Dicen que uno se enamora una sola vez en la vida, pero José Luis Lorenzo (54) asegura que él se enamoró a primera vista ¡por lo menos 800 veces! "Para comprar una obra, primero me tiene que llamar la atención, es como un flechazo. Pero cuando sos tan adicto como yo, también es importante darle una second chance para pensarlo bien, pedir más información y hasta otra opinión. Jamás me arrepentí de las decisiones que tomé", confiesa el arquitecto, dueño de una de las colecciones de arte más grandes del país.
Todo empezó sin planearlo cuando, para su cumpleaños de 30, una de sus hermanas le regaló una caja de Fernando Allievi (que a su vez está casado con otra de sus hermanas) pintada con la figura de una mujer con el torso desnudo. "¡Me hubiera regalado una camisa o un libro!", se quejó para sus adentros en aquel momento, sin saber que sería el comienzo de una gran pasión que le cambiaría la vida.
"Decidí autorregalarme otra cajita, esta vez con una escena teatral que compré en el taller de Rosita González y, después, una obra chiquita de Nilda Molina. Me acuerdo que me salió, a plata de hoy, unos $ 3.000 y que los pagué en seis cuotas –rememora mientras espera a un grupo de amigos artistas con los que almorzará en el Own Hotel de Recoleta–. Ahí me entusiasmé y empecé a dar vueltas por museos y galerías. Fui comprando cada vez más, casi siempre de artistas cordobeses de edad intermedia, animándome a formatos más grandes. Las paredes de mi cuarto quedaron totalmente cubiertas y tuve que empezar a poner abajo de las camas de la casa de mis padres".
A los 54 años, José Luis vive en un departamento enorme donde cambia tanto los cuadros como los objetos de arte cada seis meses. "Tengo un cuarto especialmente dedicado a guardar obras", aclara risueño.
Presta sus obras a diferentes museos y hace un año que tiene exhibidas 80 obras en Espacio Colón, un lugar que creó en un edificio particular de Córdoba. Además, es uno de los coleccionistas más reconocidos y queridos del mundo del arte. Entre otros cargos, actualmente se desempeña como presidente de la Asociación Amigos del Museo Caraffa, como vicepresidente de la Fundación Pro Arte de Córdoba, es delegado regional de dArA, miembro del LAAC de la Tate Modern de Londres y miembro del comité de adquisiciones del Malba.
¿Su próximo sueño? "Para mis 60 quiero tener listo Espacio Cañada, un Malba cordobés de tres pisos donde, además de mi colección, haya charlas, un bar, una tienda y que sea un punto de encuentro. Tengo seis años para trabajar y concretar mi gran sueño", comparte en su primera nota con Para Ti.
-¿De quién es la obra: del que la pinta o del que la compra?
-Para mí es del que la pinta, del que la posee y de todos los ojos que se posan sobre ella cada vez que está exhibida. Si bien yo soy el propietario, me considero más bien un tenedor provisorio. Cuando la obra circula, la gente la va llenando de energía con su mirada. Y me encanta que así sea. Si este hotel me lo permitiera, yo traería 20 obras para que todos las vieran. Así se completa el círculo.
-¿Hay alguna obra que guardes sólo para vos?
-No, afortunadamente no. Es un tema para hablar en terapia porque se trata de querer tener algo para después compartirlo con otros. Además de ser una adicción, para mí el arte es una manera de canalizar muchísimas cosas que me pasan. Veo una obra y me dan ganas de poseerla. Me genera adrenalina, es inexplicable.
-¿Cuál de todas tus obras te llevarías a una isla desierta?
-Lacaja de Allievi, por ser la primera; una manta antigua santiagueña que luego bordaron Leo Chiachio y Daniel Giannone; una fotografía de mi amigo Gabriel Valansy y algún paisaje de Córdoba. Todas marcan alguna parte de mi historia.
-¿Tenés alguna obra de Dalí, Picasso o alguno de estos emblemas del arte?
-No, el monto sería un poquito alto (se ríe). Una obra de esas puede picar en los 70.000, 80.000 o 5.000.000 de euros o dólares. Mi colección no tiene esos precios.
