilla. El destino ya no está en manos de Kim. No hay a quién pedir ayuda. Y ningún lugar a dónde escapar. Kim está a solas, en el fondo del mar, con Peter Madsen.
Todo final tiene un principio. El principio del final de Kim Wall empezó a escribirse el día en que ella decidió hacer un artículo sobre Peter Cohete Madsen, como había bautizado la prensa danesa al inventor excéntrico.
Sería sólo un intervalo en su ruta de vida, ya estaba planeando vivir un tiempo en China para perfeccionar su chino mandarín. Una vida que había comenzado el 23 de marzo de 1987, en el pueblo costero de Trelleborg, Escania, en Suecia. Cuando nació, sus padres la llamaron con tres nombres: Kim Isabel Fredrika. Hija de Ingrid y Joachim Wall, un conocido fotógrafo sueco, heredó de él la pasión por contar historias. Estudió en el mismo secundario que varios primeros ministros de su país y de la famosa actriz Anita Ekberg. Luego pasó un año en la Lund University y, más tarde, siguió Relaciones internacionales en la London School of Economics. Luego llegaron los posgrados en Periodismo y Asuntos Internacionales en la Universidad de Columbia, Nueva York.
Kim hablaba ocho idiomas, incluido mandarín. Era metódica, estudiosa, tenaz y comprometida. Como periodista independiente trabajaba para muchos medios, entre ellos The Guardian, The New York Times, Harpers Magazine, la revista Time, Vice Magazine y el South China Morning Post.
El año pasado había obtenido un premio por el mejor reportaje digital sobre el cambio climático y las pruebas nucleares en las Islas Marshall. Su familia, orgullosa, seguía de cerca su carrera. Entusiasta por naturaleza, Kim se volcaba de lleno a sus variados artículos. Desde una investigación sobre el vodoo en Haití, hasta entrometerse sin permiso en Corea del Norte o recorrer las cámaras de la tortura del cruel Idi Amín, en Uganda.
Como en sus planes estaba instalarse por un período en China, aprovecharía esta nota al estrafalario personaje que había construido cohetes y submarinos para visitar a su familia. En definitiva, un reportaje a bordo de un submarino a escasa media hora de su Suecia natal no significaba un riesgo a los ojos de nadie. Era sólo un paso más en su carrera y vida cargadas de futuro. Por esa existencia que llevaba repleta de logros, el pasado mes de marzo, con motivo de su cumpleaños número 30, su padre posteó en Facebook: "Hoy se cumplen años desde que te cuidé por primera vez, ¡qué viaje has hecho desde entonces!". Las lágrimas eternas vendrían pocos meses después.
LOCO, PROVOCADOR Y… ASESINO. Peter Madsen nació en 1971. Su madre era 36 años menor que su padre, quien quedó solo a cargo de él cuando Peter tenía 6 años. El padre fue un carpintero que supo construir búnkers para los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Vivieron un tiempo en la costa oeste de Dinamarca, en un pueblo llamado Hong. A los 15 años Peter Madsen ya había falsificado un carnet de afiliado a la Agencia Espacial Danesa. Una prueba de su incipiente audacia, con la que seguiría sorprendiendo a todos. En esa época habría muerto su padre. Cuando terminó el colegio decidió estudiar ingeniería, pero no duró mucho y abandonó. Y se dedicó fanáticamente a sus fantasías como inventor.
Un amigo reveló que Madsen nunca tuvo un hogar convencional, una casa o un departamento, "siempre vivió en sus lugares de trabajo o incluso en los submarinos". En 2008, este hombre sin ninguna preparación académica, fundó la firma Copenhaguen Subortbitals con el objetivo de lanzar al espacio monoplazas tripulados y construyó con donaciones privadas su tercer submarino: el UC3 Nautilus. El que sería el escenario del crimen más pavoroso de la historia del país mide 17,8 metros de eslora y lo diseñó con su clásica y metódica obsesión. Le repetía a quien quisiera oírlo: "Es el submarino de fabricación privada más grande del mundo".
Al momento del crimen dirigía el Laboratorio Espacial Rocket-Madsens, una empresa que buscaba nuevamente lanzar cohetes al espacio desde el Báltico. En una entrevista a la BBC en 2012 dijo estar frustrado con el mundo de la ingeniería espacial: "La NASA y el resto no hacen lo suficiente". Y en 2014 le advirtió al Copenhaguen Post que quería poner en jaque a la policía y sobrevolar la ciudad en un zeppelin para aterrizar en las torres de la Catedral de Roskilde.
Egocéntrico, tempestuoso, provocador, Peter Madsen quería ser una celebridad a toda costa. Y nadie lo detendría. Otro colaborador laboral de Madsen, Kristian Elof Sorensen, que trabajó con él desde 2008, cuenta que en 2014 todo voló por los aires cuando Madsen rompió la sociedad y mudó sus disparatados proyectos al terreno contiguo, distante 90 metros del hangar de Sorensen. Esta separación laboral habría sido muy poco afable. Pero no todos piensan igual. Loco, artista, visionario según su socio de toda la vida Christopher Meyer, Madsen "era las tres cosas (…), hemos tenido incontables discusiones, pero no era un ser antisocial". Pero Meyer habla en pasado. Quizá porque a estas características hay que sumarle ahora la de "asesino y descuartizador". Hay también quienes afirman que Madsen participaba de fiestas sexuales fetichistas. Aunque está casado. Pero de todo eso se sabe muy poco.
