"Éste es mi consultorio ambulante", dice Anabella Garello y muestra el interior de su mochila, donde carga con la balanza y las fichas de los pacientes que debe atender. Tiene 32 años y hace 8 es nutricionista. Hasta la llegada de Bastian (2) atendía pacientes full time en un consultorio y diseñaba el menú mensual de una escuela en la que se quedaba hasta el momento del servicio, controlando el manejo de la cocina y el comedor. Y se empezó a dar cuenta que así no iba a poder seguir por mucho tiempo más: era demasiado. Además, con su familia de origen lejos, en Pergamino, la nueva rutina se complicaba aún más.
"Ya con el nacimiento de Baltazar, que está por cumplir un año, debí buscarle la vuelta para poder seguir haciendo lo que me gusta y ser una mamá presente. Por eso hoy atiendo pacientes a domicilio dos veces por semana. Primero dejo a Basti en el jardín a las 8.30, después a Balta en lo de mi suegra y, a partir de ahí, arranco hasta las 13; luego paso a buscar a Balta, vamos al jardín a buscar a Basti y volvemos a casa", cuenta Anabella, atenta a la tos del hijo mayor, que duerme en su cama después de una noche difícil.
"Es fundamental un marido presente, que te acompañe", asegura mirando de reojo, con admiración y emoción, a Gustavo, que le está cambiando los pañales al menor y se los escucha reír.
"Preferiría usar el transporte público para ir de paciente en paciente, es más práctico y accesible, pero como primero ubico a los chicos, el auto me queda a mí (su marido se va en colectivo a trabajar)", comenta explicando la logística mientras termina de darle una pera y una banana como segundo desayuno a Baltazar. Él sabe que es viernes y que hoy ella se quedará en casa a jugar. La mira, la abraza y sonríe con un pedacito de banana rebelde que le quedó entre la boca y la nariz.
RECALCULANDO. "Yo hacía un laburo pulpo, típico de una mamá emprendedora", cuenta Lucía Conte Mac Donell. Ella es arquitecta desde 2006, dio clases ad honorem en la facultad durante varios años y emprendió su propio proyecto, Nalha, de objetos textiles y juguetes. "Cuando nació Felipe, hace 2 años, me costó volver a organizarme. Yo antes me encargaba de la producción, visitaba clientes, hacía las compras, los despachos, atendía el showroom en Núñez y, si faltaba una costurera, cosía. Con Feli me resultó difícil sostener la mecánica, los tiempos eran otros. Él decidía mis tiempos", dice, mientras le acomoda a Mateo, su hijo de 3 meses, el puño de la camisa.
"Estuve un año tratando de seguir, pero me di por vencida", agrega. A partir de ahí, alquiló un departamento al lado de su casa y abrió su propio taller donde ofrece cursos y explica los procesos de fabricación de los productos de Nalha. "Son cursos intensivos, cuyos horarios coordiné con los de mi marido. Él llega del trabajo, le dejo a los chicos y me voy a dictar el taller, aunque a veces ellos me acompañan, por eso tengo una cunita para Mateo", explica.
Adora su profesión y le encanta enseñar. Se nota. "Le encontré la vuelta para poder trabajar con los procesos de fabricación –como el Photoshop, el Corel, la sublimación artesanal–, que tanto me gustan y poder transmitirles esta pasión a mis alumnos", cuenta orgullosa.
Y, por último, reflexiona: "Al comienzo es difícil, te preguntás cómo hacer y tenés muchas dudas, pero es cuestión de organizarse, programar una agenda y disfrutar".
GESTIONAR DESDE OTRO LUGAR. "A Vicente le encantan los postres y siempre me anda sacando alguno", cuenta Belén Mendizábal (32) mientras prepara las viandas gourmet de su emprendimiento Sana Hora. "Arranqué hace un tiempo con la idea. Mi familia –papá y hermanos– siempre fue de emprendedores y sabemos cómo funciona, incluso mi marido. Por eso me entiende cuando no puedo llevar a los chicos al pediatra y se ocupa él", dice.
Mientras le pone curry a una de las bandejitas ya listas para entregar, Belén, mamá de Vicente (dos años y once meses) y Simón (un año), cuenta que antes de que nacieran ellos se ocupaba de todo, desde ir a hacer las compras y armar el menú de cada cliente hasta cocinar, planificar las entregas y distribuir las viandas. Pero eso ya es parte del pasado: con la llegada de los chicos se le complicó moverse entre los mercados de frutas y verduras y frigoríficos, por eso tercerizó la cocina y ahora ella se encarga de la gestión del negocio, aunque más de una vez pispea cómo van las otras áreas.
"Tengo una oficina ambulante, trabajo en un bar frente al jardín mientras espero a Vinchu y tengo, también, el escritorio en casa", explica esta fanática de la comunidad de emprendedores INICIA, donde adquirió las herramientas para poder llevar adelante su pyme. Belén es nutricionista y sabe que está arrancando la temporada alta de Sana Hora. Afirma que la gran ventaja de emprender este camino –y de haber aprendido a delegar– es poder compartir el almuerzo con los chicos, hacerlos dormir la siesta y haber podido darles de mamar. La desventaja, reconoce, es que "trabajar desde casa no permite desconectar del todo, como con una licencia después de parir en un trabajo en relación de dependencia". Pero elegiría este camino una y cien veces.
EN PRIMERA PERSONA. Ésta es mi historia. Sí, la que nació con mi hijo Fede hace poco más de dos años y medio. Soy periodista de vocación, hiperactiva de profesión y docente por adopción. "Uno se acostumbra a todo", es la frase de cabecera de Martín, mi marido. Y sí, también nos acostumbramos a recalcular en cada esquina cuando llegan los hijos.
Lejos en el tiempo quedaron los años de productora de un canal de noticias donde corría detrás de la información todo el día. Ahora corro –también todo el día– pero detrás de Fede. ¡Carreras bien distintas si las hay!
Con la llegada de Fede nació además la idea de dar clases, que ya venía tentándome desde hacía tiempo. Compartir con futuros periodistas lo que tanto me gusta hacer: escribir, pensar contenidos. Técnicas de Redacción y Televisión I (dos materias en la escuela de comunicación ETER) y Taller de Edición (en la Universidad de Palermo) fueron mis primeros pasos en el mundo de las aulas. Escapadas breves –al menos no de 9 horas como significaba trabajar en el noticiero– y la posibilidad de planificar clases y corregir trabajos prácticos mientras Fede duerme la siesta. Esa siesta tan rendidora y sagrada que también uso para pensar, proponer, producir y escribir las notas como periodista free lance en varias revistas.
Martín es clave e imprescindible en toda esta historia.
De algún modo, él también debió recalcular su propia rutina para acompañarme. Vuelve un rato antes de su trabajo y se queda con Fede mientras yo me voy a dar clases. "Chau mami", me dice el chiquito mientras cierra la puerta de casa. "Cuidado los dedos, Fede", le pido y me voy pensando en las noticias del día. Y así descubrimos que todos salimos ganando: yo puedo seguir vibrando con esta profesión, Fede juega con su papá y Martín disfruta de su hijo. Éste es el mejor negocio de la maternidad: lograr un equilibrio saludable en todo sentido.
texto CAROLINA KORUK fotos ARIEL GUTRAICH