"En Europa hay tal sobreoferta de productos de diseño, que imponer un objeto nuevo en un contexto tan competitivo es como hacer un gol en los últimos minutos de la final del campeonato mundial", dirá Francisco Gómez Paz (42) en el transcurso de esta charla. Si el diseño fuera como el fútbol –para seguir con su analogía–, él sería uno de esos talentos que emigran jóvenes para erigir sus carreras al otro lado del Atlántico y lograr imponerse en uno de los mercados más exigentes.
Recién recibido de diseñador industrial en la Universidad de Córdoba, en 1998 partió rumbo a Milán para cursar una maestría en la prestigiosa academia Domus y, desde ese momento, nunca dejó de brillar. Hace rato que juega para las grandes ligas: Artemide, Driade, Danese, Luceplan y Olivetti son algunas de las empresas que lo eligen por su enfoque creativo y su conocimiento de la tecnología y los materiales. Y no tendrá un balón de oro, pero sí un Good Design Award, dos Red Dot y un Compasso d'Oro, además de otras distinciones a sus creaciones, entre las que destaca la archifamosa lámpara Hope. Uno de sus goles de final del campeonato.
Hoy alterna sus días entre Milán y la Argentina, en gran parte porque en la tranquilidad de su tierra natal encuentra un equilibrio creativo ("en Salta tengo mi casa y mi estudio, que es básicamente mi templo. Tengo un taller con máquinas para hacer realidad todos mis proyectos para las marcas para las cuales trabajo en Europa"), y también porque hace tiempo decidió, junto con su mujer –la diseñadora gráfica Gimena Moya–, que sus hijas debían transitar la adolescencia en el país ("para mí era muy importante que pudieran tener parte de mi cultura", explica).
–¿Tu tierra también te sirve de inspiración?
–Más bien es un lugar donde tengo un ritmo diferente, donde puedo pensar con calma y trabajar muy dedicadamente. Milán es una ciudad caótica en la que las actividades sociales son mayores. Dividirlas me da mucho resultado.
–En la chaise longue Apero tu lugar de origen se traducía en el diseño, pero resultó más una excepción que una regla.
–Lo que es constante es el modo de pensar. La Apero tenía un lenguaje local porque estaba hecha en Salta: las técnicas connotaron el objeto. Yo trabajo sin lenguajes preconcebidos y no creo en los estilos, pero tengo una base filosófica constante. Sería ridículo tratar de connotar con mis orígenes un objeto nacido en Milán. De hecho, esa chaise longue necesitó de un montón de invenciones técnicas para que fuera posible y eso tiene que ver con mi modo de pensar.
–Pero su carácter autóctono la hizo atractiva para el mundo.
–Sí, pero insisto: fue el hecho de que estuviera hecha en Salta lo que me dejó experimentar con el material y buscar técnicas locales. Eso le puso un sello y al mismo tiempo, la diferenció; luego, la imagen que vino de afuera le dio ese equilibrio entre modernidad y artesanía.
–¿Esa dualidad es la clave?
–Todos mis otros proyectos tienen el mismo equilibrio. Lo que varía es el contexto, pero el proceso creativo es igual, por más que me toque bailar con cuero crudo o con una supertecnología novedosa.
–¿Y cómo es ese proceso?
–Tuve la suerte de encontrar esta pasión desde muy chiquito (tenía una curiosidad exagerada y la cosa más divertida que me podía pasar era desarmar mis juguetes para hacer algo nuevo) y de tener un padre arquitecto, que me enseñó que las palabras arquitectura y diseño tenían un peso casi divino. Esas dos cosas formaron lo que creo y lo que no. Creo que el proyecto empieza siempre en una hoja en blanco. Si ya experimenté una técnica, es muy difícil que me veas recayendo en ella. Por otro lado, no creo que el diseño sea solamente una cuestión de lenguaje o de formas, sino más bien un proceso heurístico, donde uno tiene que tener una idea y perseguirla hasta ir encontrando una forma.
–La lámpara Mesh, por ejemplo, tiene una imagen fuerte: la red de pesca. ¿No la tenías en mente al empezar?
–No hubo un momento en el que quise hacer una red de pescador. La inspiración estética de Mesh parte de la deconstrucción del punto de luz. Obviamente que llega un momento en que entendés el objeto, pero es como decía Buckminster Fuller: "yo no pienso en la belleza, pero si cuando termino, mi obra no es bella, es porque en algo me equivoqué".
–¿Hay que seguir trabajando?
–O hay que empezar de nuevo. Me ha pasado muchas veces. Si comparás mis primeros prototipos de Mesh con los últimos, son dos objetos totalmente diferentes. Y una de las cosas que más definió mi carrera profesional fue ese fin de semana en el que tenía que aprobar que se empezaran a hacer los moldes de la lámpara Hope y decidí volver a cero.
–En esos casos, ¿cuál es el rol de la empresa?
–El diseño industrial no existe sin industria. Yo en ese momento tenía la suerte de que todavía estaba vivo Ricardo Sarfatti, que era el dueño y fundador de Luceplan, y él dijo: "no hay nada que discutir, se va por el camino que elige Francisco". El diseñador es un padre y la empresa es quien lleva el diseño en la panza. Una empresa con gente visionaria hace que el matrimonio sea muy afortunado.
–Antes hablabas de la influencia de tu papá…
–Para él, la arquitectura era una palabra casi sacra. Yo me acuerdo que decía "eso no es arquitectura", como un dictamen. Y me puso la vara muy alta. Recuerdo haber llegado a la universidad ya pensando así: una de las primeras clases de diseño industrial, levanté la mano y dije "disculpe, pero eso no es diseño".
–¿Y qué era?
–Eran formas. El profesor se enojó: "¿quién es este chico que me viene a decir qué es diseño y qué no lo es?". Mi modo de ver el diseño y la arquitectura es hijo del pensamiento moderno. Cuando llegué a Domus, mi visión contrastaba fuertemente con la influencia posmoderna reinante y me llevó a discutir mucho con mis compañeros y profesores, pero gracias a eso tuve la suerte de llegar a trabajar con dos de los últimos modernistas que quedaban en la escena del diseño, que eran Paolo Rizzatto y Alberto Meda. Aprendí de dos genios.
–¿Qué te enseñaron?
–A hacer pocos proyectos por año y con mucha investigación, a seguir ideas y no formas, a no pensar en tendencias o modas, ni buscar la venta, que después llega sola.
–¿Cómo se hace para escapar de las tendencias?
–No las busco. Aislarse es errado, porque uno tiene que seguir aprendiendo, pero trato de no ver diseños, que sería, como dicen los italianos, la pappa pronta. Trato de ver otras cosas: tecnología, arte, cine y todo lo que me pueda enriquecer o ayudar a entender al ser humano.
texto: MARINA DENOY. Fotos: GENTILEZA FRANCISCO GÓMEZ PAZ.
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