DESCENSO FINAL. Qué pasó escalones abajo del UC3 Nautilus es la historia que nadie al día de hoy puede escribir a ciencia cierta. Una protagonista está muerta. El otro está preso y sus dichos no cierran. Pero no caben dudas que desde el minuto cero del ataque Kim debe haber sabido que no había escape posible. ¿Cómo podía ella defenderse de su depredador? Y si hubiese podido, ¿cómo habría subido a la superficie ese aparato nefasto? Su destino final se había escrito minutos antes. Con el último aire fresco que le golpeó la cara, con el último rayo de sol que le iluminó el pelo y su rodete alto. Sólo había lugar para el terror más puro. Sólo terror.
TEORÍA Y REALIDAD. El primero en notar que Kim no volvía esa noche fue su novio. Dos y media de la mañana, alarmado por esta conducta inusual en Kim, recurrió a la policía, quienes registraron su desaparición. Empezó la búsqueda del submarino y sus dos tripulantes. A las 10.30 de la mañana del viernes 11 de agosto el UC3 Nautilus es avistado, pero a las 11 ya estaba hundido. Cuarenta toneladas se fueron a pique de un segundo a otro.
Madsen fue rescatado. Pero estaba solo. Sus primeras declaraciones fueron de una extraña calma. Afirmaba haber devuelto a Kim a tierra sana y salva la noche anterior, el mismo 10 de agosto alrededor de las 22 horas, para luego volver al mar y tener el desperfecto que terminó por hundir la nave. Sin embargo, cuando la policía dictaminó un par de días después que el hundimiento del submarino había sido intencional, su declaración viró hacia la muerte accidental: una puerta tipo esclusa de 70 kilos –dijo– le había caído encima a Kim y él entonces le había dado un entierro digno en el mar, en la bahía de Koge.
Y en eso estaban, pasando los días, cuando el 21 de agosto un ciclista danés, a las cuatro menos cuarto de la tarde, encontró en Amager, una playa al sur de Copenhague, un torso desmembrado y decapitado. La prueba de ADN reveló que ese trozo de ser humano había sido Kim. El submarino fue reflotado y analizado. Había sangre y ADN de Kim. Y nada parecía ser accidental.
El terror fue en aumento a medida que llegaban las pericias: a los pulmones les habían quitado el aire y el torso había sido lastrado con metal para que no saliera a flote. Pero el crimen perfecto no existe, eso dicen. Y mientras Madsen tras las rejas sigue ensayando versiones, parte de su víctima emergió del fondo del mar y logró llegar a la costa para dar testimonio.
EL ROMPECABEZAS. Con la noticia del hallazgo de partes del cuerpo de Kim, Ingrid, su madre, escribió en Facebook: "Pensar que esto le pasó en Copenhagen, sólo a pocos kilómetros de su casa de infancia". Y dijo estar aplastada por un "interminable dolor". Su hermano, Tom Wall, como sus padres, está devastado, pero comprometido con el esclarecimiento del crimen.
La investigación todavía no pudo determinar fehacientemente ni el móvil y ni el arma asesina. Todavía siguen buscando más partes del cuerpo que puedan poner blanco sobre negro. Todavía Kim no puede ser sepultada. Los estudios practicados sobre los pocos restos hallados contarían al menos que hubo puñaladas en los genitales de Kim (14 total en el torso) y que sus pulmones fueron perforados con tubos de metal para quitarles el aire. El ADN de ella se habría encontrado en las uñas, la cara y el cuello de Peter Madsen.
Otro dato estremecedor: el fiscal del caso, Jakob Buch-Jepsen, está convencido de que las fantasías sexuales de Madsen son el móvil ya que en el disco rígido de su computadora se encontraron videos de decapitaciones de mujeres reales que fueron además torturadas y quemadas. Madsen, por supuesto, sostiene que no son suyos. Pero ya nadie le cree. Incluso por las semejanzas con este caso se reabrió otro de 1986, de una estudiante y turista japonesa de 22 años, Kazuko Toyonaga, quien desapareció en la misma ciudad y su cuerpo apareció mutilado de igual forma que el de Kim, en los canales daneses. En ese entonces Madsen tenía 15 años. La pregunta queda flotando en el aire, ¿estarán frente a un asesino en serie?
Ni el sueco Stieg Larsson, autor de la trilogía Millennium, una obra que imprimió sello propio escandinavo a la novela negra mundial, hubiese ido tan lejos con su retorcida imaginación. Ni los autores del mejor policial escandinavo para tevé, Bron/Broen, que arranca con un crimen y descuartizamiento en el puente Oresund que une Suecia y Dinamarca, hubiesen imaginado la perversidad de encerrar a alguien veinte mil leguas bajo el mar con un psicópata. La realidad, otra vez, supera a la ficción. En octubre se iba a estrenar Rocket Man, una película basada en la vida del inventor Madsen, en la ciudad danesa de Aarhus. Por supuesto, el evento fue cancelado. El submarino donde Kim Wall terminó su vida, yace abandonado sobre el pasto, rodeado de contenedores, en una zona industrial de Copenhague. A la alegre luz del sol, la historia que sus paredes verdes y levemente curvas podrían contar parece inverosímil. Quizá pensar que Kim tuvo una muerte rápida sea, a esta altura, el único consuelo posible.
CAROLINA BALBIANI fotos AFP
LEA MÁS: