BAÑO DE TRAJES
por QUENA STRAUSS, periodista
Cuando era chica, pero muy chica, mi sueño era usar bikini. ¡Como las que se ponían las chicas allá por los setenta! Y así sigo, cuatro décadas después, esperando que me crezcan las pechugas y sospechando que no lo harán. Sin embargo, usé toda clase de bikinis desde chica, de todos los tamaños, estampados y cortes. Siempre abjuré de las mallas enterizas. Me parecían de "señora casada", tal vez porque mi mamá tenía varias (con estampado de estrellas de mar, de esponjas, de flores) y las combinaba con unas espantosas gorras de baño llenas de pinchitos que la hacían lucir como una versión húmeda de la reina de Inglaterra.
Si me permiten, lo diré alto y claro: la malla enteriza es sólo para cuerpos perfectos, nadadoras o señoras enfermas de señoridad. La bikini, en cambio, es el traje de baño de las chicas y las mujeres que aún esperamos que nos miren en la playa con algo parecido al deseo y no con la mirada con la que se contempla a los camarones, las medusas y los lobos de mar. Hay algo de juventud como resistencia en el clásico traje de dos piezas, y ningún otro (ni la siniestra trikini, ni el nefasto burkini) puede empardar. En ese sentido, los chicos la tienen mucho más fácil y todo se reduce a elegir entre un pañuelo de tela adherente llamado sunga y un dignísimo y cómodo short de baño.
¿Qué nos traerá el futuro? No lo sé, pero pido un deseo: la "Pintura de Mar", un modo de tatuarte tela antes de bajar a la orilla, volver a tu casa y quitártela con una ducha. O, si me apuran mucho, el "Eva Look", para animarse a la rompiente sin más que un montón de ganas de por medio.
UNA MUJER EN MALLA
por LUIS BUERO, periodista
A los 12 años descubrí que había abandonado la niñez cuando dejé de pintarles bigotes a las fotos de Isabel Sarli y Ursula Andress en bikini. Y reconozco que hoy, los primeros tres días de mis vacaciones frente al mar me convierto en un fisgón compulsivo, hasta que después, como a todo, me acostumbro.
Dado que las playas bonaerenses a las que voy están atestadas de público, ya no se puede jugar al fútbol, al vóley o con la paleta cerca de la orilla, así que el único entretenimiento que queda, luego de leer el diario bajo la sombrilla, es salir a caminar y observar los trajes de baño. Bueno, a las chicas que los llevan puesto, pero no queda más remedio que ver todo lo que se presenta en malla. Y a veces te encontrás con algunos señores (y damas) ya entrados o salidos en años que emulan al muñeco Michelin con apenas algunas cintitas que les cubren el cuerpo.
Yo no estoy en condiciones de criticar a nadie, uso shorts bien largos y generalmente voy en camisa porque me da vergüenza exhibir mi panza a la humanidad playera. Y un buen par de anteojos negros me permiten recorrer el panorama y detener los ojos un instante en alguna sirena sin que su novio o marido se sientan afectados y me adviertan de la manera que sea que estoy en falta.
Ya sea que usen bikini, trikini, colaless o enteriza, descubro que los trajes de baño que más me atraen son los que sugieren más que los que muestran, y probado está que a todos los hombres nos erotiza más la mujer en malla que totalmente desnuda. No importa el color o tamaño del traje de baño: jamás iría a una playa nudista. Me encanta más la promesa que la verdad desnuda.
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