Los detalles deco de la casa de una diseñadora de ropa para chicos

A pesar de pensar en estudiar Veterinaria, Sofía Vedoya descubrió que eso que naturalmente le salía tan bien –coser y crear con telas– tenía que convertirse en su verdadera profesión. Así estudió Diseño y aplicó su ojo estético a cada rincón de su casa, un lugar colorido y superatractivo.

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El cuadro de Luisa Freixas es uno de los favoritos de Sofía y aporta el toque de color en un ambiente de paleta neutra. Foto: Claudia Martínez/ParaTi
El cuadro de Luisa Freixas es uno de los favoritos de Sofía y aporta el toque de color en un ambiente de paleta neutra. Foto: Claudia Martínez/ParaTi

Sofía Vedoya (35) era muy chiquita cuando su mamá le compró la primera máquina de coser. Era de plástico, pero cosía en serio. Esa máquina y la bolsa de retazos que le regaló una amiga fueron la materia prima para una serie de vestidos que hizo para sus muñecas Barbie y monturas personalizadas para los ponies. "Desde aquella época de ropa para mis juguetes, siempre cosí cosas. Hace poco, mi hermano me dijo: 'necesito que me hagas otra billetera como ésas que nos regalabas', y yo casi me muero de la risa. Eran dos tapitas de género unidas a mano, pero parece que todavía la usaba para viajar", cuenta.

Diseñadora de indumentaria y fundadora de una marca de decoración y accesorios infantiles, en la casa de Sofía sobresale su formación en diseño. "Igual yo me río porque esta casa tiene un estilo bastante distinto de lo que yo hago: opté por irme al minimalismo", confiesa la emprendedora que pensó su hogar junto a su marido, Ezequiel Arslanian.

En casa de emprendedora, el playroom es la oficina. Foto: Claudia Martínez/ParaTi
En casa de emprendedora, el playroom es la oficina. Foto: Claudia Martínez/ParaTi

FAMILIA MULTITUDINARIA. "Ser tantos hermanos tiene su lado bueno y el malo: el malo era que viajabas en la luneta del auto, todos superapretados, pero después tenías los veranos en el campo con la casa llena de gente y amigos que eran divertidísimos", cuenta Sofía.

Sexta de los siete hijos de Julio Vedoya y Dorotea Amuchástegui, hasta los 5 años fue la chiquita de la casa. "Lo más gracioso es que Jose, mi hermana más chica, cumple años el mismo día que yo. Hoy trabajamos juntas y todo, ¡bastante bien!", se ríe.

Hay casi 20 años de diferencia entre el mayor y la menor de los Vedoya, todos del mismo matrimonio. "¡Una locura! Hoy, que tengo dos hijos, no entiendo cómo hacía mamá con siete, porque además era de las que se arremangaban", cuenta.

Educada en el colegio El Buen Ayre, Sofía todavía se ríe cuando se acuerda del cambio que significó pasar de un colegio del Opus Dei a uno parroquial a un par de cuadras de su casa. "Mis viejos decidieron cambiarnos al colegio Los Robles, que había abierto hace poquito". A Los Robles le debe muchos buenos recuerdos y un grupo de amigas que todavía conserva.

Amigurumis, infaltables en los cuartos de chicos.
Amigurumis, infaltables en los cuartos de chicos.

Aunque no era mala alumna, el paso de ahí a la facultad fue un cambio drástico: "Ahí ves cómo es de distinto cuando das con algo que te interesa". Lo gracioso fue que a pesar de la maquinita de coser, las clases de pintura y el evidente ojo estético, lo primero en lo que pensó a la hora de encarar una carrera fue en Veterinaria. "Yo era fanática del campo y de los animales en general: bicho que veía, bicho que adoptaba", confiesa.

Con la intuición del que ve una vocación, fue su madre la que le propuso ir a hacerse un test vocacional que le dio Arquitectura: "ahí me di cuenta de que en realidad a mí me encantaba eso: que iba por la calle mirando hacia arriba para ver los edificios".

Después de inscribirse en Arquitectura y en Diseño en la UBA –en simultáneo– terminó inclinándose por indumentaria.