-¿Cuánto puede salir La Gioconda?
-Creo que no tiene precio directamente. Puede costar 100, 500 o 1.000 millones de dólares… No podría estar en el mercado porque no habría precio que la pagara. Igual, si yo tuviera ese dinero, preferiría comprar muchas obras más económicas y seguir viendo a La Mona Lisa en el museo. Me parece ridículo que un particular compre una obra de ese valor para tenerla en una bóveda. No le encuentro sentido. Me imagino que si tenés una pieza de ese valor no querés que nadie la toque para que no se estropee. Esas obras tienen que estar en instituciones para que las disfrutemos todos.
-¿Cuánto es lo máximo que pagarías por una obra?
-Lo que me da la profesión. Es una adicción controlable porque el límite está en el pago. Si bien vivo endeudado (porque compro todo en cuotas), sé que puedo afrontarlo. No hipotecaría mi casa para comprar un cuadro. Eso no.
-¿Te da miedo que te roben?
-No, nunca me pasó. Y creo que, si llegaran a entrar a mi casa, lo último que se robarían serían las obras de arte. No las entenderían. De hecho, hago fiestas en casa para muchas personas –llegué a invitar a más de 250– y varias veces se han roto algunas máscaras que tengo. Las cosas están para disfrutarlas en vida y lo tomo como las reglas del juego: cuando algo se rompe o se daña es porque terminó su ciclo.
-¿Ya sabés quién va a quedarse con tu colección?
-Todavía no tengo la respuesta. Estoy entre dos opciones: hacer una fundación con una fecha de duración y que, después, el patrimonio pase a mis sobrinos o, cuando esté en mis últimos tiempos, darles algunas de las obras a cada uno de mis 21 sobrinos y el resto donarlo a un museo. No haría una venta, a menos que esté mal económicamente. Y tampoco le transferiría el peso de la colección a otra persona. Creo que la colección es de quien la forma. Es un tema de pasiones: así como hay gente capaz de pagar lo que sea por ver a los Rolling Stones o viajar lejos para ver un partido de fútbol, ésta es mi pasión.
-¿Coleccionar arte se transformó en una profesión?
-No, mi profesión es la arquitectura. Yo tengo un estudio donde construimos edificios, casas y hacemos mucho interiorismo. Claro que ser coleccionista es un plus que aplico en mi trabajo. Lo vivo como tareas complementarias. Además, es la base de mi hobby. Si mañana dejara de trabajar, no tendría plata para comprar más arte.
-¿Vos pintás?
-No, ni pinto, ni dibujo… Saco miles de fotos con mi iPhone que después subo a Facebook; me encanta, pero para mí y mis amigos. No me interesa ser artista.
-¿Tenés amigos artistas?
-¡Muchísimos! A casi todos los artistas que están en mi colección los conozco y con muchos he pasado la barrera del conocimiento y hoy somos amigos.
-¿Los artistas son excéntricos como uno los imagina?
-No, son personas comunes que viven, trabajan, comen, educan a sus hijos y tienen familias. Por ejemplo, Marta Minujín es un personaje como se muestra, pero también es una mujer como cualquiera. Yo la he visto en La Rambla comiendo con su marido y sus nietos. Re normal. Y también hay un montón de artistas que, además, son economistas, gestores culturales, ingenieros o tienen otra profesión paralela.
-¿Hay alguna obra que no logres tener?
-Hay obras que no puedo tener por una cuestión de precio. Si pudiera, me gustaría comprar una obra de Liliana Porter; ya se me va a dar… Las colecciones son como los álbumes de figuritas, siempre te falta la más difícil. Nunca está completa ni va a tener todo lo que querés tener. Y eso la hace más linda. Es bueno no poder tener todo para que el deseosiga alimentando la colección. Si hoy me ganara 30 millones de dólares y pudiera comprarme todo lo que quiero, ¿qué haría después? No importa el valor económico: el amor y la pasión son lo que me mantiene motivado.
Texto Agustina D'Andraia (adandraia@atlantida.com.ar) Fotos Maxi Didari/ Álbum J. L. Lorenzo
Agradecemos a: Own Hotel.