La casa de Josefina Pagani (35) es prolija y minimalista. No tiene ese caos clásico que suele abundar en hogares de artistas, no obstante se adivina la persona estética que hay detrás.
.La paleta neutra, el orden milimétrico y la funcionalidad del lugar responden a ese costado ordenado de la administradora y dueña de su propia empresa. Las lámparas y muebles únicos que consiguió buceando en Internet tienen la impronta de la artista: esa chica que quería estudiar algo creativo y hoy dibuja a mano alzada cada par de zapatos que diseña.
"Mi papá tiene una empresa de metales, a él le debo la faceta empresarial y más estructurada. Mamá en cambio es artista plástica: en ella el costado creativo le gana a todo lo demás. De esa mezcla de los dos vengo yo", dice Josefina, y se ríe.
Ubicado en pleno barrio de Recoleta, el departamento en el que hoy vive es el punto de encuentro familiar. Hace ya dos años, Josefina estaba buscando un departamento para su padre, cuando inesperadamente se topó con éste. "Me pareció raro que fuera un primer piso y tuviera un patio tan grande y luminoso", recuerda. Cuando fue a verlo, la terraza tipo jardín con parrilla, mesa, living y mucho espacio al aire libre sirvió para convencer a su padre y decidir mudarse ella misma ahí. "Nos faltaba un lugar afuera donde poder juntarnos a comer un asado y estar al sol. En ese sentido el departamento con terraza es una solución buenísima", asegura. Anfitriona impecable, hace dos años que su casa se volvió el punto de encuentro de amigos y familia.
CASI ÚNICOS. Aunque son tres hermanos, los Pagani tienen mucho de hijos únicos. "Somos tres hermanos: una de 44, mi hermano de 23 y yo. Todos de misma madre y padre", cuenta Josefina. "Pobres, fue bastante agotador porque llevándonos 10 años cada uno para ellos fue como tener tres hijos únicos", se ríe. María, su madre, quedó embarazada de su primera hija sin complicaciones, pero después le costó mucho volver a quedar. Con tratamientos de por medio, casi 10 años después de su hermana llegó Josefina. "Lo gracioso fue que con esos antecedentes mamá se despreocupó, y cuando tenía 44 años y sin hacer ningún tipo de búsqueda quedó embarazada de mi hermano. ¡Estaba aterrada! Iba a misa todos los días, pobre", cuenta entre risas. De esa infancia de (semi) hija única Josefina tiene muy lindos recuerdos.
Criada en Recoleta, fue hasta secundaria al colegio San Pablo y después se cambió al Northlands, lugar que le dio verdaderas amigas que mantiene hasta hoy. "Nosotros íbamos a Tortugas los fines de semana y yo tenía varias amigas ahí, así que sugerí cambiarme. Enseguida estuve feliz, de hecho las chicas del colegio siguen siendo mis amigas", asegura. De esa época datan los primeros conflictos vocacionales por sus habilidades e intereses opuestos. "Siempre tuve una veta medio artística, pero no soy para nada 'volada' y la idea de estudiar Bellas Artes no me cerraba del todo", cuenta.
Tener un padre exigente tampoco la ayudaba a ir en esa dirección: convencido de que los colegios no daban suficiente formación en negocios, Norberto Pagani estaba seguro de que antes de empezar ninguna carrera los chicos tenían que estudiar 4 años de Administración de empresas. "Para él eso era básico como el colegio, no era que quisiera elegirnos la carrera. Obviamente a mí la idea no me entusiasmaba y fui la que más se plantó: el tema es que estando medio desorientada tampoco sabía para dónde ir", se acuerda. "Administración tiene a favor que es una carrera re amplia". Convencida o no, a los 18 años empezó Administración de empresas en la Universidad de San Andrés y se recibió cuatro años después.
A MEDIDA. Estando recién recibida, que te ofrezcan trabajar en una consultora internacional y viajar a Panamá algunos meses es tentador. Con esa motivación y las ganas de tener un trabajo propio, Josefina decidió que después de todo podía darle una oportunidad a la Administración. "Empecé entusiasmada, pero al segundo año ya sentía que estaba estancada: ese trabajo tan esquemático y sin un costado creativo no me llenaba", se acuerda. "Hacía un tiempo me había metido a estudiar diseño de zapatos en un curso que dictaban en Galerías Pacífico", cuenta.
Aunque lo había hecho más por interés personal que como algo profesional, la crisis en su trabajo la hizo pensar por primera vez en enfocarlo laboralmente. "Lo que más me encanta de los zapatos es que son un objeto, y sentía que era más acotado que pensar en toda una marca de ropa", explica. Además de anotarse en un segundo curso, consiguió un profesor que pudiera hacerle un seguimiento a la hora de empezar a confeccionar para vender.
Con 25 años y mucha decisión, en poco tiempo Josefina estaba produciendo y vendiendo sus propios zapatos. "Ahora miro atrás y me doy cuenta de que emprender cuesta mucho más de lo que una se imagina, ¡sobre todo a los 25 años!", asegura. María Josefa fue el nombre de su primera marca: "Desde el principio me tentó más la idea de las ballerinas que los tacos, lo que pasaba era que el tipo de zapato que a mí me gustaba no se conseguía acá".
Esos primeros dos años de fabricar los primeros tacos y empezar a desarrollar su empresa fue también el tiempo que tardó en conseguir un buen fabricante de chatitas. Lo que pasó fue que cuando empezó con esta línea de chatitas –The French Factory las llamó– se volvieron enseguida el centro del negocio. "Lo que pasa con la ballerina es que es un zapato que tiene mucho más uso que cualquier otro: el mercado es mucho más grande", explica. Su interés y la demanda hicieron que The French Factory se convirtiera en su única marca, con un showroom y venta online en todo el país.
EL ORDEN NECESARIO. "Empezar a trabajar para uno y hacerlo desde casa hace que sea muy difícil separar y respetar los momentos de descanso", reflexiona la dueña de casa. Que decidiera alquilar su casa por un lado y el showroom y oficina aparte (aun cuando tiene dos alquileres en sus espaldas) fue parte de ese aprendizaje. "Al principio te pasa que decís: si estoy en casa un domingo, haciendo nada, aprovecho y me pongo a hacer tal cosa. O estás trabajando y tenés culpa por no estar descansado", confiesa. "Ser tu jefa tiene un lado bueno y uno malo: mil veces he extrañado el sueldo fijo a fin de mes. Argentina es un país re inestable y eso como emprendedor te mata", asegura.
Complicado pero gratificante, tener un proyecto propio que le permite explorar su aspecto más creativo sigue pesando más. Los libros sobre zapatos, diseño y moda y su escritorio lleno de lápices y bocetos dan la pauta de que efectivamente es así. Luminosa, llena de verde y silenciosa, la casa que supo armar en pleno Buenos Aires es el lugar perfecto al cual llegar para tomar un merecido descanso. Fanática del diseño, la decoración y la cocina, no puede imaginar un lugar más a su medida. "Este departamento lo conseguí yo, pero en ningún momento estaba pensando en mudarme. Hoy me doy cuenta de que la decisión fue buenísima no sólo para mí sino también para toda mi familia", asegura. Con su parrilla a gas, sus sillones de hierro y su mesa al sol, el departamento remplazó la casa de Tortugas como espacio verde y punto de encuentro familiar.
textos LUCÍA BENEGAS (lbenegas@atlantida.com.ar)
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