Hay cosas que no cambian: el costurero de Sofía sigue siendo su gran herramienta. Foto: Claudia Martínez/ParaTi
Hay cosas que no cambian: el costurero de Sofía sigue siendo su gran herramienta. Foto: Claudia Martínez/ParaTi

EL MAESTRO. "Me acuerdo del momento en que me recibí con esa sensación de decir: '¿Y ahora qué hago?'", cuenta Sofía. Hasta ese momento, sólo había trabajado de cadeta con su papá, un abogado y aficionado de la pintura del que heredó el talento creativo y el amor por el arte. Sin embargo, que su empresa se llame Dorothy Jane en honor a su mamá es casi un gesto de justicia, ya que fue Dorotea la que le marcó el camino en lo laboral. "Mamá se había hecho un vestido con Benito Fernández y arregló para que fuera con ella. Ya en la primera entrevista le dijo que yo estudiaba Diseño y si podía ir a aprender con él; así empecé", cuenta.

Primero, haciendo lo que nadie quería y de a poco ganando terreno, Sofía terminó encargándose del diseño de vestidos de fiesta mientras él hacía los de novias. "Benito es muy amoroso, yo aprendí muchísimo de él. Cuando empecé no me animaba ni a mirarlo a la cara de lo tímida que era: fue un aprendizaje en todo sentido", se acuerda.

El mueble de la cocina: los mosaicos y azulejos recortados le dan un aspecto cálido y canchero a este espacio. Foto: Claudia Martínez/ParaTi
El mueble de la cocina: los mosaicos y azulejos recortados le dan un aspecto cálido y canchero a este espacio. Foto: Claudia Martínez/ParaTi

De esa época también data su romance con Ezequiel, su marido y padre de sus dos hijos: Vicente (6) y Salvador (2). "Nos conocimos a través de dos amigos nuestros que estaban de novios. Era una época en la que yo había recién cortado, así que no estaba para que me presentaran a nadie, pero se fue dando", cuenta.

Se vieron varias veces y después empezaron a hacerse amigos, al tiempo estaban saliendo y hoy llevan nueve años de casados. "Él es todo lo contrario de mí: re caradura y simpatiquísimo. De hecho, nuestras primeras peleas serias fueron porque él decía que yo lo hacía quedar mal cuando íbamos a comer porque no abría la boca", cuenta.

Su primer viaje juntos fue el disparador para lo que años después sería Dorothy Jane, una marca de accesorios y decoración que próximamente se suma al mundo editorial con un libro de handcraft.

Las tazas y platos son de Anthropologie, una tienda que fue de gran inspiración para la dueña de casa. Foto: Claudia Martínez/ParaTi
Las tazas y platos son de Anthropologie, una tienda que fue de gran inspiración para la dueña de casa. Foto: Claudia Martínez/ParaTi

"Viniendo de una casa de mil hermanos, yo no había viajado nada. Cuando estábamos de novios nos fuimos a Nueva York y ahí se me abrió un mundo nuevo", se acuerda. Inspirada por Anthropologie –una tienda de decoración y moda en Estados Unidos– empezó a adentrarse en el mundo de los interiores. "Ezequiel fue fundamental, porque él es re emprendedor y le encantan los negocios: me ayudó mucho", cuenta su mujer.

El estar atenta a lo que pedía la gente la hizo inclinarse por el mundo de los chicos: los diseños y objetos personalizados y géneros importados ayudaron a que enseguida lograra tener una buena clientela. "La verdad es que nos va muy bien, por suerte. Empecé cosiendo sola en un cuartito en lo de mamá, pero después ya no fue suficiente y tuvimos que alquilar un showroom enfrente", cuenta.

La entrada de su hermana menor también fue fundamental, sobre todo para compensar su ausencia durante el embarazo de Salvador: "Yo necesitaba ayuda, pero nunca me animaba porque puede ser muy complicado trabajar con alguien con quien tenés una buena relación. Cuando me mandaron a hacer reposo, Jose vino a darme una mano y por suerte resultó espectacular".

Vicente, Sofía y Salvador jugando en el living. Foto: Claudia Martínez/ParaTi
Vicente, Sofía y Salvador jugando en el living. Foto: Claudia Martínez/ParaTi

Ese mismo reposo fue el que le dio el tiempo para encarar el proyecto de libro que en un par de meses saldrá a la venta: "Fue una locura el proyecto del libro, sobre todo porque a mí me encantan, pero jamás me hubiera imaginado hacer uno".

En el dormitorio principal, menos es más. Fotos: Claudia Martínez/ParaTi
En el dormitorio principal, menos es más. Fotos: Claudia Martínez/ParaTi

Combo perfecto entre la madre que sabe qué se necesita, la diseñadora que conoce cómo encontrar una vuelta canchera y la amante de las manualidades que alguna vez cosió billeteras con su maquinita de juguete, hay algo muy propio en el proyecto de Sofía. A conciencia o no, su camino se ve claro.

texto LUCÍA BENEGAS

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